La invasión de los drones: desde vigilar exámenes hasta pastorear ovejas
Ensayo para el uso de drones con fines humanitarios (como la localización de charcas donde depositan sus larvas los mosquitos transmisores de la malaria) en la región de Kasungu (Malaui). AMOS GUMULIRA (GETTY)
Un artefacto blanco con hélices, del tamaño de una caja de zapatos, levanta vuelo ante la algarabía de niños y adultos. Con un zumbido agudo se aleja, guiado por control remoto, y desaparece. Es un dron con una misión importante: localizar charcas y reservas de agua donde depositan sus larvas los mosquitos transmisores de malaria. Este aparato, un Phantom 3 de la compañía china DJI, pesa 1,2 kilos y en 20 minutos puede inspeccionar 30 hectáreas de terreno. En el mismo día se procesan las imágenes y se obtiene un mapa de hábitats potenciales en los que diseminar larvicidas.
Agadez (Níger). Este poblado de casas de adobe, en pleno desierto del Sáhara, fue hace siglos un cruce de caravanas. Ahora será la sede de un proyecto multimillonario de alta tecnología. Estados Unidos planea abrir aquí en 2018 una base de drones, la segunda en el país africano. Las aeronaves no tripuladas vigilarán las rutas de contrabando que utilizan los grupos islamistas, como Al Qaeda o el ISIS, para transportar armas y combatientes desde Libia al norte de Malí. También las mafias las aprovechan para trasladar droga e inmigrantes.
Fogueados en el banco de pruebas militar desde finales del siglo XX, los UAV (Vehículos Aéreos No Tripulados), drones en la terminología convencional, se aprestan a dar el gran salto a la vida civil y colonizar nuestra existencia de la mano de la robótica y de la inteligencia artificial. Las aplicaciones, actuales y potenciales, son infinitas. Además de facilitar la vigilancia de fronteras y de cualquier punto de interés militar o policial, así como la observancia directa en tiempo real de escenarios de catástrofes y de actos multitudinarios, los drones permitirán un mayor control del tráfico, prever mejor las trayectorias de tormentas y huracanes y —en el caso de los pequeños ingenios— cumplir también con la función del divertimento: el pilotaje, los juegos, los combates con misiles virtuales...
Nuevas aplicaciones surgen a diario: drones adaptados para atacar los nidos de avispas asiáticas situados en las copas de los árboles, para filmar aves y reproducir sus rutas, para realizar seguimientos, controlar rebaños e incluso para la vigilancia en exámenes de concurrencia masiva. En el universo dron, las aeronaves de gran tamaño conviven con los Black Hornet, un helicóptero que cabe en la palma de la mano y que el Ejército británico utiliza en los entornos urbanos para mirar por encima de los muros. Los drones de juguete de 50 euros se codean con aparatos de cientos de millones de euros. Un fenómeno global a duras penas refrenado por la falta de legislaciones nacionales e internacionales que regulen el sector y aborden los dos grandes retos del momento: la seguridad y la privacidad.
La colonización del cielo ha empezado y a la vuelta de un par de décadas, si no antes, robots aéreos no antropomórficos sobrevolarán nuestras cabezas transportando mercancías y personas. Dron es el concepto de los tiempos venideros que implantará la línea recta allí donde la circulación se enfrenta en tierra a los obstáculos orográficos y a las congestiones y atascos. “La línea recta en tierra tiene costes mayúsculos y las grandes instalaciones aeroportuarias son extremadamente ineficaces en los desplazamientos inferiores a 1.000 kilómetros. Con el tiempo, embarcarnos en los aparatos no tripulados nos resultará tan fácil como ahora abordar el autobús”. indica Mireia Prats, ingeniera aeroespacial. “Se reducirá la duración de los desplazamientos y se eliminarán los tiempos de espera y de acceso a las mega-infraestructuras. La fase del ser humano al volante o a los mandos está agotada y su extinción se ha iniciado ya por tierra, mar y aire”.
