El cambio climático golpea más a los pobres. La prueba está en los ciclones de Mozambique
Image: REUTERS/Mike Hutchings
Cuando los expertos dicen que los impactos del cambio climático recaen de manera desproporcionada en los pobres, se refieren a regiones como la provincia Sofala de Mozambique, a pueblos como Nguineia y a mujeres como Adel.
De pie frente a lo que queda de su casa, Adel cuenta una historia potente de cómo sobrevivió cuando recientemente un ciclón arrasó su aldea. Está decidida a reconstruir su casa, replantar sus cultivos y llevar a su hija a la escuela, pero su futuro es incierto.
Los ciclones todavía se llaman "eventos naturales", pero hasta 1994 ningún ciclón de categoría 5 había azotado la costa del continente africano. Solo este año, dos ciclones de gran intensidad han golpeado a Mozambique. Conforme aumenta la temperatura del mar, más agua se evapora en las nubes de cada sistema de tormentas. A medida que las tormentas crecen, giran más rápido; y cuando llegan a tierra, causan más daño.
Cuando el ciclón Idai desató su fuerza destructiva en marzo de 2019, golpeó a una de las comunidades más pobres del planeta. El ciclón inundó las tierras alrededor del puerto de Beira en la provincia de Sofala, que probablemente sea la más pobre en uno de los países más pobres del mundo. Llegué a la aldea de Nguineia al norte de Beira, después de conducir dos horas y caminar una hora por campos inundados, para documentar el impacto del ciclón y la respuesta de la comunidad internacional.
En enero de este año, me fui de la Reunión Anual del Foro Económico Mundial en Davos con escalofríos por las predicciones de desigualdad desenfrenada y eventos meteorológicos catastróficos cada vez más frecuentes. Las inesperadas estrellas del evento fueron el triunvirato ambiental de David Attenborough, Jane Goodall y Greta Thunberg.
Attenborough presentó una perspectiva visual sobre un mundo impactado por un cambio climático fuera de control. Goodall vinculó la pobreza con la degradación ambiental. Finalmente, Greta Thunberg, la joven activista contra el cambio climático, cuyos sermones fogosos evocan la visión de un futuro sombrío, desafió a los asistentes a la conferencia a enfrentar la posibilidad de un daño irreversible si la humanidad no cambia su forma de vivir.
Lo que vi en Mozambique, rodeado de casas sin techo, bloqueado en todas direcciones por los esqueletos de árboles rotos, y con el cólera esparciéndose por toda la población, fue una visión distópica, no del futuro, sino del presente.
Mozambique tiene una historia de infortunios. Hace 1000 años, los traficantes de esclavos comenzaron a saquear sin descanso esta región. Luego, hace 500 años, en la primera oleada de globalización, las exploraciones de Vasco da Gama llevaron a los portugueses al sur de África. Los colonos extrajeron todo lo que pudieron, incluyendo minerales valiosos, piedras y metales preciosos, marfil, madera, carbón, e incluso, trabajadoras sexuales Finalmente, hace apenas 45 años, Mozambique logró su independencia, pero ha pasado casi la mitad de este tiempo envuelto en guerras civiles. Todos estos conflictos han sido financiados con fondos extranjeros: guerras de poder que fueron parte de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, guerras religiosas o ambas. A la lista de esclavitud, colonización y política de la Guerra Fría, se debe agregar la malaria y el cólera endémicos, y una de las tasas más altas de VIH y SIDA en el planeta.
La región de Sofala no tiene el poder político que se concentra en el sur de Mozambique, y muy poco de la riqueza de petróleo y gas que ha hecho que muchos países estén interesados en esta nación tan pobre. La ciudad portuaria de Beira tuvo su apogeo a principios de la década de 1970, cuando fue, durante un corto tiempo, uno de los complejos turísticos más lujosos de toda África. Sin embargo, la demanda de instalaciones portuarias de Zimbabue, que no tiene salida al mar, ha disminuido, conforme el ingreso de bienes importados en estos días tiende a venir por las líneas ferroviarias. Los servicios de pasajeros se dirigen hacia el oeste desde Beira solo una vez por semana, pero los trenes en la dirección opuesta llegan muchas veces al día para entregar carbón a los barcos. Las carreteras financiadas por China y construidas por contratistas chinos, facilitan la exportación ilegal de madera africana a las fábricas de muebles chinas.
