Los nuevos ‘Silicon Valley’ que revolucionarán el mundo
Image: REUTERS/Daniel Munoz
Silicon Valley ya no es un lugar sino una red global de núcleos tecnológicos dispersos en todo el planeta, desde Australia hasta China pasando por Múnich y San Francisco, que aspira a redefinir el presente para conquistar el futuro. Destacamos siete grandes ejemplos novedosos.
Ha llovido mucho desde que los inversores y la población de todo el mundo empezasen a girar sus cabezas, con un puntito de indignación, para preguntar a los políticos por qué tal o cual país o ciudad no tenían su propio polo innovador de rango global.
Se auscultaban e inspeccionaban al milímetro la cultura, el dinero, el talento, la historia y hasta el papel del Pentágono y la Guerra Fría. Los propios bostonianos, con Harvard o el MIT en su vecindario, no entendían por qué Stanford se había convertido en un alucinante motor para Google y Facebook y sus grandes universidades no. Pero por favor, parecían decirse, ¡si hasta Seattle tiene a Amazon y Microsoft!
Eso hoy ha cambiado en gran medida. Silicon Valley, como decíamos al principio, ya no es exactamente un lugar, sino una red donde se dan cita grandes multinacionales que temen su propia disrupción, los pequeños emprendedores que pueden provocarla y fondos de capital riesgo, inversores personales y mentores y bancos de inversión con amplias conexiones en las capitales financieras mundiales. Comparten una filosofía parecida y miran a California con devoción hasta el punto de que copian algunas de sus ideas, pero nadie niega ya que las raíces culturales, el acceso a financiación y las regulaciones locales sobre los negocios definen, igualmente, su identidad.
Éstos son siete de los protagonistas más novedosos de esa red de disrupción planetaria.
Al mítico Bangalore le ha salido un poderosísimo y emergente rival en Hyderabad, una boyante urbe a 570 kilómetros al norte. Es cierto que esta ciudad lleva dando guerra unos años, pero muy rara vez se había contemplado la posibilidad de que alcanzase el liderazgo tecnológico en India. Eso ha ido cambiando con la implantación en su suelo de nombres ilustres como Google, Facebook, Microsoft y Uber. Es posible que el número de startups que alberga Hyderabad sea ya superior al de Bangalore (casi uno de cada 10 negocios de este tipo se funda en Hyderabad) y todo parece indicar que le disputa la carrera por atraer a las empresas más prometedoras de nuevas tecnologías financieras (fintech). Uno de los objetivos de las autoridades es convertir la ciudad en un enorme hub para experimentar con nuevos sistemas de pagos yblockchain. Acaban de sellar un acuerdo con Visa y Thomson Reuters.
Algunos de los incentivos que están recibiendo las empresas de alta tecnología, más allá del frecuente tratamiento privilegiado para las multinacionales del sector, tienen que ver con subsidios al consumo energético o la supresión del coste administrativo requerido para domiciliar la empresa inscribiéndola en el registro oficial. Todo ello va acompañado de la garantía de que recibirán suficiente suministro eléctrico, algo que no es ninguna tontería en un país acosado por los apagones y los problemas de infraestructuras. En paralelo a todo eso, los políticos están llevando a cabo distintos clústeres productivos, que sirven para agrupar en racimos a empresas, proveedores y a veces reguladores de un mismo sector para facilitar los intercambios de conocimiento.
El Silicon Valley de China fue, durante años, Shenzhen, una región continental muy próxima a Hong Kong y uno de los emplazamientos que escogían las multinacionales manufactureras de la gran ciudad para externalizar la producción pesada. Siempre contó con la fabulosa ventaja de estar a medio camino entre la antigua colonia británica y la inmensa Cantón, que quedaba algo más de 100 kilómetros río arriba. Ahora es la casa de dos gigantes tecnológicos chinos como Tencent o Huawei.
Es importante tener en cuenta el poder de Shenzhen para valorar el empuje de un rival que le hace sombra y, a veces, también lo eclipsa. Pekín se ha convertido en la sede de JD. com, una de las mayores plataformas de comercio electrónico del mundo, del segundo buscador más importante del planeta (Baidu) y de uno de los competidores más brutales de Uber en Asia (Didi Chuxing).
La capital de la segunda potencia mundial ha dejado de ser sólo un centro administrativo hipertrofiado y ha pasado a transformarse en un trampolín tecnológico donde los emprendedores pueden formarse en una de las mejores facultades de ingeniería del mundo (Tsinghua), acceder a unas ayudas públicas que no tienen paralelo en Silicon Valley, poner a prueba sus productos en un mercado local de más de 25 millones de personas conectadas mediante unas infraestructuras digitales y físicas propias de Europa y sumergirse en un entorno poblado por startups que ya son gigantes locales como China Internet Plus (especializada en la venta por Internet y en la comida a domicilio) o internacionales como el fabricante de móviles Xiaomi.
La capital de Kenia se ha convertido en el hub tecnológico más importante de África oriental. Samsung o Intel han abierto allí sus oficinas, posee una red de alta velocidad comparable con la de las capitales de los principales países emergentes, los inversores de capital riesgo y los emprendedores de muchos países vecinos han convertido Nairobi en lo que se ha llamado, con cierta exageración, la “Sabana de Silicio” y no es casualidad que allí hayan nacido proyectos tan deslumbrantes como M-Pesa, que lleva 10 años haciendo posibles los pagos y las transferencias, remesas incluidas, con el móvil. M-Pesa tiene más de 20 millones de suscriptores y ha cerrado, recientemente, un acuerdo con PayPal que podría catapultar su influencia como herramienta para el pujante comercio electrónico de la región.