Javier Roldán, profesor de Ciencias Políticas y autor del libro La guerra de los drones, calcula que el modelo híbrido tripulado previo a la desaparición total del piloto no durará más de 30 años. En China y Dubái ya se ensaya con pequeños robots-helicópteros y motos-araña autónomos programados para el desplazamiento urbano. “La tecnología está aquí, solo hace falta juntarla. Surgirá una nueva y poderosa industria. El 30% del transporte discurrirá por el aire a través de rutas situadas en cotas más bajas que las de la aviación comercial. La tarea por acometer es integrar la circulación dron en las rutas aéreas convencionales”, asegura Ángel Alonso, ingeniero profesor de la Universidad de León y presidente de AUVSI España (Asociación Internacional para Sistemas de Vehículos no Tripulados). “Trabajamos en el desarrollo conceptual de prototipos de 5, 50 y 500 kilos en misiones de reparto de mercancías, y en un modelo para cuatro pasajeros con una autonomía de entre 50 y 200 kilómetros”.
No hay límites para investigadores y fabricantes. La sustitución de los humanos en los servicios de entrega parece al alcance, sujeta al establecimiento de una logística general. En un futuro no lejano, las empresas de reparto nos avisarán de la hora precisa en que la carta, el paquete o la pizza que estaba esperando aterrizará en la terraza o en la azotea de su casa. “Podemos convertir en dron cualquier aparato, incluidos aviones y helicópteros. Fabricamos y ensamblamos componentes electrónicos con el mismo nivel de exigencia que el de la aviación civil. Ahora desarrollamos un proyecto de Airbus para abrir una ruta de drones en Singapur. Mide un metro, pesa veinte kilos, funciona con baterías y puede transportar una carga de cinco kilos. Es ideal para el reparto de la paquetería”, indica Javier Espuch, 31 años, directivo de Embention, afincada en Alicante.
Mientras los fabricantes, chinos en su mayoría, inundan el mercado con sus drones, minidrones o microdrones de esparcimiento, los inversores toman posiciones y las empresas perfilan los prototipos del mañana. Facebook desarrolla el Aquila, un dron de mayor envergadura que el Boeing 737, que se apoya en la energía solar, aspira a permanecer en el aire 90 días y tiene por misión llevar Internet a los 4.000 millones de personas desconectadas. Amazon y el consorcio chino Alibaba trabajan en proyectos para el transporte aéreo. Y al precio de 115 millones de dólares la unidad, el Global Hawk 872, fabricado por la NASA, puede mantener una vigilancia de 24 horas sobre los principales puntos de tránsito naval del planeta, estudiar una tormenta tropical, peinar España en cinco días e interceptar todas las comunicaciones telefónicas.
Hoy por hoy, las misiones propias de los drones son las que responden a las tres “d”: dull (tedioso), dirty(sucio) y dangerous (peligroso): las inspecciones de las líneas eléctricas, las palas de los aerogeneradores, los subsuelos, alcantarillas, los trabajos complejos y de riesgo humano como el acceso a espacios contaminados y la manipulación de sustancias tóxicas. Adrián Plazas, 32 años, director de General Drones, ha probado con éxito un robot capaz de transportar flotadores hasta bañistas en apuros. “Con 9 kilos de peso tiene una autonomía de 30 minutos”. Actualmente, la mayoría de las 4.500 aeronaves de uso profesional registradas en España se emplean en actividades de fotografía, topografía, vigilancia aérea, búsqueda y salvamento, publicidad, exploración meteorológica, marítima, geológica, petrolífera…
Gracias al GPS y a las imágenes multiespectrales, los UAV facilitan la denominada “agricultura de precisión” suministrando datos sobre la humedad, la irrigación, la utilización eficiente del agua, de los herbicidas, los abonos o la detección de plagas. En Japón, uno de los países pioneros, el 40% de los arrozales están monitorizados con drones. A su vez, la radiometría aérea y el electromagnetismo facilitan la prospección y explotación mineral, de la misma manera que la termografía infrarroja permite localizar los puntos términos, los defectos de aislamiento, las humedades y otras patologías de los edificios. La multinacional china DJI declara iniciada la revolución. “La tecnología dron ya ha empezado a transformar la industria, la agricultura y la construcción”, sostiene Paul Xu, vicepresidente de la firma.
