Martin Wolf: “La recesión democrática da pie a creer en autoritarismos”
Image: REUTERS/Henry Romero - RTSN6N2
Martin Wolf (Londres, 1946), jefe de opinión económica del diario británico Financial Times, participó el mes pasado en Sant Cugat (Barcelona) en unas jornadas del Instituto Aspen y ESADE. Concedió esta entrevista armado con un café solo doble y una locuacidad desbordante. Su única condición: no hablar de la crisis en Cataluña.
Estos movimientos tienen un trasfondo más político que económico. Hace 10 años esperaba una mayor hostilidad contra el capitalismo y menor contra la democracia liberal. Sin embargo, contra el capitalismo ha habido un movimiento débil, que se ha estancado ahora. Me sigue preocupando el proteccionismo de Donald Trump, pero la antiglobalización y el anticapitalismo son muy débiles comparados con los años treinta del siglo pasado. Por ejemplo, apenas se han limitado los movimientos de capitales y solo ha habido una pequeña regulación del sistema bancario. Es verdad que no se han dado nuevos pasos hacia la liberalización de los mercados, pero tampoco ha habido un enorme crecimiento del proteccionismo. El prestigio de los políticos parece haber caído más que el del sistema económico.
Es verdad que Occidente ya no necesitaba defender el capitalismo apoyando a hombres fuertes, pero también había la percepción de que la democracia era un movimiento de éxito y de buenos resultados. Larry Diamond, uno de los grandes estudiosos de la democracia, destaca que entre 1989 y 2007 creció el número de democracias en el mundo: no eran perfectas, pero fueron muchos los países que adoptaron este sistema político, y no solo los del antiguo bloque del Este, sino también de América Latina y de África. Sin embargo, desde 2006, según Freedom House, el número de democracias ha caído. Podemos ver una clara reducción de los valores democráticos en todo el mundo, también en las jóvenes generaciones de los países desarrollados. Varios académicos de prestigio escriben sobre lo que llaman “la recesión democrática”. Las generaciones de posguerra como la mía tienen mayor apego a la democracia como principio que las jóvenes. Hay una recesión global de la democracia que da pie a la creencia en autoritarismos. Y como la izquierda sigue muy desacreditada, la mayoría de estos autoritarismos vienen de la derecha. La globalización era en cierta manera percibida como un movimiento homogéneo que aportaría una cultura global. Hay una reacción nacional, tribal, religiosa, simbólica contra esta globalización, sobre todo desde la derecha.
La característica más habitual de los populismos no es la ideología, sino la fe en un líder carismático. Las diferencias entre Hugo Chávez y Donald Trump son enormes ideológicamente, pero el atractivo común es “yo soy el líder; si me das apoyo, lo cambiaré todo”. En estos movimientos es frecuente el discurso contra el sistema democrático. La mayoría son de derechas, con excepciones como el chavismo. Para la mayoría de gente, esto es tolerable, y en Reino Unido lo vemos, porque consideran que la izquierda ha fracasado. En la hostilidad contra la globalización, en cuestiones de nacionalismo, la opción es la derecha.
Es más que posible; es probable, sí.
Hoy Reino Unido está muy dividido. La sociedad, el Gobierno y la oposición están divididos. Si no alcanzamos un acuerdo, el impacto económico a corto y medio plazo será muy negativo; a largo plazo será negativo. Los partidarios del Brexit culparán a los europeos y también a quienes están en el poder por no lograr alcanzar un acuerdo.
Los partidarios del Brexit acusarán a quienes están en contra; los laboristas culparán a los tories, y con bastante razón. El país acabará más crispado y dividido de lo que está ahora. En Europa también habrá pérdidas, pero serán más pequeñas. La mayoría de europeos dirán que todo es culpa de los británicos, no se sentirán responsables y probablemente no será un asunto de división en la UE. Ha empezado un proceso que tendrá consecuencias dañinas para Reino Unido y dejará dañadas las relaciones con la UE. Pero Europa lo superará bien.
China ha mantenido la demanda gracias a un extraordinario nivel de inversión, expandiendo el nivel de crédito y de deuda a gran velocidad. El retorno de esta inversión ha caído, el margen es cero o negativo. A largo plazo es insostenible. El problema más grave de China es la reducción sustancial del crecimiento. También hay una incompatibilidad fundamental entre el fortalecimiento de un Estado autocrático y la apertura a una nueva fase que permita un crecimiento rápido durante los próximos 30 años. Y la dependencia del crédito cada vez es mayor, porque la economía no se reforma. Con el tiempo, la máquina económica se puede ralentizar, el poder central del partido incrementarse, y podríamos ver cómo China, en 20 o 30 años, empieza a declinar como le pasó a la Unión Soviética. Si esto es así, se generaría una crisis política. Lo que quieren construir en 30 años es una autocracia que gestione una economía de mercado, la más grande y la más avanzada del mundo. Pero si analizas la historia, es normal ser escéptico.
El PIB por habitante es más o menos el mismo que hace 10 años. Una década perdida. Pero el crecimiento de la productividad antes de la crisis era cercano a cero y ahora es mayor. Antes de la crisis había un déficit exterior del 10% del PIB y ahora hay superávit. Ambas cosas indican ajustes estructurales extraordinarios, mayores de lo que yo había esperado de España teniendo en cuenta su historia. Esto ha sido por reformas en el mercado laboral que han permitido incrementar la productividad. La competitividad ha mejorado mucho, lo que ha facilitado un gran crecimiento de la exportación, menor dependencia del crédito y un control del déficit. Pero esto no hubiera sido posible sin la recuperación de la economía global y a la acción del Banco Central Europeo.
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