Así se las ingenian las grandes ciudades para diseñar el mundo pos-COVID-19
París está animando a sus ciudadanos a que vayan más en bicicleta. Image: REUTERS/Charles Platiau - RC21PG9VOK9K
Un 85% de la población afectada por la COVID-19 vive en áreas urbanas. A su vez, más del 80% de la fuerza de trabajo global se ha visto afectado por el confinamiento de una manera total o parcial. Esto nos lleva a fijar la mirada en las ciudades como focos de contagio cuya normalidad post-pandemia debe orquestarse mediante medidas que buscan preservar la llamada distancia social.
¿Qué está haciendo el Foro Económico Mundial en relación con el brote de coronavirus?
En el pasado, la población de las ciudades fue capaz de responder a las pandemias trasladándose a la periferia, pero recientemente muchas de nuestras ciudades han rehabilitado los cascos históricos, los downtowns, para convertirse en zonas atractivas para vivir, salir, trabajar, en un paradigma urbano que ha hecho que el factor aglomeración, al ahorrar recursos de infraestructura, y favorecer los intercambios sociales, se haya convertido en un modelo deseable, al combinar la esencia de lo urbano y la interacción con la eficiencia de recursos.
Sin embargo, con la COVID-19, todo esto ha quedado cuestionado.
¿Son las ciudades, tal y como las conocíamos, seguras y saludables para vivir?
Sostiene el sociólogo Richard Sennet que, en este tiempo de pandemia, les toca a los arquitectos dar con la fórmula maestra que combine la densidad y la distancia física. Algo así como un equivalente de los patios chinos: los shikumen.
¿Qué medidas estamos viendo a este respecto en las distintas ciudades del planeta, ahora que estamos planteando un retorno a una nueva normalidad? ¿Cómo varían las propuestas en las distintas ciudades del globo?
Partamos de un hecho, y es que el espacio y la distancia son una construcción social. Por este motivo, hablar de distancia social como una medida de protección significa hablar de la distancia física a la que estamos a salvo de la propagación del virus, aunque ambos términos sean asimilables.
De hecho, recientemente la OMS ha cambiado la terminología para empezar a usar el término distancia física, que alude exclusivamente a la necesidad de mantenerse a distancia en metros, pero conservando el contacto y los lazos sociales.
El concepto de distancia social procede de George Simmel (1858–1918), un sociólogo alemán que fue quien primero habló de la experiencia de la vida social en la ciudad en base a la distancia. Fue Simmel quien definió la distancia social como una forma de preservar el necesario anonimato en las urbes de finales del siglo XIX, y de algo todavía más importante para definir la experiencia de lo urbano: la figura del extraño, alguien próximamente físico, pero socialmente lejano.
En nuestra cotidianeidad global urbana hay iniciativas que buscan resolver esta noción de distancia física. Lo que sigue es un repaso a alguna de estas medidas.
En Nueva York, Meli Harvey, una arquitecta experta en diseño computacional, identificó gráficamente que apenas era posible mantener la distancia física reglamentaria si uno iba caminando. Esto era especialmente acuciante en Brooklyn o en el distrito financiero, ya que cuando se hizo la planificación urbana de esas zonas se priorizaron ante todo los vehículos. Por ello identifica las aceras con posibilidades de distanciamiento social.
La capital lituana ha decidido asignar sus espacios públicos a bares y cafeterías para alentar la reapertura de restaurantes bajo las medidas de distanciamiento físico requeridas. Así, ha convertido el espacio al aire libre en una gran cafetería al aire libre. A principios de mayo ha permitido la reapertura de casi todas las tiendas, lo que ha conllevado que los restaurantes y cafés pongan sus mesas fuera, de forma gratuita, para apoyar a los propietarios de bares y restaurantes y garantizar el distanciamiento físico, mientras se respetan las medidas de seguridad: separación de al menos 2 metros, y todos con mascarillas.
La ciudad de Milán ha anunciado su plan Strade Aperte o plan de “calles abiertas” para favorecer a los peatones y ciclistas sobre los automóviles. Para reducir el uso del automóvil, el área de Lombardía va a reutilizar 35 kilómetros de carreteras durante el verano, después del bloqueo del coronavirus, transformándolas en calles amigables para el peatón. Una de las principales arterias comerciales de la ciudad de Milán, Corso Buenos Aires, pasará de una movilidad rápida a una lenta. El tramo, de 8 km., tendrá un nuevo carril bici y aceras más amplias.
El diseñador Umberto Menasci ha diseñado una serie de estructuras para garantizar la visita a la playa, de forma segura. Y es que, a medida que se acerca el verano, muchos países que se han visto gravemente afectados por la pandemia tienen que dar solución a la experiencia de las zonas costeras. Su solución es SafeBeach, que combina áreas divididas para relajarse con estrictas medidas de distanciamiento.
Otro estudio de arquitectos, HUA HUA Architects, ha imaginado un uso nuevo para los espacios públicos. El programa Gastro Safe Zone tiene como objetivo apoyar los negocios gastronómicos estancados mediante la regulación de la comida al aire libre y asegurando las medidas de distanciamiento social requeridas. El primer prototipo del estudio ya se ha instalado en las calles de Brno, en la República Checa.
En México se han inventado la figura de una heroína con super poderes, Susana Distancia, cuyo nombre funciona como un juego de palabras “su-sana distancia”, alguien que cuando extiende sus brazos crea un espacio de 1,5 metros que hace que se mantenga la distancia reglamentaria. México es el segundo país más poblado de América Latina.
En Tailandia son más prácticos, y marcan la distancia en los ascensores, que son espacios muy reducidos, haciendo que cada usuario mire a una esquina distinta. Tal vez no se mantiene la distancia física reglamentaria, pero sí la social y simbólica, ya que las cuatro personas que montan se hacen inmediatamente extraños, al darse la espalda.
En Karachi (Pakistán), al igual que en Nairobi (Kenia), la forma de mantener esta distancia física en las colas es marcando con tiza círculos y rectángulos en el suelo.
La necesidad de diseñar una fórmula urbana que aúne seguridad y preserve la capacidad social es importante. Antes de la pandemia, tanto Bogotá como París, denominadas, “ciudades de 15 minutos”, planteaban un modelo urbano en el que todo lo que se hacía diariamente era accesible en 15 minutos. Más que de distancia, se hablaba del tiempo que se tardaba en llegar a lo que a la gente le importaba. La ciudad de Panamá, por su parte, tiene una política tan restrictiva de confinamiento que la distancia física está garantizada, ya que hay toque de queda entre las 9 de la noche y las 5 de la mañana.
Evidentemente, la forma de plantear una economía autorregulada, donde cada ciudadano mantiene una distancia de 1,5 metros, como plantean los Países Bajos, es otra medida estratégica de gran calado, que tal vez está aquí para quedarse, sin saber todavía las consecuencias sociales. La distancia física es determinante, pero siempre que no implique la pérdida del contacto social.
Sin embargo, no podemos olvidarnos que hay problemas más acuciantes. Un ejemplo: más de la mitad de la población en América Latina vive de la economía informal. Los vendedores callejeros, los músicos, millones de personas deben salir diariamente a a la calle para mantener a numerosos miembros de su familia. A su vez, a mucha gente le hace falta una vivienda con agua corriente, a la que 34 millones de personas de la región no tienen acceso. La campaña #ParaQuedarteenCasaHayQueTenerUna#, organizada por 62 organizaciones y 207 activistas y académicos, reivindica precisamente eso: una vida digna en la ciudad.
Miremos, por lo tanto, más allá de la mal llamada distancia social.
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