En España, atacar el fuego constituye uno de los grandes objetivos. Los Searcher MKII J del Ejército español han trabajado este verano en la detección de incendios gracias a un acuerdo con la Junta de Castilla y León. Se multiplican las iniciativas animadas con el mismo propósito. Luis Bordallo pretende aplicar en los incendios la técnica militar de las bombas guiadas que aprendió durante su etapa de piloto de caza. “Se trata de sustituir las bombas por drones cargados con agua y enviarlos al incendio. Esos drones partirían de un avión nodriza, un Hércules, por ejemplo, y se deslizarían por las rampas traseras para llegar a los puntos neurálgicos del fuego, soltar la carga y regresar a la base en un minuto y medio. Eso nos permitiría combatir los incendios día y noche, aumentar la precisión y eficacia y evitar que los pilotos de los helicópteros corran tantos riesgos”, explica. La única ayuda con la que cuenta su proyecto son 50.000 euros de la Agencia Espacial Europea.
La aeronave de lucha contra el fuego pilotada por control remoto de la empresa barcelonesa Singular Aircraft es anfibia y puede cargar 2.000 litros de agua. Mide 14 metros de largo por 2 de ancho, ronda los 840.000 euros —treinta veces menos que los aviones tripulados emblemáticos del sector—, y es el resultado de 6 años de trabajo. “Hemos tenido que hacer las pruebas y ensayos en el extranjero porque aquí nos daban largas para los permisos. Ahora, parece que el Instituto Nacional Tecnológica Aeroespacial (INTA) nos otorgará los certificados que permitirán comercializar la aeronave. La tercera parte de los 15 millones de euros invertidos se nos ha ido en impuestos”, se lamenta Luis Carrillo, 47 años, director de la empresa.
El salvamento y la vigilancia inspiran buena parte de los proyectos en marcha. La multinacional española Indra trabaja en la creación de un barco autónomo dotado de robot submarino con radar, cámara y foco y un pequeño dron que le permitirá disponer de mayor alcance de observación. En colaboración con la Xunta gallega, esa misma empresa ultima el Targus, la aeronave no tripulada de uso civil más grande fabricada en España. “El coste de la hora de vuelo de un helicóptero se sitúa entre los 2.000 euros, pero nuestro dron hará esas funciones por la décima parte de ese precio”, subraya José Manuel Pérez Pujazón, asesor de la presidencia de Indra.
Volar de forma autónoma ha dejado de ser la cuestión. La clave es la integración eficiente en el dron de los complejos cócteles tecnológicos y el análisis de las imágenes y datos obtenidos por satélite, visión artificial y big data. Este es el primer territorio de oportunidad de la treintena de empresas españolas que fabrican componentes electrónicos. La segunda área de oportunidad está en el mar, en los UAV marítimos puestos al servicio de la seguridad, el salvamento y el medio ambiente. La autonomía en el agua pasa de minutos a días sin restricciones de peso ni tamaño de la robótica aérea. Tampoco hace falta más autorización que la de Capitanía Marítima.
“Estos artefactos han salvado muchas vidas. En Afganistán nos libraron de emboscadas”
”Todo está dispuesto en el aeródromo de Pajares de los Oteros, en León, para recibir al Searcher MKII J, de fabricación israelí, que regresa a base tras un vuelo de prueba. Desde su cabina de control, un diminuto habitáculo metálico transportable en camión, los pilotos operadores avisan de la llegada del aparato a los especialistas electrónicos y mecánicos, bomberos y operadores de carga. El avión no tripulado llega silencioso, rueda unas decenas de metros por la pista y se detiene en las bandas de frenado. No parece gran cosa: mide menos de seis metros de largo y 8,55 de punta a punta de ala y, sin embargo, esta pequeña aeronave de 308 kilos lleva en sus tripas tecnología como para volar ininterrumpidamente a 120 km/h durante 10 horas y a 4.500 metros de altura.
“Estos UAV han salvado muchas vidas. En Afganistán, nos libraron de numerosas emboscadas”, comenta el capitán Ricardo de La Fuente Vega mientras pasa la mano por el lomo del aparato. “Compartíamos las labores de observación con los italianos. Ellos tenían los Reaper estadounidenses, pero nosotros contábamos con cámaras que permiten distinguir un palo de un antena y eso es, a menudo, lo que marca la diferencia”. Ricardo de La Fuente hizo un curso de pilotaje en Israel —“para ser piloto de dron tienes que pasar las mismas pruebas que las de un piloto normal, incluido el reconocimiento médico”— antes de ser enviado a Afganistán. EEUU, China, Israel, Rusia e Irán son los países con más drones armados, pero según Jaime Cabezas, jefe del Área de Sistemas Aéreos no Tripulados del INTA, “armar los drones es relativamente fácil”. El Ejército español carece en la actualidad de UAV armados, pese a que cuenta también con los Scaneagle y los Raven, —miniaviones espía de 1,9 kilogramos—, y está a la espera de recibir los poderosos Reaper.
