Resilience, Peace and Security

Tres tensiones en ciberseguridad que amenazan la convivencia 

German Defence Minister Ursula von der Leyen speaks with under-Secretary for Foreign and Security Policy Christoph Heusgen before the weekly cabinet meeting at the Chancellery in Berlin, Germany, May 17, 2017. REUTERS/Hannibal Hanschke - RTX365Y2

La ministra de Defensa de Alemania, Ursula von der Leyen Image: REUTERS/Hannibal Hanschke

Juan Luis Manfredi
Periodista. Director Observatorio del Sector Público , ESADEgov
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La ciberseguridad ha madurado. Tan de golpe, que apenas hemos tenido tiempo para asimilar la génesis, la evolución o las futuras líneas de actuación en la definición e implementación de las políticas de seguridad y defensa. Lejos queda la visión romántica, incluso idealizada, de unos ataques realizados por adolescentes desde el cuarto de casa con una pésima conexión por modem. En el imaginario de la ficción colectiva, los hackers adolescentes que cambian sus notas o que asustan al director del instituto con alguna broma pesada preconfiguraron nuestra relación con la seguridad digital. Hoy tenemos –literalmente– ejércitos de soldados virtuales que toman posiciones, capturan enemigos, contaminan el río con información falsa y se apropian de bienes ajenos. No es tiempo para los juegos de guerra de la generación de Stranger Things.

La ciberseguridad es conocimiento, espectáculo y poder, a la manera de la geografía política de Yves Lacoste. En la dinámica interna de los Estados, me interesa en especial la ciberseguridad electoral, porque representa el corazón de la democracia deliberativa y las sociedades abiertas. El hecho de que se falseen los resultados o bien se manipulen los procesos electorales abre una nueva generación de amenazas a la convivencia. En la dimensión externa, los efectos se identifican en el rediseño de las fronteras reales y virtuales, en la capacidad de ejecución efectiva de las políticas y la nuevas – o ¿eran viejas? – propagandas. Estas ideas representan la primera de las tensiones, de corte clásico, que obliga a la toma de postura entre libertad y seguridad. Los acontecimientos recientes invitan a doblar la apuesta en materia de seguridad a costa de renunciar a cierta privacidad. Una de las dos tiene que ceder para que la otra sobreviva. No importa qué decisión se tome: el individuo pierde en las dos situaciones.

El hecho de que se falseen los resultados o bien se manipulen los procesos electorales abre una nueva generación de amenazas a la convivencia.

El segundo dilema es la elección entre transparencia y confidencialidad. La convivencia entre los principales actores de las relaciones internacionales, que son el cuerpo diplomático, las fuerzas armadas y los periodistas, nos lleva a señalar distintos tipos de relación con la información en aras de la seguridad. Los diplomáticos navegan entre la diplomacia abierta y la secreta, según los objetivos. El exceso de transparencia liquida la confianza entre las partes. El exceso de celo provoca que la opinión pública alimente el mito de las elites tecnocráticas que dirigen el mundo. Los militares consideran la información un activo estratégico, cuentan con redes de inteligencia que tratan de anticipar los acontecimientos porque ya saben qué decisión tomará el contrario. El periodismo de investigación busca sacar a la luz lo que unos y otros pretenden ocultar, interpretar o maquillar. A estos tres actores básicos, se le suman las corporaciones multinacionales, las organizaciones no gubernamentales, los lobbies, las naciones sin Estado y otros tantos nuevos interesados en el diseño del mapa de las relaciones internacionales a través de la comunicación y la seguridad por vía de la legitimidad, la atracción y la colaboración o la competencia.

La última disyuntiva plantea la elección entre la libertad de expresión y el discurso del odio, la propaganda más servil. El ciudadano es libre de informarse, en la terminología de Isaiah Berlin, sin las interferencias de otras instituciones o agentes interesados. El ideario minimalista de origen estadounidense considera que la libertad de expresión compite en el libre mercado y se imponen las mejores ideas para la sociedad. Holmes, juez del Tribunal Supremo, acuñó en 1919 que el bien último de la libertad de expresión se obtiene mejor en el “libre mercado de las ideas”. Se nos supone una cierta capacidad racional, que rechaza las “peores ideas” o aquellas que resultan perjudiciales. Pero la realidad es otra: el individuo es pasional y parte de numerosos sesgos cognitivos. Por eso funciona la propaganda y, por eso mismo, la doctrina europea protege el pluralismo político y fomenta la inclusión de las minorías. El gobierno de la democracia mediática requiere un fino equilibrio entre la protección de las minorías, el enriquecimiento de la esfera pública y el desarrollo del mercado de las ideas. No es fácil establecer barreras artificiales entre “nuestra” buena propaganda y “su” malvado deseo de imponer una visión del mundo.

Las noticias falsas han alterado nuestra capacidad de análisis, ha dificultado la comprensión de los fenómenos internacionales y ha dinamitado la credibilidad de la prensa como intermediaria autorizada.

El trilema de la diplomacia contemporánea, que es el agregado de las tres tensiones, tiene efectos en las políticas de ciberseguridad. En primer término, porque afecta al conocimiento del entorno. El éxito de la propaganda reside en que no la reconocemos. Las noticias falsas han alterado nuestra capacidad de análisis, ha dificultado la comprensión de los fenómenos internacionales y ha dinamitado la credibilidad de la prensa como intermediaria autorizada. La guerra virtual sobre las percepciones tiene efectos directos en los prejuicios y estereotipos.

El segundo bloque de consecuencias se acomoda en la economía internacional y el desarrollo de las instituciones financieras internacionales. La ciberseguridad es un riesgo real en los flujos de capital. Es fuente de conflicto en la manipulación de las divisas mediante operaciones no transparentes. El dinero virtual sirve para financiar el terrorismo global y su persecución es aún más compleja. La “securitización” de la economía desincentiva la innovación y la competencia global. Sin el adecuado desarrollo de la ciberseguridad, los riesgos de no mercado se multiplican.

El tercer eje de estudio afecta a las políticas públicas. La ciberseguridad tiene efectos en la defensa, la salud, las infraestructuras o la competencia. Es necesario dotarse de un nuevo aparato instrumental que con autoridad pública - con criterios de política democrática – consiga los efectos deseados. Es el tiempo de una implementación innovadora, sea a través de la colaboración público y privada, el control de las infraestructuras (titularidad de la licencia, desarrollo tecnológico, concentración de poder) o la intervención en la elección de las tecnologías. Estamos ante una política de largo alcance que afecta al desarrollo individual y al ejercicio de las libertades. La virtualidad es real porque entre el móvil desde el que escribo esta reflexión a la vida real hay ya una sola línea de continuidad. No es un videojuego, sino el escenario de nuestras vidas.

En síntesis, transitamos un nuevo periodo de las relaciones internacionales. Mark Leonard y Anne-Marie Slaughter aciertan a caracterizar la conectividad como una fuente novedosa de poder. No se corresponde con lo que habíamos estudiado. No se ha escrito un manual de instrucciones que nos provea de soluciones. Es un paisaje que combina el territorio natural, el entorno humano y la dimensión digital. Por eso, es cambiante y necesitamos nuevas metodologías que nos permitan avanzar. Por eso, estamos aquí. Es un tiempo maravilloso.

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