Food and Water

Espirulina: un alimento milenario contra la desnutrición

A Turkana man sits on the shore of Lake Turkana, some kilometres from Todonyang near the Kenya-Ethiopia border in northwestern Kenya October 12, 2013. The Turkana are traditionally nomadic pastoralists, but they have seen the pasture that they need to feed their herds suffer from recurring droughts and many have turned to fishing. However, Lake Turkana is overfished, and scarcity of food and pastureland is fuelling long-standing conflict with Ethiopian indigenous Dhaasanac, who have seen grazing grounds squeezed by large-scale government agricultural schemes in southern Ethiopia. The Dhaasanac now venture ever deeper into Kenyan territory in search of fish and grass, clashing with neighbours. Fighting between the communities has a long history, but the conflict has become ever more fatal as automatic weapons from other regional conflicts seep into the area. While the Turkana region is short of basics like grass and ground-water, it contains other resources including oil reserves and massive, newly discovered underground aquifers. Picture taken October 12, 2013.

Image: REUTERS/Siegfried Modola

Ruth F. Sanabria
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Se llama espirulina. Es su forma de espiral, y no sus propiedades, la que le da nombre. Porque los múltiples beneficios que reporta para la salud esta microalga de color verde azulado en realidad allanan —no retuercen— el camino para acabar con la desnutrición. A pesar de que se ha hecho popular recientemente —ya hay quien la llama el oro azul—, la espirulina es un ser vivo “tan primitivo que está a medio camino entre una planta y un animal, pertenece a la familia de los primeros organismos que aparecen en la Tierra hace 3.500 millones de años”, indica la bióloga Paula Rivero.

Ya en la Conferencia Mundial de la Alimentación de Naciones Unidas del año 1974 se definía la espirulina como uno de los mejores alimentos para el futuro de la humanidad. Mucho antes, tampoco había pasado desapercibida para la civilización azteca. “Está documentado que cuando fueron los colonizadores a México, los locales recogían del lago Texcoco una especie de masa verde, la filtraban, la secaban en telas de filtros y se lo comían. Hay dibujos de la época de todo esto y también se decía que los corredores comían esa masa verde y lo utilizaban para transmitir información de un lado a otro del país, explica Rivero.

Hoy sabemos que se trata de una cianobacteria. Es decir, una bacteria capaz de hacer la fotosíntesis, precisa la bióloga. “En los años sesenta, unos belgas hicieron una expedición transahariana y cuando llegaron al lago Chad se dieron cuenta que la población que vivía alrededor, los kanembú, diferían en su constitución física del resto de poblaciones que habían visto y no presentaban carencias nutricionales, así que empezaron a investigar. Observaron que las mujeres iban al lago a filtrar una masa verde, la secaban y preparaban una especie de galleta a la que llamaban dihé, que luego vendían en el mercado”. Así que los belgas cogieron una muestra del lago, regresaron a su país y la analizaron. Fue entonces cuando se dieron cuenta que estaban ante uno de los alimentos más completos que existen a nivel nutricional y el más rico en proteínas y en hierro.

Image: Dietetica Ferrer

Rivero lleva dos años trabajando en el proyecto Spiruline Sahra’Oui, que busca aprovechar las propiedades de la espirulina en el Sahara Occidental, donde, según un informe de Oxfam, en 2015, la incidencia de anemia era de aproximadamente el 60% entre las mujeres. "Para los niños saharauis, estos elevados índices de anemia constituyen una carga desde su nacimiento. Según Unicef (el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), entre el 25% y el 30% de los niños que viven en los campamentos sufren déficit de crecimiento, lo cual afecta irreparablemente al desarrollo cerebral”, subraya el documento.

“Pero es un campamento de refugiados y se necesita una inversión muy grande”, aclara Rivero para añadir que la financiación del proyecto se consigue mediante donaciones privadas y la organización del festival La Spiruchonade, celebrado en Francia. Por eso, necesitan más recursos y por ahora se centran en distribuir en el Sáhara estas microalgas desde otros lugares de producción africana. “Llevamos espirulina de Burkina Faso y les pedimos que la tomen con moringa, que es un alimento rico en vitamina C que sí está presente porque una ONG americana la plantó hace años”, explica.

Rivero, con un proyecto bautizado Microgreen, se ha propuesto ofrecer la microalga como una alternativa para mejorar la alimentación desde tres ámbitos: consumo, investigación y cooperación. La idea cubre desde la distribución de este alimento hasta la creación de un Banco Mundial de Espirulina para identificar todas las variedades que existen de esta microalga y “proponer a los diferentes productores a nivel mundial, tanto comerciales como humanitarios, la cepa que mejor se adapte a sus requerimientos”; y combatir la desnutrición promoviendo la incorporación de espirulina en la dieta de poblaciones subalimentadas.

Este último objetivo han llevado recientemente a Rivero a otro país africano: “En Etiopía las posibilidades son muchísimas, porque se podría conseguir una productividad de espirulina mucho más elevada gracias a cultivos asociados a los lagos naturales que allí hay. El Ministerio de Sanidad se mostró abierto a que le enviáramos propuestas: la espirulina es el futuro”.

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