En contraste con el uso militar, que parece haber alcanzado una cota estable de madurez tecnológica, las aplicaciones civiles viven en un estado de efervescencia contenida, a la espera de alcanzar el grado de fiabilidad de las aeronaves convencionales y de que la luz verde administrativa acabe por abrir los mercados de par en par. “Una cosa es demostrar que algo se puede hacer y otra probar que el sistema funcionará con fiabilidad”, apunta Jaime Peraire, profesor del departamento de Aeronáutica del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts).
A la euforia inicial del mercado le ha sucedido un brusco frenazo. “Los fabricantes están siguiendo el camino de la telefonía móvil: primero, lanzan sus productos sin haberlos sometido a suficientes periodos de prueba y luego, corrigen los fallos”, denuncia Toni Lonjedo, de Zima Robotics-Drone Spain. “En cuanto confiemos nuestra seguridad a los robots se producirá una gran expansión en todos estos sistemas”. El profesor Ángel Alonso remacha: “¿Acaso no nos fiamos de los ascensores o de los aviones que cogemos? Ellos son mejores aviadores que nosotros. Para estrellar el avión de German Wings, el piloto tuvo antes que desactivar el automático: la máquina no le habría permitido estrellarse contra los Alpes”.
Acabar con el desgobierno en materia de seguridad y privacidad empieza a ser apremiante ya que, como ocurre en los cambios trascendentales, las normativas van por detrás de la realidad. Los incidentes y accidentes provocados por drones se cuentan ya por centenares e incluyen episodios de gravedad con aviones de pasajeros. El Gobierno español ha pedido explicaciones al de Tel Aviv porque su ministro de Agricultura regaló al primer ministro ruso un dron fabricado por la firma española Alpha Unmanned Systems, vulnerando así la legislación que prohíbe reexportar estas tecnologías sensibles, y menos aún a un país sujeto a sanciones de la UE. China ha desarrollado un modelo de UAV cargado de explosivo plástico en el morro que estalla por contacto. Cabe preguntarse qué impide hoy al terrorismo servirse de los pequeños artilugios, ilocalizables e invisibles para los radares.
¿Habría que poner también fin al anonimato de los propietarios de drones de uso particular? ¿El ciudadano debe aceptar que una cámara volante se pasee por encima de su casa? ¿Habrá que dar por finiquitado el derecho a la privacidad y a poder mirar al cielo sin aprehensión? Ya están en marcha proyectos para la fabricación de robots voladores especializados en el derribo y/o secuestro de otras UAV, como por ejemplo, los narcodrones que cruzan la frontera de México con EEUU. Vodafone desarrolla un sistema de red móvil 4G, con efecto similar al radar, que permitirá detener el aparato en vuelo. Indra dispone del sistema ARMS que anula la señal de los equipos de geolocalización del dron y conjura el peligro de ataques. Las principales empresas del sector: las chinas DJi y Yuneec, las estadounidenses 3D Robotics y GoPro y la francesa Parrot trabajan en pos del mismo objetivo. Las leyes españolas prohíben volar drones sobre ciudades y aglomeraciones al aire libre, playas pobladas y campos de fútbol. No se permite volar drones a menos de 8 km de un aeropuerto ni por encima de los 120 metros de altura. El Gobierno acaba de aprobar un Real Decreto para desarrollar y ampliar el marco normativo, que permitirá la aproximación a edificios y los vuelos nocturnos.
El profesor Ángel Alonso admite que el fenómeno dron “va a introducirnos en un período de altísima ansiedad social”, pero cree que los problemas de privacidad y seguridad que acarrean pueden ser encauzados. “El tráfico aéreo estará regulado y supervisado. Las aeronaves no podrán ser pilotadas de manera remota; deberán navegar de manera automática y según un plan de vuelo”, dice. “Las aeronaves y sus operadores deberán estar registradas para que en todo momento se sepa dónde está operando el dron y quién es su responsable”.
El cielo se poblará de robots voladores y nosotros y los propios pájaros –las águilas combaten fieramente a los drones y a veces con éxito-, tendremos que familiarizarnos con estos artilugios zumbantes, serviciales y extravagantes que han venido para quedarse.
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