¿Qué son los aranceles, cuán antiguo es el concepto y para qué sirven hoy en día?

El término "arancel" apareció 23 veces en el más reciente informe Chief Economists Outlook del Foro Económico Mundial. Y con razón.

No es sorprendente que las personas encargadas de comprender e interpretar la economía global estén preocupadas por estos impuestos a bienes fabricados en el extranjero. Después de todo, el rango punitivo de los aranceles que la nueva administración de Estados Unidos está considerando ha sido descrito como un desastre inminente, capaz de agravar una situación geopolítica ya volátil.

Muchos economistas ven los aranceles con escepticismo, especialmente en momentos de inflación ya elevada, una molestia con el poder de desgastar el tejido social y afectar elecciones.

Esto se debe a que, cuando los países aplican aranceles, las empresas suelen trasladar el costo adicional de sus importaciones a los consumidores, lo que no sólo encarece los productos en los estantes, sino también los insumos del extranjero que las empresas locales necesitan para ensamblar bienes destinados a la exportación.

Otro aspecto de los aranceles es que los países tienden a responder de manera recíproca. Resulta que aplicar una herramienta anticuada a las economías globalizadas del siglo XXI puede resultar en un ajuste incómodo.

“Los economistas son famosos por no estar de acuerdo en muchas cosas”, dijo Larry Summers, economista y exsecretario del Tesoro de Estados Unidos, durante un panel en Davos. Sin embargo, pocas cosas generan más consenso en la profesión que la idea de que aplicar aranceles amplios y sostenidos “probablemente no sea positivo desde el punto de vista económico”, afirmó.

Aunque su popularidad varía con el tiempo, los aranceles han perdurado durante miles de años.

Si los aranceles ponen tan nerviosos a los economistas, es válido preguntar por qué siguen atrayendo a los funcionarios gubernamentales. ¿Son alguna vez una buena idea?

Aplicados de manera quirúrgica, pueden ser una forma justificable de fomentar industrias y empleos locales. Pueden corregir los efectos de productos baratos que se importan para socavar a las empresas locales o servir como un medio para que los gobiernos apoyen sectores de la economía considerados vitales para la estabilidad, la seguridad o ambas.

En un sentido más inmediato, también pueden ser una fuente significativa de ingresos para el gobierno.

Palmira, una antigua ciudad comercial en lo que ahora es Siria, codificó su régimen arancelario en un bloque de piedra caliza en el año 137 d.C.; los aplicaba a importaciones como esclavos y perfumes. Cualquiera puede ir a ver esa piedra caliza inscrita en un museo en Rusia. Bueno, no cualquiera. Una cantidad considerable de personas ha recibido advertencias de no viajar a Rusia tras su invasión a Ucrania hace casi tres años, uno de los muchos signos recientes del empeoramiento de la fragmentación global.

Después de conquistar Constantinopla en 1453, el Imperio Otomano impuso aranceles a muchos bienes que solían fluir regularmente a través de la ciudad cosmopolita. Eso obligó a los exploradores a buscar nuevas rutas marítimas.

Un par de siglos después, un ministro francés aplicó aranceles elevados a los productos ingleses y neerlandeses, que a veces alcanzaban el 100 % (haciendo que las tasas propuestas por Estados Unidos, con un máximo del 60 %, parezcan una ganga en comparación). Según algunos historiadores, una de las consecuencias fue una guerra sin un resultado satisfactorio para Francia.

Las políticas proteccionistas de ese ministro dejaron tal huella que dieron lugar a su propia categoría epónima: el “colbertismo.”

En el siglo XIX, Estados Unidos recurrió ampliamente a los aranceles para impulsar sus propias industrias. La contribución de estas medidas a la economía del país, o al menos la magnitud de dicha contribución, es un tema debatido. Sin embargo, parece haber un mayor consenso en que la economía profundamente proteccionista que resultó concentró enormes cantidades de riqueza y aumentó drásticamente la desigualdad.

Otra verdad incómoda que señalan los economistas: el impacto doméstico de los aranceles tiende a recaer con más fuerza sobre los hogares pobres.

Imponer aranceles sobre metales, por ejemplo, podría beneficiar a comunidades que dependen de una fábrica local de aluminio de propiedad nacional. Pero también podría perjudicar a comunidades que producen y exportan bienes fabricados con numerosos componentes extranjeros, como automóviles, y eso sin contar las represalias arancelarias de otros países.

En un momento en que la colaboración parece cada vez más escasa, optar por moverse aún más agresivamente en la dirección opuesta podría tener una amplia variedad de repercusiones.