A principios de marzo de 2019, comenzó a formarse un sistema de tormentas en la costa de Madagascar. El ciclón Idai creció en intensidad, pero se alejó del continente africano. Entonces, sorprendiendo incluso a varios expertos, giró 180 grados y se estrelló contra la costa.
El ciclón tocó tierra directamente sobre Beira. Después de atravesar la ciudad, se dirigió hacia el oeste, recorriendo aldeas como Nguineia con vientos de 150 km/h y vertiendo billones de litros de agua en el proceso. Esto provocó una inundación de dos metros de profundidad que se extendió a lo largo de cientos de kilómetros cuadrados.
Recorrió 400 kilómetros tierra adentro, y luego, casi sádicamente, giró y volvió a azotar las aldeas que había arrasado en su camino hacia el interior. Para cuando Idai regresó al mar, había cobrado cientos de vidas, arruinado cultivos y tiendas de alimentos, y dejado a un millón de personas parcial o completamente sin hogar.
Los vientos destruyeron medio millón de árboles: gigantes de hasta 100 años fueron arrancados de cuajo o simplemente partidos por la mitad. A medida que el agua crecía, rompía las orillas del río Zambeze y arrastraba gran parte de la capa de tierra fértil junto con un estimado de 100 millones de desechos plásticos hacia el Océano Índico.
Si bien es una observación terrible, debo decir que en realidad la mayoría de las personas no perdieron mucho porque, en primer lugar, casi no tenían nada.
La comunidad internacional llegó rápidamente cuando ocurrió la tragedia, y se coordinó un gran esfuerzo de ayuda. En palabras de un veterano trabajador de socorro de emergencia, la respuesta no fue perfecta, pero fue mejor de lo que la mayoría había visto anteriormente.
Hay mucho que celebrar cuando las organizaciones humanitarias del mundo llegan en multitud. También es cierto, tal vez, que probablemente la única actividad tan contaminante como una guerra son los esfuerzos de socorro. Sin embargo, si existe un momento que justifique volar en grandes aviones, entregar comida en helicóptero y llevar una flota de jeeps con aire acondicionado, es cuando una enorme cantidad de personas tienen una gran necesidad.
Pero la llegada de la comunidad de ayuda internacional a Mozambique también puso de relieve la brecha de riqueza internacional y la falta de justicia climática.
Durante más de un siglo, los escritores europeos han calumniado a esta parte del mundo como la "red de alcantarillado de África", una referencia injusta sobre el poderoso Zambeze mientras fluye hacia el mar. Nunca ha estado tan claro que, en realidad, una clase de personas crea el desperdicio, y otra clase tiene que lidiar con él.
Una cosa es hablar sobre el aumento del nivel del mar desde la seguridad de un centro de conferencias. Otra cosa es cuando las tormentas traen una marejada de seis metros.
Pareciera que estamos habituados al daño que estamos haciendo. Las imágenes de las luces de 10 carriles de automóviles en una autopista en Los Ángeles pueden parecer casi escultóricas, pero un único Land Cruiser de 100.000 dólares, estacionado al lado de una choza que apenas se mantiene en pie, es estremecedora. Adentro del jeep, el conductor espera con aire acondicionado; mientras que afuera, la casa se ventila de manera natural por la falta de techo.
Quizás el efecto más inquietante del impacto del hombre es el silencio. Tan inseguro es el suministro de alimentos que un cuarto del año se conoce como la "temporada del hambre". La vida silvestre se ha convertido en el desafortunado objetivo de los hambrientos, y el silencio que escuchas en medio del campo es el sonido de la naturaleza desprovista de aves.
Las personas como Adel no caminan como zombies con las manos en busca de limosnas. No es la versión cinematográfica del Apocalipsis, todavía. En teoría, aún tenemos tiempo, y eventos como este pueden ser vistos como mensajes del futuro para ayudarnos a evitar la peor versión.
Los seres humanos no somos famosos por ralentizar o cambiar nuestra trayectoria, pero cada tendencia debe terminar en algún momento. El ciclón Idai cambió su dirección. Y si la naturaleza puede cambiar, ¿no podemos nosotros también?
Durante una serie de ciclones sin precedentes en Mozambique, Peter Holmes à Court y la fotógrafa Alissa Everett viajaron a la aldea de Nguineia para documentar el impacto. Fueron asistidos por la Red de Catalizadores de Desarrollo Local y por la Misión de Empoderamiento Global, una ONG estadounidense que se especializa en la entrega rápida de socorro de emergencia a través del uso de socios locales.
Peter Holmes à Court, escritor
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