¡No escriba el proyecto, dibújelo!

Ramón Oliver

Un cuadrado, cuatro equis y una raya dispuestos sobre un trozo de papel. Es toda la información que contiene el misterioso mensaje que el magnate minero George Hearts hace llegar hasta el prostíbulo que regenta su enemigo Al Swearengen. Está a punto de desencadenarse la guerra total entre ambos por el control de Deadwood, un minúscu­lo pueblo perdido en las montañas de Dakota, convertido en epicentro de la fiebre del oro que sacude EE UU durante la segunda mitad del siglo XIX. Swearengen y sus secuaces se devanan la sesera tratando de descifrar el criptograma hasta que el intrigante proxeneta da con la clave. Hearst se burla de él adelantándole sus planes de ataque. “Pongamos que el cuadrado es la puerta de nuestro local y la raya representa la barra del salón”, deduce en voz alta. “¿Y qué son las equis?”, preguntan sus desconcertados ayudantes. “Asesinos”.

En este capítulo de la tercera temporada del clásico de HBO, Deadwood, la sagacidad de su protagonista para interpretar representaciones visuales de la realidad le acaba salvando el pellejo. Quizá para las empresas no se trate de una cuestión de vida o muerte, pero sí parece que empiezan a darse cuenta de que el llamado visual thinking (pensamiento visual) puede serles de gran utilidad también a ellas. “La incorporación de herramientas visuales proporciona a las organizaciones nuevas maneras de interpretar, abordar y solucionar situaciones complejas. Y también de acometer retos que requieran diferenciación en sus interacciones con los clientes”, resume Javier Alcázar, director de Alcaz Consulting.

El interés por las representaciones visuales no tiene nada de nuevo. Desde las pinturas rupestres hasta los jeroglíficos egipcios, la humanidad se ha comunicado gráficamente. Sin embargo, en los últimos tiempos parece que lo visual cobra un impulso inusitado. “En esta era de la inmediatez queremos encontrar soluciones a golpe de clic, y una buena imagen nos ayuda a tomar decisiones más rápidamente”, argumenta Alcázar. Carmen Bustos, fundadora de Soulsight, destaca la utilidad de esquemas y dibujos para entender y transmitir conceptos complejos. “Ayudan a sintetizar, quedarse con lo importante y priorizar la información”, explica.

No son sus únicas ventajas. Alcázar subraya también su capacidad para desarrollar el “pensamiento metafórico, imprescindible para encontrar similitudes entre conceptos dispares y generar innovación”. Además, agrega, “aportan inmediatez, simplicidad, síntesis y son más fáciles de memorizar”. Una lista a la que Bustos incorpora el componente emocional. “Cuando trasladas ideas visualmente se reduce la incertidumbre y se consigue que el receptor tenga una posición más abierta y cercana. El Word, el Excel, los correos electrónicos…, todas esas herramientas tradicionales con las que solemos trabajar activan la parte racional del cerebro. Pero las imágenes estimulan la imaginación y el pensamiento creativo”, señala.

¿Quién no ha garabateado alguna vez el signo del dólar para referirse al dinero? El poder de símbolos y signos como vehículos de comunicación es apabullante. Especialmente, dice el ingeniero industrial Gian-Lluís Ribechini, en entornos globalizados en los que conviven personas de muy diferentes culturas y países. “La imagen es más universal que la palabra y da menos problemas de comprensión. El mismo término de un mismo idioma puede significar cosas muy distintas dependiendo del país o incluso de la región en la que te encuentres”.

El auge de esta forma de comunicarse abre nuevas vetas de empleo para perfiles que hasta hace muy poco tiempo parecían incompatibles con determinados hábitats profesionales. Según Carmen Bustos, las cualidades de un artista tienen sitio hasta en las empresas más tradicionales. “Son personas que sienten pasión por lo que hacen, miman su obra y están comprometidas con el resultado. Además, son profesionales de acción, que saben leer los cambios y aportan un toque diferencial en proyectos que, por lo general, han sido diseñados por personas de números”.

Basta una servilleta

Pero no es necesario ser licenciado en Bellas Artes para trabajar visualmente. “Un acabado artístico de mucha calidad está bien para entregar o enseñárselo a un cliente, pero para hacer un esquema que transmita una idea de manera eficaz puede bastar la servilleta de un restaurante”, puntualiza Fernando Botella, presidente de Think & Action. De hecho, tercia Miren Lasa, directora ejecutiva de Dibujario, ser un buen dibujante es sólo un ingrediente más dentro de la batería de habilidades que debe cultivar un buen facilitador visual. “Escucha activa, capacidad de síntesis y la variedad de recursos y metáforas visuales que sea capaz de proponer resultan importantes”, asegura.

No falta quien ve en esta corriente un nuevo hilo de conversación para Linkedin con más ruido que sustancia. Ni quien encuentra poco sentido en poner a profesionales hechos y derechos a “jugar” con rotuladores y post-it. Fernando Botella, no obstante, cree que simplificar tanto la cuestión es pasar por alto el componente estratégico que atesora el pensamiento visual. “Cuando un arquitecto traza un boceto del edificio que quiere construir, lo dibuja tal como lo imagina cuando esté acabado. Al plasmarlo en el papel, convierte ese viaje al futuro en un proyecto concreto, palpable y aterrizado en el momento actual”, ilustra.

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