Alimentos y cambio climático: por qué comer solo productos de temporada
Image: REUTERS/Agustin Marcarian
Nos preguntamos qué comer en un mundo que se calienta.
Desde aguacates hasta arándanos: algunos de nuestros alimentos preferidos viajan miles de kilómetros antes de llegar a nuestro plato.
Comer o no comer. Aunque tal vez la pregunta sea esta: qué comer en un mundo que se calienta. Imbuidos en plena Cumbre del Clima, ya hemos sacado en claro que la urgencia de la crisis planetaria resulta incuestionable. Pero no solo de clima vive el ser humano, al llegar la hora del almuerzo nos asaltan ciertas dudas. ¿Ataco el aguacate ecológico o me tiro a por la hamburguesa vegetal? O tal vez te preguntes qué pasa por comerte de postre unos arándanos peruanos.
Lo cierto es que sí pasa algo. Aunque no vayamos a solucionar el calentamiento del clima a golpe de tartera, lo que comemos sí contribuye al calentamiento de nuestro planeta. Así de rotundo. De hecho, nuestros alimentos son responsables de entre el 21% y el 37% de los gases contaminantes que lanzamos a la atmósfera.
Nuestra alimentación influye en el calentamiento del planeta de distintas formas. Primero, cuando se destruyen bosques para hacer sitio al ganado y al cultivo de plantas, como cereales, escapan a la atmósfera grandes reservas de carbono almacenado en los árboles y en el suelo, y calientan el planeta. También influye el metano liberado cuando vacas y ovejas digieren su comida, o el producido en los arrozales.
Y las emisiones durante el cultivo y la recolección de verduras, la cría de los animales e incluso durante el proceso de envasado y procesado. Finalmente, algunos alimentos viajan en neveras durante semanas emitiendo CO2 (entre otros gases) hasta mercados repartidos por todo el mundo. Más contaminación. Y más gases de efecto invernadero. De ahí los llamados alimentos kilométricos. Es lo que tiene comer en un mundo globalizado.
Pero seamos justos: en general, lo que comemos importa más que la procedencia del alimento. Lo normal es que un producto de origen animal, como la leche de vaca o un filete de ternera, tenga mayor huella de carbono que su alternativa vegetal, digamos una bebida vegetal o un trozo de tofu, hecho con avena o soja; mejor aún si esa alternativa procede de un productor local y prescinde del envasado de plástico o tetrabrik. Aunque lo mejor para el planeta será elaborarlo en casa.
De hecho, el transporte de los alimentos es responsable tan solo del 6% de las emisiones. Pero si sumamos todos los viajes, se acumulan un montón de toneladas de gases de efecto invernadero. No es que las cerezas australianas o los arándanos chilenos no estén ricos, es que la huella climática de su tránsito resulta enorme: 1.800 kilos y 3.100 kilos de CO2 por trayecto respectivamente. A esto hay que añadir lo que contaminan por viajar en neveras para garantizar el buen estado.
Por eso surge el movimiento de alimentación kilómetro cero: aquella que ha sido cultivada o producida cerca de casa, en granjas próximas o por productores locales. En definitiva, que proceda de un radio inferior a 100 kilómetros. Puesto que no necesitan recorrer grandes distancias, estos alimentos ahorran energía durante su transporte y lanzan menos gases contaminantes.
Dicho de otro modo: calientan menos el planeta. No se trata de un cambio revolucionario ni de ser un hípster, sino de hacer lo que han hecho nuestros abuelos desde siempre: comer alimentos locales y de temporada, lo que la huerta dé en ese momento. Huelga decirlo, pero se trata de buscar alimentos que sean de temporada allí donde vivimos.
Por mucho que las bananas estén de temporada casi todo el año en Ecuador, comerlas en Asturias o en Madrid no equivale a comer de temporada. Conclusión: en invierno busca alimentos de temporada, como espinacas (sin bolsa), puerros, cebolla, ajo y frutas como la naranja y las peras. Y pregunta a tu frutero por el origen: así evitarás los alimentos que han viajado miles de kilómetros hasta llegar al plato, y cuidarás del planeta.
Si puedes, la forma más fiable de comer de modo más sostenible es cultivar tus propias verduras. Lo sé: qué más quisiéramos. Si no tienes espacio en casa, puedes apuntarte a un huerto vecinal e incluso hacer trueque de alimentos con otros agricultores. Si lo tuyo no es mancharte las manos, los grupos de consumo también resultan socorridos: ponen a nuestro alcance productos locales y de temporada.
También puedes acudir al mercado de productores; pero no asumas que todo el producto que encuentres será local: pregunta antes para asegurarte. Otro truco para reconocer la comida de cercanía: en los mercados, la fruta o verduras de temporada suelen estar de oferta, ya que hay exceso. Y recuerda, lleva tu propia bolsa de la compra y llénala de verduras que parezcan frescas y resulten abundantes: suele funcionar.
Eso sí: si quieres frenar el cambio climático, busca alimentos de temporada antes que orgánicos o, mejor aún, que reúna las dos características. Un aguacate con sello de ecológico no ha sido producido con fertilizantes artificiales, lo que resulta genial para el planeta. Pero ello no implica que su huella de carbono, o su contribución al cambio climático, sea necesariamente menor.
Este sello no nos cuenta qué cantidad de agua o de energía ha necesitado para crecer. Tampoco nos dice cuántos kilómetros ha viajado ni cómo, o cuánto ha durado su conservación. Por eso dice Greenpeace: hay que optar por alimentos ecológicos, locales y de temporada, y que sean producidos por pequeños agricultores.
Si prescindes de la comida y bebida basura -productos muy procesados, poco nutritivos y con alto contenido en azúcares, sal y grasas poco saludables- no solo lo agradecerá tu salud; estarás dando un respiro al planeta. Un estudio realizado en Australia revela que comer bollería, pizzas o lasañas congeladas y refrescos, entre otros alimentos poco saludables, aumenta en otro tercio el impacto de la alimentación sobre el planeta, considerando el gasto de agua, el consumo de tierra, las emisiones contaminantes y el gasto energético.
Los veganos y vegetarianos no se salvan: por mucho que la hamburguesa veggie prometa ser más saludable, si se trata de un alimento procesado, puede que tampoco resulte la opción más sostenible. Y por más que las lentejas o las alcachofas enlatadas supongan para el planeta una alternativa más sostenible que la carne, si las cocinamos en grano o frescas en lugar de comprarlas enlatadas, damos otro respiro climático a nuestro planeta.
Un gran cambio es a veces la suma de pequeños gestos, uno de ellos puede ser la tartera sostenible. Y si es local, mejor.
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Aditi Mukherji
22 de noviembre de 2024