Web 4.0: así es el Internet que viene (¿con spoilers?)

A visitor to the Sydney Botanical Garden's inaugural contribution to the Vivid Sydney light festival takes a picture of the 'Cathedral of Light' during a preview of the annual interactive light installation and projection event around Sydney, Australia May 25, 2016. REUTERS/Jason Reed      TPX IMAGES OF THE DAY      - D1AETGBAZAAA

Image: REUTERS/Jason Reed

Redacción

Web 4.0, Internet contextual, Internet ambiental… se llame como se llame hay una nueva Internet en marcha. Es imparable. Crece a tu alrededor mientras lees estas líneas. Es posible encontrarla en esa cafetera conectada que tiene a punto el café cuando se le indica. O en esa puerta que se abre automáticamente mediante NFC.

Podemos mirar con escepticismo, por supuesto. Esta cuarta generación de Internet aún está en sus primeros pasos. Pero los principales estadistas apuntan hacia una dirección clara, una donde el 10% de la población mundial cuente con algún tipo de prenda de vestir comunicada con Internet e incluso ese Internet of Everything disponga de mayor ubicuidad que el agua potable o la electricidad.

Todos tenemos un pasado, incluida Internet

Al principio no había nada. Un vacío total y absoluto: ni espacio, ni tiempo, ni materia organizada. Y, hacia finales de los sesenta, la agencia ARPA dijo “hágase”. Y llegó el correo electrónico más primitivo, sobre texto plano.

ARPAnet fue el primer proyecto de conmutación de paquetes de red

ARPAnet fue el primer proyecto de conmutación de paquetes de red. Es decir, el enrutamiento y transferencia de datos dentro de una red informática. Los estadounidenses Paul Baran, Lawrence Roberts y Leonard Kleinrock, bajo la dirección de Robert Taylor, le dieron forma. Y Robert E. Kahn y Vint Cerf diseñaron el protocolo de red estándar TCP/IP. Esto es lo que se conoce como Internet 1.0.

Viajemos hasta 1995. Concretamente hasta la navidad de ese año. Tim Berners-Lee —quien en 1989 ya había diseñado la primera comunicación cliente-servidor, el popular HTTP— crea lo que entendemos por «triple uve doble». La WWW supuso el principio de las páginas interconectadas en las que entrábamos y salíamos sin apenas interacción. Y la dona, al decidir que todos sus estándares fueran de libre uso, regalando así el artefacto democrático más poderoso del siglo.

Internet hoy

Mientras que aquella internet crece en velocidad y contenidos, un tal Massimo Marchiori, padre de HyperSearch, le regala el algoritmo de su metabuscador a Google. Algunos blogs y redes sociales se benefician de esta herramienta, del posicionamiento estratégico, mientras que al mismo tiempo se da un paso firme hacia la llamada Web 2.0. Wikis, blogs, redes sociales, aplicaciones web, alojamiento de vídeos son algunos de los servicios que ejemplifican a una nueva iteración caracterizada por permitir a los usuarios interactuar y colaborar entre sí.

Hoy se indexa y compila más información sobre los usuarios que nunca en nuestra historia

Damos un paso más. Estamos en 2008 y contamos con un flamante smartphone. Bueno, tampoco es tan flamante, es un iPhone o Blackberry de la empresa que permite hacer casi cualquier cosa soñada. Nace lo que entendemos como «web semántica», la Red 3.0, donde los algoritmos optimizan la búsqueda en pos de un lenguaje más natural. Se indexa más información, se individualiza a la vez que se copa de botones sociales.

Ya no vemos un vasto mundo codificado, sino una experiencia personalizada. Pero aún accedemos al contenido de forma lineal: más rápido e intuitivo, pero siguiendo esa máxima de «prioritario/interesante/irrelevante». Comenzamos a leer sobre revolución social, sobre cloud y fog computing, sobre nuevas riquezas (como Evan Spiegel), streaming de contenidos y comercio digital, con Amazon a la cabeza. Hasta hoy.

Un Internet ambiental

Un comportamiento más inteligente y predictivo, un conjunto de acciones que analizan y razonan cada mota de información, comunicación máquina a máquina (M2M) y aprendizaje profundo. Este es el sustrato tecnológico y social de la Web 4.0. Y si ella cambia, nosotros cambiamos con ella. O, como mínimo, nuestra comunicación e interacción con las propias herramientas.

Información transformada en contexto para salvar vidas: mientras estás corriendo un ratito por la mañana, tu smartwatch detecta una subida agresiva de ritmo cardíaco y alerta al centro médico más próximo. Un altavoz inteligente como Alexa escucha ruidos extraños en una habitación de tu hogar y comienza a grabar un posible hurto. Vehículos inteligentes que detectan un accidente previo a acontecer:

Este «Internet ambiental» supone la etapa final de aquel viejo servicio que interconectaba ordenadores y personas. Ya no escribiremos «taxis en Madrid». Con decir «venid a recogerme» el servicio entenderá que estás buscando un servicio público, utilizará tu posicionamiento GPS y te ayudará. El resto es cosa suya. Porque no estamos hablando de un servicio pasivo, sino uno inteligente, uno que analiza la pregunta y estructura la respuesta en torno a los distintos condicionantes ambientales.

Criptomonedas y bancos digitales

Y si el dinero es el motor que mueve el mundo, el nuevo dinero nace de Internet. Sistemas como blockchain (cadenas de bloques) agilizan las transacciones y le dan una nueva capa de seguridad a la banca tradicional. En la Web se imprime, se acuña y se gestiona, gracias a las criptomonedas. Cada transacción conlleva una ID única y cada moneda (virtual) tiene nombre y apellido: Internet es ahora un gran libro contable.

Podemos llamarlo bitcoin o Ethereum, podemos acuñar divisas de distinto valor. Los principales grandes bancos llevan años invirtiendo en sus wallets con criptomonedas ajenas o versiones más o menos propias: Santander usa su propio Blockchain, BBVA con Coinbase, Bankinter con Coinffeine, etcétera. Cada día, miles de nuevos dispositivos se agregan a este sistema de transacciones.

Y los sistemas de cobros tampoco se quedan atrás: nacen servicios como Cardlytics, SigFig, LearnVest o Payoneer que hacen desaparecer las barreras idiomáticas y las pasarelas con recargos y lentas comisiones, a favor de transacciones locales e inmediatas.

Internet para vivirla

En definitiva, al igual que ahora disfrutamos de la simplicidad de nuestra conexión de banda ancha en casa y no nos preocupamos de lo que hay detrás, esta nueva Internet que ya se abre paso será transparente para todos los usuarios, ya que conectará todo aquello que nos rodea.

Y para hacerlo posible, cuatro pilares fundamentales: comprensión del lenguaje natural (NLU), realizando un análisis semántico y morfológico de cada palabra; uso de esa información según el contexto e historial de usuario; nuevos modelos de comunicación máquina-máquina (M2M), gestionada de forma autónoma en la nube; y nuevos modelos de interacción, más intuitivos, como podrían ser chips subcutáneos para desplegar HUDs holográficos o incluso interfaces virtuales sin necesidad de usar gafas, tan sólo a través de chips de retina.

Así que no hay que preocuparse si Internet desaparece, porque lo hará. Se ocultará en segundo plano para dar un nuevo paso, el 4.0.

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