El principal motor de la transformación tecnológica de Nairobi fueron los incentivos para que se localizasen servicios de atención al cliente. Querían seguir el ejemplo de India. Además, han creado un amplio abanico de incentivos fiscales (rebajas de impuestos), subvenciones, facilidades administrativas, programas de planificación urbana para concentrar empresas con mucho en común en el mismo vecindario e iniciativas de modernización de las infraestructuras (hablamos no sólo de carreteras sino también de cables para que los datos viajen por Internet a alta velocidad o de una adecuada red de suministro eléctrico).
La capital del estado de Jalisco, Guadalajara, llevaba años intentando acercarse al sueño de convertirse en el Silicon Valley de Latinoamérica. Ahora alberga a 15 multinacionales como Oracle o IBM, cuenta con una tupida red de pymes que manufacturan componentes electrónicos para ellas y ha apostado desde hace algún tiempo por startups como Kueski, dedicada a la concesión digital de microcréditos. Todo ello ha abonado un terreno lleno de ingenieros altamente productivos y bien pagados.
El Presidente estadounidense, Donald Trump, puede suponer una bendición y una maldición para este polo tecnológico: por un lado, los jóvenes latinoamericanos (y sobre todo mexicanos) más talentosos que no se sienten bienvenidos por las nuevas regulaciones migratorias ya han empezado a recalar en Guadalajara después de ser deportados de Silicon Valley o de licenciarse en el MIT; por otro lado, esta ciudad vive, como decíamos, en gran medida de fabricar unos componentes tecnológicos que, y este es el matiz, mayormente se exportan a un vecino del norte cada vez más dispuesto a imponer trabas al comercio.
Es una de esas situaciones que nunca dejan de asombrar a un estadounidense. En la primera potencia mundial, las ciudades más prósperas e icónicas no coinciden, normalmente, ni siquiera con las capitales de sus estados. Por eso y por el mito de que en Washington D.C. todos politiquean, hacen papeleo y nadie trabaja, a los estadounidenses les sorprendería comprobar que la capital de su país quizá se parezca más a Silicon Valley que Boston o Seattle y, por supuesto, mucho más que Nueva York o Chicago.
Los motivos, además de la evidente ventaja de situar la sede cerca del regulador, son que Washington D.C. es la quinta urbe con mayor porcentaje de profesionales en el sector tecnológico (la tercera si quitamos a los intratables San Mateo y San Francisco, las dos poblaciones que ocupa el núcleo de Silicon Valley), que es la cuarta con mayor proporción de trabajadores del conocimiento y que es la tercera con más licenciados. El talento favorece a la capital del Potomac.
Además, cuenta con un hervidero de startups que ha dado mucho que hablar en los últimos años y que, por ejemplo, ha demostrado que las mujeres pueden jugar un papel mucho más relevante en el sector tecnológico fuera del club masculino en el que se ha convertido Silicon Valley. En Washington D.C., ellas cobran casi lo mismo que sus colegas hombres (un 95%) y ocupan un 41% de los puestos en los sectores de alta tecnología en comparación con la media nacional del 26%.
Alemania refleja, en cierto modo, la aproximación de la Unión Europea a la batalla global por poseer un grandísimo polo tecnológico nacional. La idea, básicamente, es no tener uno solo sino muchos, aunque ninguno de ellos pueda competir por separado con Silicon Valley. Han identificado las ventajas competitivas de un puñado de ciudades medianas o grandes y están desarrollando versiones diminutas e hiperespecializadas.
Así, Berlín se dedicará a fintech e Internet de las cosas, Leipzig y Dresde a Internet de las cosas, sistemas inteligentes y energía, Fráncfort a fintech, Colonia a insurtech (nuevas tecnologías adaptadas a los seguros), Hamburgo y Dortmund a la logística, Potsdam a innovación para medios de comunicación, Stuttgart a manufacturas disruptivas, Múnich a todo lo relacionado con movilidad, Karlsruhe a la inteligencia artificial, Nuremberg/Erlangen a medicina electrónica y Ludwigshafen/Mannheim a las industrias químicas.
El objetivo es rociar con dinero público a las ciudades que tengan hechuras -por talento, por perfil de empresas, por centros de investigación y universitarios, por ubicación geográfica, etcétera- para potenciar los sectores que deberían generar las innovaciones sobre las que se va a sostener la Cuarta Revolución Industrial.
Australia ha visto cómo, durante décadas, sus jóvenes más talentosos hacían las maletas y se iban a emprender sus proyectos a Silicon Valley. Esa maldición es la que, de algún modo, está mitigando el órdago innovador de Melbourne, que ya es la ciudad australiana donde están enclavadas las sedes de algo más de la mitad de las principales empresas tecnológicas locales, además de los cuarteles generales de IBM, Microsoft o Intel. El sector de nuevas tecnologías factura ya más de 20.000 millones de euros y emplea a casi 100.000 personas.
Uno de los sectores por los que está apostando claramente la administración es el de los nuevos sistemas de pago, transferencia de dinero y concesión de créditos mediante los datos masivos y la inteligencia artificial. En marzo del año pasado, las autoridades recibieron una buena noticia: una de las mayores incubadoras de Silicon Valley había decidido abrir una delegación allí. Esa es la prueba de que algo se mueve en el sector de las startups. Los jóvenes más talentosos de Australia ahora sí se lo podrán pensar dos veces antes de hacer las maletas.
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