La pregunta correcta sobre desigualdad y crecimiento
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La creencia de que la desigualdad afecta el crecimiento económico se está consolidando entre los responsables de las políticas económicas. Algunos sostienen enérgicamente que los altos niveles de desigualdad pueden tornar imposible un crecimiento sostenido, y hasta pueden contribuir a recesiones. Esta visión está en marcado contraste con la opinión tradicional de que existe una compensación entre igualdad y crecimiento, y que una mayor desigualdad es el precio que se debe pagar para una mayor producción.
Lo que se pierde en la discusión, sin embargo, es si algo de esto es verdaderamente pertinente a la creación de políticas económicas. En mi opinión, no lo es. Si la desigualdad es buena o mala para el crecimiento debería seguir preocupando a los científicos sociales. Pero quienes conducen una economía deberían dedicarse a evaluar resultados y modos de distribución y no a un acertijo que nunca se resolverá del todo.
Tres desenlaces hacen necesario este replanteamiento. Por empezar, mientras que estudios recientes han concluido que niveles superiores de desigualdad producen un crecimiento más bajo a largo plazo, otros datos han cuestionado esta suposición, con argumentos definitivos imposibles de respaldar, en parte porque diferentes causas y tipos de desigualdad probablemente tengan impactos diferentes en el crecimiento.
Segundo, gran parte de la investigación se centra en el impacto de la desigualdad en el crecimiento, y no en cómo determinadas políticas afectan el crecimiento. Lo primero es de interés para los científicos sociales y los historiadores, pero lo segundo es lo relevante para los responsables de las políticas.
Y, finalmente, los políticos por lo general defienden sus políticas en términos de cómo afectan a la clase media o a los pobres, no al promedio aritmético de ingresos en toda una economía -lo que le da igual peso a un incremento de 1 dólar en el ingreso de una persona pobre y en el de un multimillonario-. De manera que, aun si una reducción de la desigualdad fuera mala para el crecimiento general, seguiría siendo buena para el bienestar social en un sentido relevante, si mejorara la situación de muchos hogares en el medio.
La realidad es que las políticas económicas en el mundo real son matizadas y específicas para un lugar en particular, lo que hace que la búsqueda de una sola respuesta a la pregunta de cómo la desigualdad afecta el crecimiento -o cuánto- sea un trabajo de Sísifo. En lugar de preocuparse por cómo equilibrar el crecimiento y la desigualdad, los responsables de las políticas harían mejor en concentrarse en qué impacto tienen las políticas en los ingresos promedio y otros indicadores de bienestar.
Las políticas beneficiosas para todos -definidas como mecanismos de distribución que producen crecimiento y reducen la desigualdad al mismo tiempo- son las más fáciles de evaluar, y las más ventajosas para adoptar. La educación es un ejemplo clásico. Se demostró que las reformas que cuestan poco o no cuestan nada, como mejorar la calidad de la educación primaria y secundaria, fomentan el crecimiento a la vez que alivian la desigualdad. Inclusive las reformas que cuestan más -como expandir la educación preescolar en Estados Unidos- generan beneficios económicos que superan con creces las pérdidas impositivas asociadas con su financiamiento.
Estos tipos de estrategias -que yo llamo políticas de "todas las cosas buenas van juntas"- podrían aplicarse a otros sectores de la economía que hoy se ven presionados por una competencia imperfecta. Políticas antimonopolio más dinámicas, o una mayor propiedad de los datos por parte de los consumidores, podrían fortalecer la competencia y, en el proceso, impulsar la eficiencia y mejorar la distribución de ingresos.
Cualquier política que promueva el crecimiento o reduzca la desigualdad sin afectar de manera negativa la otra variable también se puede clasificar como ventajosa para todos. Una reforma de los impuestos empresariales que sea neutra para los ingresos, por ejemplo, podría aumentar el nivel de producción sin un impacto significativo en la distribución de ingresos.
Resulta mucho más difícil evaluar las políticas que implican una compensación entre crecimiento y desigualdad. A título de ilustración, consideremos los efectos de una hipotética reducción del 10% de los impuestos laborales pagados por un impuesto único siguiendo un modelo de crecimiento de Ramsey neoclásico -un escenario que detallé en un documento reciente para la serie de Olivier Blanchard y Lawrence Summers sobre Repensar la Macroeconomía. Este plan es bueno para el crecimiento, con un incremento de la producción promedio del 1%. Pero para entender de qué manera esta política en verdad funcionaría para los contribuyentes, apliqué el escenario a la distribución real de los ingresos de los hogares estadounidenses en 2010.
Casi todos los hogares en el modelo experimentaron un incremento en el ingreso previo a los impuestos. Pero los impuestos aumentaron para dos tercios de los hogares. Para los hogares de ingresos medios, la mayor tributación se vio compensada por las ganancias, pero el ocio también cayó. Como consecuencia de ello, el cambio impositivo dejó a aproximadamente el 60% de los hogares en peores condiciones, inclusive si el ingreso promedio de los hogares creció, impulsado por las alzas en la parte superior de la escala.
Este análisis no responde la pregunta de si esta política impositiva ilustrativa es una buena idea. Pero es probable que la mayoría de los responsables de las políticas lo rechazaran si entendieran que se alcanzaría un crecimiento con mayores impuestos para las dos terceras partes de los hogares, lo que haría que al hogar mediano le costara mucho más ganar el mismo ingreso luego de impuestos.
Los científicos sociales deberían seguir preguntando si la desigualdad es buena o mala para el crecimiento económico. Hace falta más investigación sobre las variables que afectan el crecimiento, como el ingreso mediano. Los economistas también deberían prestarle menos atención a la desigualdad en el agregado, y más a las políticas específicas que podrían incrementar o reducir la desigualdad.
Pero los responsables de las políticas tienen prioridades diferentes que los economistas. En lugar de repensar la macroeconomía, los responsables de las políticas deben considerar si se pueden alcanzar determinados objetivos para el bienestar social y la distribución a través de medidas ventajosas para todos o mediante políticas que hagan compensaciones provechosas. La respuesta puede residir en obsesionarse menos con los datos agregados y concentrarse más en qué impacto tienen las decisiones políticas en la gente real.
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