Avances tecnológicos y desarrollo humano: una historia de dos mundos

En los últimos años, el progreso tecnológico ha sido transformador. Ha habido avances históricos, especialmente en las tecnologías de la información y la comunicación. Soluciones como la inteligencia artificial (IA), la robótica avanzada y la transformación digital están remodelando profundamente las industrias y nuestra vida cotidiana. Impulsan la productividad en múltiples sectores. Según un informe del McKinsey Global Institute, la IA podría contribuir con 13 billones de dólares adicionales a la economía global para 2030.

Sin embargo, los resultados de la tecnología, como el rápido crecimiento económico y la mejora de la calidad de vida, no se distribuyen de manera uniforme. Mientras que algunos países logran aprovechar el poder de la tecnología para sus comunidades, otros no están equipados para hacerlo. Uno de los ejemplos más evidentes de cómo la tecnología deja una gran parte del mundo sin acceso a esos beneficios es la brecha digital. En los países desarrollados, el internet de alta velocidad, los teléfonos inteligentes y el acceso a tecnologías avanzadas son omnipresentes, ofreciendo oportunidades para la educación, el empleo y el avance económico.

Sin embargo, más de dos mil millones de personas no tienen acceso a una conectividad de datos confiable. La tasa de penetración de internet en África subsahariana es del 39%, en comparación con casi el 93% en Europa.

La falta de infraestructura digital básica deja a las comunidades marginadas, incapaces de participar plenamente en la economía global. Mientras que muchos de los países más ricos del mundo continúan alcanzando niveles récord de desarrollo humano, los países más pobres siguen por debajo de sus niveles previos a la crisis del COVID-19.

La desigualdad en el mundo está aumentando nuevamente: después de 20 años de convergencia, la brecha entre los países más ricos y los más pobres ha comenzado a ampliarse desde 2020. El resultado es una creciente desigualdad, que agrava la polarización política y crea un estancamiento global necesitamos abordar con urgencia. Estas disparidades plantean una pregunta crucial: ¿cómo podemos aprovechar la tecnología para mejorar el desarrollo humano en todas partes, no solo en unas pocas regiones?

Los avances tecnológicos por sí solos no pueden fomentar el progreso humano. Es esencial integrar estos avances con instituciones inclusivas y centradas en las personas que promuevan la equidad y las oportunidades para todos. Como lo demostraron los laureados con el Nobel de Economía de este año —Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson— las sociedades con un mal estado de derecho e instituciones explotadoras no logran generar un crecimiento sostenible ni un cambio positivo. Solo las instituciones inclusivas pueden promover el crecimiento económico y el desarrollo humano en todas sus dimensiones (evitar el hambre, la mala salud y las privaciones sociales) y, al mismo tiempo, garantizar la igualdad de género y de ingresos y el acceso a una educación de calidad.

En otras palabras, el futuro del desarrollo humano depende de nuestro compromiso colectivo para construir una sociedad global inclusiva y equitativa que logre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El ODS 8, por ejemplo, pide un crecimiento económico inclusivo y sostenible, empleo pleno y productivo, y trabajo decente para todos. Esto solo se puede lograr cuando los gobiernos y las empresas se comprometen con este objetivo e invierten en tecnología y políticas centradas en las personas.

El desarrollo humano se mide en función de tres factores:

En cada una de estas áreas, la tecnología puede ayudar, siempre que tengamos la determinación colectiva de utilizarla para el bien común.

La transformación digital en la gobernanza puede ser un cambio radical. Estonia, en Europa del Norte, ha adoptado un enfoque digital-first que permite acceder a casi todos los servicios gubernamentales en línea, lo que aumenta la transparencia y reduce la burocracia. De manera similar, la IA está revolucionando los sistemas judiciales, agilizando la gestión de casos y asegurando una entrega más rápida de la justicia en muchos países.

La tecnología también puede desempeñar un papel crítico en el fomento de un crecimiento impulsado por el empleo, especialmente en las economías en desarrollo. La IA, la automatización y otras tecnologías emergentes tienen el potencial de crear millones de nuevos empleos. Un informe del Foro Económico Mundial estima que la IA y la automatización podrían generar 97 millones de nuevos empleos globalmente para 2025.

Ruanda ofrece un ejemplo prometedor. La asociación del gobierno ruandés con la Universidad Carnegie Mellon para establecer un centro regional de excelencia en educación en TIC ilustra cómo los países en desarrollo pueden aprovechar la tecnología para impulsar la creación de empleo y el crecimiento económico. Se necesitan iniciativas similares en todo el Sur Global para garantizar que las tecnologías emergentes fomenten la prosperidad inclusiva y contribuyan al logro de los ODS.

El ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, dijo una vez: “Nuestro desafío es garantizar que la globalización se convierta en una fuerza positiva para todas las personas del mundo, en lugar de dejar a miles de millones de ellas atrás, en la miseria”.

El rápido ritmo del avance tecnológico tiene un inmenso potencial para mejorar vidas. Al combinar la innovación tecnológica con una gobernanza inclusiva y realizar inversiones específicas en educación, salud e infraestructura, y al alinearnos con la determinación colectiva de cumplir con los ODS, podemos enfrentar este desafío y crear un mundo más justo y equitativo donde el desarrollo humano florezca en todos los rincones del planeta. Podemos garantizar que los beneficios de la era digital sean compartidos por todos.