Las apps de citas ayudan a construir una sociedad más estable y tolerante
En Estados Unidos, más de un tercio de los matrimonios recientes empezaron en internet. Eso es lo que documentó, hace pocos años, un estudio sociológico que incluía entrevistas a más de 19.000 personas que se habían casado entre 2005 y 2012. La mayoría se iniciaron en las aplicaciones de citas.
Los niveles de satisfacción de los matrimonios que habían entrado en contacto través de esas apps eran algo superiores a los del resto. Por orden, los matrimonios más contentos se conocieron en esas aplicaciones, en la infancia, en la escuela, en la iglesia, en un acto social, por amigos comunes, por la familia, en un bar o discoteca, en el trabajo y, finalmente, en una cita a ciegas.
En un análisis posterior, y con más de 10.000 simulaciones, otro estudio no sólo confirmó que los matrimonios estadounidenses que se habían conocido mediante apps estaban más contentos, sino que el índice de divorcios era menor. Añadía, también, un aspecto novedoso: habían contribuido a aumentar las relaciones entre distintos colectivos sociales y, como prueba, citaba el caso de las parejas interraciales.
No se necesitaba ser un genio para entenderlo. Las relaciones interraciales son minoritarias en la primera potencia mundial sobre todo por las herencias de la segregación de los negros, la marginación de los indios y los prejuicios contra los inmigrantes latinos.
Si estos colectivos se mezclan más con otros y especialmente con los blancos gracias a las apps, eso quiere decir que no sólo están contribuyendo a poner en contacto a desconocidos muy parecidos entre sí. También animan a juntarse a los que son distintos y no se hubieran fijado en el otro a primera vista por culpa de ideas preconcebidas propias, de sus familias o de sus grupos de amigos.
Entre 2004 y 2015, el porcentaje de parejas interraciales en Estados Unidos aumentó en un increíble 40%. Fue cuando despegó primero la popularidad de las webs románticas y luego las aplicaciones de citas. Sólo entonces empezaron a verse como una forma más de quedar y conocerse. Es el período en el que se fundan o salen a Bolsa la mayoría de los gigantes del sector, empezando por Tinder (parte del grupo Match) o Meetic, y se publican las noticias recurrentes donde gente común de todas las edades admite haber encontrado o cambiado de pareja gracias a internet.
En los últimos años del período, la enorme difusión de los smartphones ofreció la privacidad necesaria para que muchos usuarios no tuvieran que gestionar sus cuentas desde ordenadores que compartían con familiares o amigos. Al mismo tiempo, surgieron nuevos espacios más adaptados a las necesidades de muchas mujeres como AdoptaUnTio o Bumble. Todo ello intensificó la utilización y la presencia e influencia de las apps de citas en nuestras vidas.
Por supuesto, es muy difícil estimar cuánto han influido exactamente estas herramientas informáticas en la construcción de unas relaciones más tolerantes, estables y diversas. Obviamente, la sociedad estadounidense ha cambiado mucho en las últimas décadas, los prejuicios se han debilitado si los comparamos con lo que ocurría hace veinte o treinta años y nadie puede decir qué fue primero… si el deseo de más diversidad y estabilidad en las relaciones o el surgimiento de unas aplicaciones que venían a satisfacerlo.
Otro problema adicional tiene que ver con la exageración del poder de los algoritmos. Una cosa es que sean más hábiles que nosotros en un primer barrido y otra muy distinta que sean capaces de anticipar la química que debe surgir en el momento de verse. Tampoco se les puede atribuir el mérito que sólo pertenece a quienes cultivan relaciones de cariño, atracción y complicidad durante años. A veces, el éxito tiene menos que ver con los algoritmos y los datos y más con crear un espacio donde los solteros se encuentran, se descubren en cierto modo y charlan semanas antes de conocerse en la calle y sin contar necesariamente con la opinión de sus amigos.
Las series estadísticas, muy cortas, también son problemáticas. Al fin y al cabo, hablamos de un fenómeno muy reciente y de unas diferencias de satisfacción entre matrimonios que no son ni mucho menos enormes. No sabemos con seguridad si esas diferencias se mantendrán dentro de diez años o si el número de divorcios convergerá con el de los otros matrimonios. Hay que recordar que, en Estados Unidos, los enlaces interraciales suelen arrojar porcentajes más altos de rupturas. Obviamente, los consensos son más difíciles y frágiles entre personas con orígenes y experiencias vitales diferentes.
Además, hay que reconocerlo, nos faltan números y respuestas en todos estos estudios. Para empezar, se refieren en exclusiva a Estados Unidos y ni siquiera nos sirven para entender la realidad al completo. ¿Qué hay de los que se conocen y no se casan? ¿Qué pasa con los que no son discriminados por raza pero sí por importantes defectos físicos? ¿Qué hay de los homosexuales, que no están incluidos en los estudios porque no pudieron casarse hasta 2015? Sabemos sumar, ¿pero quién hace la resta de los matrimonios que se deterioran y acaban en divorcio con la ayuda de las redes sociales o de aplicaciones de citas diseñadas para cometer infidelidades?
Por el momento, y con la información de la que disponemos, se puede decir que las apps románticas están ayudando a construir una sociedad más estable, tolerante y feliz porque los matrimonios que contribuyen a formar son más estables, tolerantes y felices. Es absurdo, por lo tanto, despreciarlas, cachondearse de sus usuarios o no tomarse en serio el fenómeno… Pero habrá que investigar más. Muchísimo más.
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