Profesionales de papel: el creciente mercado de la compra de títulos
Image: REUTERS/Cris Toala Olivares - RTS13NCP
El argumento de que estudiar no sirve de nada va sustentándose cada vez en más pruebas. No es solo que un título no garantice estabilidad profesional, sino que, además, el propio título puede obtenerse sin abrir un libro. Detrás de algunos profesionales (abogados, terapeutas, cirujanos…) con los que te has topado a lo largo de tu vida, puede haber un auténtico vacío de formación: cada vez existen más profesionales de papel.
Monedero en ristre, muchas webs te permiten adquirir la carrera, el máster o el doctorado que se te antoje y utilizarlo como salvoconducto para acceder a puestos de trabajo. El número de personas que adquiere estos servicios ha aumentado en los últimos años.
Una reciente investigación en Canadá ha detectado una industria millonaria de falsificación. La indagación se publicó en el libro Degree Mills: La industria de mil millones de dólares que ha vendido más de un millón de falsos diplomas. Y en un artículo de la CBC calculan que la mitad de los nuevos doctorados que cada año concede Estados Unidos son falsos.
Exponen uno de los casos que acumula más volumen de negocio: la empresa Axact, con sede en Pakistán. La firma se vincula a cientos de escuelas fantasma: «Ninguna tiene dirección física, las fotos de la facultad son a menudo imágenes de archivo, e incluso los sitios web de los organismos de acreditación que citan son falsos», explica CBC. En resumen: una estructura perfecta para ofrecer por cifras de 2.000 o 3.000 dólares diplomas útiles.
La UNESCO arrojó datos alarmantes. De 2002 a 2004, el número de universidades falsas aumentó de 200 a 800. Argentina, China o Corea del Sur figuraban como los países donde más fluye el tráfico de títulos de estudios superiores.
Los procesos de adquisición son fáciles. Con algunas variaciones, se trata de contactar, indicar carrera, nombre y fecha deseada. Luego se ingresa el dinero y el título aparece en el buzón postal.
España no se libra de esta tendencia. En 2011, el Diario de Sevilla informó de que la policía había identificado a 827 personas que habían comprado títulos falsos: diplomas de ESO, Bachiller, módulos o títulos de Enfermería, Arquitectura o Ingenierías.
En 2008, en Málaga, detuvieron a 27 individuos. Gozaban de falsas credenciales como médicos cirujanos, psicólogos, terapeutas físicos, químicos farmacéuticos, ingenieros forestales o historiadores. «Ejercían en clínicas privadas en las que inyectaban silicona o bótox, recetaban fármacos o ejercían como fisoterapeutas», publicó La Opinión de A Coruña.
¿Cómo es posible que cuele, y más en puestos que ponen en juego el bienestar de las personas? Jordi Martí, docente y creador del blog de educación XarxaTIC, cuenta a Yorokobu cuál es la combinación de factores que lo hace posible: «En clínicas privadas, hay muchos médicos que vienen de sistemas educativos extranjeros y que les han habilitado, pero su titulación no es la que se obtiene en un centro público».
«En el caso de Canadá se compraban títulos. Ese es el gran problema, hay tantas universidades en el extranjero que no se tiene posibilidad de estudiarlas todas. Entonces tú presentas el plan de estudios de la universidad, que te lo van a enviar bien bonito, con sello oficial y con todo el expediente, y ya estás habilitado para ejercer determinada profesión», explica Martí. Utilizar estos títulos más allá de restregárselos a las visitas, es decir, emplearlos con el fin de acceder a oposiciones o ejercer una profesión, constituye un delito.
Pero no siempre se trata de falsifcaciones esmeradas en papel. En 2013, la Cadena Ser habló con uno de los ofertantes que aseguraba no vender reproducciones, sino títulos reales de la UNED: «Hay contactos porque mi jefe trabaja en el Ministerio», indicó. Esto continúa constituyendo un fraude, aunque más sofisticado: sin embargo, existen compras legales de títulos.
Vayamos a la raíz. Si preocupa la falsificación, es por los riesgos existentes en que alguien ejerza una profesión para la que no tiene competencias. Si seguimos esta lógica, no pueden desoírse algunas críticas que señalan que ciertas universidades privadas funcionan como máquinas expendedoras de titulaciones: cobran grandes cifras por la matrícula y, en contraprestación, aprueban a todo el mundo.
Martí lo ha denunciado en más de una ocasión: «Muchas empresas están viendo un negocio en el sistema educativo. La valenciana VIU está comprada por el grupo Planeta: un grupo que tiene parte de su venta relacionada con libros de texto y otros recursos, y que aparte compra una universidad para expedir títulos con tasas de aprobados de más del 97% y con unas matrículas que multiplican el precio de la pública», opina.
En 2013, El Confidencial se hizo eco de un informe del sindicato CSIF en el que desvelaba que los profesores de la Universidad a Distancia de Madrid se veían obligados a regalar los aprobados. El periodista indagó y se topó con testimonios de profesores que hablaban de las presiones ejercidas sobre los docentes para subir notas sin motivo.
Los títulos, en estos casos, están homologados por las instituciones, los profesionales que se amparen en ellos no violarán ninguna ley. Sin embargo, a juzgar por informaciones como estas, su capacitación podría ser muy deficiente. «En algunas universidades no hace falta ni que te presentes a exámenes, vale con entregar trabajos», cuenta Martí.
Esta circunstancia abre la puerta a otro intercambio monetario: «El mercado de compra de trabajos en internet es enorme. Buscas un trabajo concreto y encuentras a muchas personas que quieren hacerlo», lamenta. Hay empresas exitosas que se dedican exclusivamente a escribir desde cero trabajos finales y doctorados y que se localizan a un simple golpe de teclado: se anuncian ofreciéndose como «ayudantes» o «asesores» que acercarán al alumno a una buena calificación. En los últimos años, con motivo de los trabajos de fin de grado que instauró Bolonia, el volumen de negocio de estas empresas ha aumentado bastante.
Tanto la compra de títulos directa como el aprobado general a los alumnos por el hecho de pagar matrículas desorbitadas contribuyen igualmente a desprestigiar la imagen de la formación universitaria. Por otro lado, la titulitis de la que adolece el mercado de trabajo (valorando en muchas ocasiones más los diplomas que las capacidades) nos ha instalado en la necesidad de acumular títulos para demostrar nuestra valía incluso en circunstancias en que estos no guardan una conexión real con el puesto de trabajo: hay más probabilidades de conseguir un contrato en una tienda de ropa si uno tiene una licenciatura; los Zaras y los Mangos están repletos de arquitectos, historiadoras, ingenieras o filólogos. Quizás ahí esté también uno de los motivos por los que la falta de honestidad al escribir el currículo empieza a considerarse legítima a ojos de muchos.
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