¿Quién teme a los humanos digitales?
Image: REUTERS/Dado Ruvic
En la maraña de nuevas terminologías sobre la tecnología, el concepto de humano digital podría referirse a ciertos seres que se diferencian de los simplemente humanos porque no padecen la tecnofobia de las humanidades tradicionales, pero tampoco comparten ciegamente la tecnofilia de los posthumanos o transhumanos.
Los humanos digitales se diferencian de los simplemente humanos porque no comparten resistencias ni prejuicios contra la tecnología; no la ven como amenaza ni temen que la especie sea destruida por inteligencias artificiales y/o robots; no desean regresar a un pasado idealizado. Aceptan que su existencia ha sido alterada por la tecnología para siempre y que no hay marcha atrás.
Pocas personalidades como Perry Barlow –un primer humano digital–, fundador de la Electronic Frontier Foundation, han conseguido plantear la necesaria distancia entre las obsoletas humanidades y las urgentes reformulaciones para entendernos en el presente digital. En 1996 hizo pública la Declaración de independencia del ciberespacio: “Gobiernos del Mundo Industrial, gigantes vetustos de carne y acero, yo vengo del Ciberespacio, el nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro, les pido a ustedes, del pasado, que nos dejen en paz. No son bienvenidos entre nosotros. No tienen soberanía alguna ahí donde nos reunimos. […] Declaro que el espacio social y global que estamos construyendo es por naturaleza independiente de las tiranías que buscan imponernos. No tienen derecho moral para gobernarnos, ni poseen métodos de coerción que sean verdaderamente de temer. […] No nos conocen, ni conocen nuestro mundo. El ciberespacio no recae dentro de sus fronteras. […] crece por medio de nuestras acciones colectivas. […]”.
La Declaración de independencia del ciberespacio [en inglés; en español] describe el medio ambiente digital que comenzaba a gestarse, en el que gente de cualquier geografía, raza o género empezó a reunirse y tener cierto sentido de electorado político.
Los humanos digitales también se diferenciarían de los cíborgs porque estos son cuerpos de recambio que buscan adaptarse a las condiciones de la realidad o incrementar sus capacidades corporales por encima de la arbitrariedad de su biología. En cambio, los humanos digitales se entretejen en los enjambres digitales sin necesariamente cambiar o modificar su apariencia o su corporalidad.
Los humanos digitales se relacionan de manera crítica con proyectos post-humanistas como Iniciativa 2045. Mientras estos disponen de la tecnología más sofisticada para reforzar su corporalidad (prótesis, exoesqueletos, chips) o aumentar sus capacidades cognitivas (nanotecnología, ciberdrogas, etcétera), los humanos digitales no ven al cuerpo humano como algo obsoleto y lo suman a la tecnología que les es útil para organizarse políticamente.
Si los humanos digitales no son simplemente humanos, pero tampoco precisamente posthumanos, entonces ¿qué o quiénes son? Podríamos formular que los humanos digitales son aquellos que avanzan en el futuro sin olvidar las injusticias del pasado; quienes intentan reducir la brecha digital entre humanos y posthumanos; quienes fusionan su inteligencia natural con la artificial.
Es un sentido crítico, Byung-Chul Han piensa que la hipercomunicación digital nos aleja más del otro bajo la ilusión de que nos acerca. El “enjambre digital” está formado en realidad por individuos que no desarrollan ningún “nosotros” capaz de generar una dirección o emprender una acción política común. “El hombre teclea en lugar de actuar”, dice Han.
Comentario muy realista, pues el grueso de los humanos hace un uso idiota de la tecnología, dentro y fuera de la red. Por eso, los humanos digitales encuentran necesario doblegar esfuerzos ampliando y regenerando constantemente las formas activistas en que operan, en tácticas como el hackivismo, el artivismo, o el arthacktivismo para constituir contrapoderes, aunque frecuentemente son cuestionados por la aparente falta de relación entre el impacto mediático y la movilización real. Se cuestiona también su efectividad, ya que la resistencia en la red a veces resulta ser más simbólica que real.
Pero tenemos otros puntos de vista. Pensadores como Juan Martín Prada ven en el enjambre digital una participación y una pertenencia sustentadas en una economía y una gestión de la afectividad, y no solo en el tecleo sin sentido.
Para Felix Stalder: “Las redes digitales son un elemento esencial en la reconstrucción contemporánea de la autonomía y la solidaridad, aun cuando su presencia empírica e importancia varíen entre casos. Por lo tanto, no es ninguna coincidencia que muchos de los valores que han estado insertos en las tecnologías digitales sean prominentes en esta nueva cultura y esto contribuya a la revitalización de acercamientos autonomistas”.
Posturas que identifican la hibridación total entre el mundo digital y el real, pues las acciones en uno tienen efecto en el otro. Y, como dice Alberto López Cuenca: “Ninguna tecnología es simplemente un dispositivo: las tecnologías son las configuraciones sociales y las prácticas que mediante ellas se establecen”.
Por ello, las acciones que llevan a cabo los humanos digitales no solo consisten en compartir o liberar información sino en crear diferentes tácticas de supervivencia colectiva para constituir, precisamente, un “nosotros”. Donde hay vigilancia, crean una contra visibilidad; donde hay estrategias de control crean tácticas de desobediencia; donde hay gestos de dominación cultural hay políticas de representación; cuando hay represión hay organización política…
Si todo ello pudiera parecer utópico, las praxis de muchos humanos digitales con nombre y apellido como el mismo Perry Barlow o Aaron Swartz, Julian Assange, Edward Snowden, Lawrence Lessig, Enric Duran o quienes operan en forma de Anonymous son la prueba contundente de que es posible llevar a cabo acciones políticas en el mundo real gestadas desde el mundo digital.
Es también visible en el terreno del arte, donde los humanos digitales acometen acciones encaminadas a la democratización de la tecnología.
Por ejemplo, el proyecto IO_lavoro immateriale, del colectivo Knowbotic Research, presentado en la Bienal de Venecia de 1999, que consistió en una base de datos colectiva públicamente accesible y modificable que contenía textos en los cuales se discutían las actuales condiciones de producción, economía, trabajo, campo social y esfera pública, entre otros. Los contenidos de esa base de datos y la relación entre las contribuciones de la gente que participó se experimentaban físicamente por el usuario.
O el proyecto Technologies To The People (TTTP, 2011), de Daniel García Andújar, que llama la atención sobre el carácter excluyente de todo orden tecnológico. En palabras del artista, “está dirigido tanto a la gente del llamado Tercer Mundo como a los sin techo, los huérfanos, los parados, los fugitivos, los inmigrantes, los drogadictos, las personas aquejadas de disfunciones mentales y toda otra categoría de "indeseables”. […] es para las personas a las que se les niega el acceso a la nueva sociedad de la información y a las nuevas tecnologías".
Estos casos son pruebas contundentes de que las acciones emprendidas por los humanos digitales no quedan relegadas al terreno de la simulación o a una simple cuestión de Internet. Ni tampoco quedan encerradas en el campo virtual o digital, sino que tienen efectos en el mundo real.
Los humanos digitales son aquellos individuos que, haciendo un uso político de la tecnología, en beneficio de la sociedad, hacen temer a los poderes, económicos, políticos, capitalistas, empresariales, o académicos. El debate está abierto.
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