Las ciudades a la caza de empresas
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Mientras en España hablábamos de huida de empresas, en Estados Unidos uno de los temas de moda estas semanas ha sido el contrario: qué ciudad conseguirá convencer a Amazon para localizar su segunda sede. La compañía de Jeff Bezos anunció en septiembre que está buscando una ciudad en la que prevén invertir 5.000 millones de dólares y contratar alrededor de 50.000 puestos de salarios altos (100.000 dólares de media) en los diez a quince años siguientes a su puesta en marcha. El plazo para presentar propuestas cerró el pasado 19 de octubre, y se han presentado 238 ciudades. Sin duda, ha sido el gran tema de conversación en los círculos de política urbana estadounidense, y hasta el New York Times entró al trapo, haciendo un ejercicio de selección ficticio para Amazon (spoiler, ganó Denver).
La pelea de las ciudades por atraer empresas y talento no es nueva. Organismos como el Banco Mundial llevan tiempo analizando los factores que hacen a una ciudad competitiva. Según economistas como Ed Glaeser, las ciudades atraen gente porque generan oportunidades, y son lugares idóneos para la creación de riqueza y la innovación gracias a la densidad y la aglomeración. Autores como Richard Florida predijeron el surgimiento de una clase creativa que determinaría qué ciudades competirían a nivel global y cuáles no, en función de su capacidad para atraer a esos trabajadores. El problema es que a veces estos análisis no se detienen en las consecuencias de la competencia, y los ajustes pueden ser dramáticos. Tanto, que el último libro de Richard Florida “The New Urban Crisis” (que como dijo un amigo, suena bastante a mea culpa) habla precisamente de cómo el modelo competitivo ha llevado a un pequeño número de ganadores y un amplio número de perdedores, generando una profunda crisis de la “economía del conocimiento urbana”.
La carrera por conseguir a empresas a costa de reducir más y más los impuestos y la regulación, la famosa carrera hacia el suelo (race to the bottom), es uno de los peores riesgos de la competición entre ciudades.
”En Estados Unidos, aquellas ciudades que no han conseguido reconvertirse están perdiendo población. En las que han conseguido conectarse a la economía del conocimiento, como Pittsburgh, la llegada de profesionales del sector servicios está expulsando de la ciudad a aquellos que no poseen las habilidades demandadas por la nueva economía. El propio alcalde de Pittsburgh, después de narrar los éxitos de la reconversión de la ciudad, reconoció recientemente que a 35 millas del centro urbano la historia es otra, una de recesión económica y sentimiento de haber sido abandonados. Una situación que ha sido aprovechada para crear la narrativa que explica, en parte, el éxito de Donald Trump.
El problema de las ciudades norteamericanas se ve acrecentado por la estructura institucional y fiscal del país. Como han explicado Gerald Frug y David Barron, y más recientemente, Richard Schragger, los estados han limitado históricamente el poder de las ciudades. Por ejemplo, ciudades como Boston tienen muy limitada su capacidad de crear impuestos para poder financiar sus operaciones, y casi el 70 por ciento de sus ingresos recurrentesproviene del impuesto sobre la propiedad, cuya modificación está sujeta a restricciones estatales.
La oferta de incentivos fiscales y la existencia de un sistema de universidades son precisamente algunos de los criterios que Amazon anunció que utilizaría al valorar las propuestas. Obviamente, los incentivos fiscales pueden erosionar considerablemente la base fiscal de las ciudades, a lo que hay que añadir que las universidades están exentas de pagar impuestos. Por eso, la combinación de algunas de estas estrategias para atraer inversiones lleva aparejada una rebaja fiscal para las ciudades, limitando su capacidad de financiar políticas para mitigar el impacto en colectivos vulnerables. Ya hay voces que han alertado sobre las posibles consecuencias de estas dinámicas.
Algunos dirán que los beneficios de la generación del empleo y activación de la economía en la ciudad superan el coste de los recortes fiscales, produciendo una ganancia neta para las ciudades. Generalmente es difícil hacer el cálculo total para sacar conclusiones definitivas, pero el argumento tiene sentido. Sin embargo, dada la estructura fiscal de las ciudades, ese crecimiento económico no siempre se traduce en mayores ingresos para las arcas públicas locales. Si a esto le añadimos un sistema de educación financiado a través de impuestos de la propiedad y una falta de inversión en infraestructura, ya tenemos una receta fantástica para explicar la creciente desigualdad de algunas ciudades norteamericanas. Quizá sea por eso que Marty Walsh, el alcalde de Boston, una de las ciudades a las que se le presumen posibilidades de éxito para atraer a Amazon, haya dicho que no va a entrar en una guerra propuestas.
Precisamente la carrera por conseguir a empresas a costa de reducir más y más los impuestos y la regulación, la famosa carrera hacia el suelo (race to the bottom), es uno de los peores riesgos de la competición entre ciudades. Sin duda, en nuestro país no se dan muchas de las características de las ciudades norteamericanas, pero conviene no perder de vista a dónde nos puede llevar un sistema de competición. De hecho, el Banco Mundial ha comenzado a hablar de “sistemas” de ciudades competitivas, intentando buscar desarrollos territoriales más equilibrados. En estos tiempos de fugas de empresas, rediseños territoriales y ofertas apresuradas para conquistar a Jeff Bezos, no está de más buscar los equilibrios.
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Marcela Guerrero Casas
22 de noviembre de 2024