El mosaico de lenguas indígenas se resquebraja en América Latina

Indigenous people Xikrin of north Brazil participate in a session in the Brazil Supreme Court, that discusses the environmental impacts of a mining project on the Catete River that crosses the lands of the Xikrin Indian reservation, in Brasilia, Brazil, May 31, 2017. REUTERS/Ueslei Marcelino     TPX IMAGES OF THE DAY - RTX38FVZ

Image: REUTERS/Ueslei Marcelino TPX IMAGES OF THE DAY

Eva Brunner, Ricardo Grande

Ni siquiera las lenguas más habladas, como el quechua o el aymara, tienen garantizadas la supervivencia. La región lingüísticamente más diversa del mundo afronta el reto de revitalizar un patrimonio cultural que, como indican las voces expertas, tiene un valor incalculable para la humanidad.

Tan solo cinco personas hablan a día de hoy la lengua zápara, considerada Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la Unesco desde 2010. Todas superan los 80 años. En esta comunidad indígena de la Amazonía ecuatoriana, revitalizar el zápara, que ha sido desplazado por el castellano y el kichwa, se torna una tarea urgente. Es una de las 70 lenguas indígenas latinoamericanas que están clasificadas en peligro crítico.

Pese a que los lingüistas reconocen que es muy difícil determinar a nivel técnico qué es una lengua y qué una variante de una lengua, coinciden en afirmar —aunque no exista un recuento concluyente— que América Latina es el hogar de alrededor de un tercio de las familias lingüísticas del planeta. Según la Unesco, en el mundo se hablan alrededor de 6.000 idiomas, más de 2.500 están en peligro de desaparecer.

En América Latina existen 731 lenguas indígenas en peligro, según The Catalog of Endangered Languages (ELCat), una institución referente en esta materia. Al menos el 30% del total están amenazadas, ya que solo cuentan con entre 1.000 y 9.999 hablantes. Pero hay otras como el Zapoteco del Istmo, que se habla en el mexicano estado de Oaxaca que, pese a que tiene cerca de 100.000 hablantes y es considerada una de las 132 lenguas vulnerables, se enfrenta a amenazas muy similares que otras más minoritarias.

Ni siquiera aquellas que parecen gozar de buena salud están a salvo. “Todas las lenguas indígenas son vulnerables. También las llamadas ‘millonarias’, aunque tengan un grado de vitalidad alto”, explica la sociolingüista Inge Sichra, que coordinó el Atlas sociolingüístico de pueblos indígenas latinoamericanos de Unicef en 2009, en el que se alerta de que casi una quinta parte de los pueblos ha dejado de hablar su lengua indígena.

El quechua (el idioma del imperio inca), el aymara, el nahualt en México, el maya yucateco y el ki´che´ de Guatemala son las “lenguas millonarias”, las más habladas en la región, superando cada una el millón de hablantes.

El grado de riesgo para las lenguas dependen de muchos factores: el porcentaje de hablantes, su edad media o el tamaño del grupo étnico. Pero la clave de su supervivencia radica en la transmisión lingüística intergeneracional, que no está asegurada en ninguna lengua indígena de la región. “Aunque muchas personas hablen una lengua, todo puede cambiar radicalmente en una generación si no hay niños que la aprendan y hablen fluidamente”, explica Gabriela Pérez Báez, curadora de lingüística e investigadora de la iniciativa Recovering Voices de la Institución Smithsonian.

Factores de riesgo

Una futura desaparición de estas lenguas no solo reduciría la diversidad lingüística actual. Su extinción conllevaría la pérdida irremediable de saberes, filosofías de vida e historia sociopolítica de las comunidades. Además, los expertos señalan que cada una de ellas tiene un conjunto de estructuras único que permite aprender sobre la condición humana y el funcionamiento de la mente. Con cada lengua perdida, se pierde conocimiento.

Aunque antes del siglo XV ya habían desaparecido algunas lenguas, la colonización aceleró la pérdida de patrimonio precolombino. Los españoles y portugueses diezmaron poblaciones indígenas y atacaron cosmovisiones, culturas y lenguas. Las zonas más afectadas fueron aquellas en las que desembarcaron inicialmente los colonizadores: las costas de Brasil y del Caribe y el resto de tierras bañadas por el Pacífico y el Atlántico.

“Todas las lenguas indígenas han pasado por una historia de invasión, conquista y exterminio. Esa historia marcó un juego de poderes y colocó a las poblaciones y sus lenguas en un rol de dominados y ocupados. Ahí empezó un desequilibrio tremendo donde las lenguas se marcaban por unsa lógica utilitaria del poder”, afirma Sichra. Este fue el caso del quechua. Los colonizadores españoles instrumentalizaron esta lengua para expandir su dominio y recaudar más tributos. Muchos aprendieron a hablarla y la utilizaron para comunicarse con otras comunidades indígenas y evangelizar. Hoy, hablan quechua entre 6 y 8 millones de personas en siete países: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador y Perú.

No es nuevo que desaparezcan lenguas, pero sí la rapidez con la que pierden hablantes, sobre todo en los últimos 150 años. A lo largo del siglo XIX, América Latina importó el concepto de Estado Nación europeo: una nación, una lengua. “En la región se adquiere la noción de que sin esa unificación, homogeneización cultural, lingüística y social, no puede haber unidad como Estado Nación. Obviamente eso es un error”, afirma la curadora del Smithsonian.

Políticas homogeneizantes, como las impulsadas por el mexicano José Vasconcelos, marginalizaron el uso de muchas lenguas indígenas. “En las escuelas pegaban a los alumnos por hablarlas. Esos niños se hacen adultos. Padres que, tratando de proteger a sus hijos de esa discriminación, no les enseñan su lengua indígena como lengua principal”, explica Pérez Báez.

La Amazonía y la Orinoquía colombiana fueron durante siglos los refugios lingüísticos de América Latina. El primer contacto con algunos de estos pueblos no fue con el Estado, sino con misiones religiosas hace apenas cien años. El aislamiento, una de las claves para preservar muchas culturas indígenas, se rompió de manera drástica con la intensificación de la actividad extractivista que comenzó en las últimas décadas del siglo XX.

Esfuerzos insuficientes

Ha sido a finales del siglo XX cuando los derechos de los pueblos indígenas, y por tanto de sus lenguas, han pasado a formar parte de algunas constituciones de América Latina. Las movilizaciones indígenas consiguieron que, entre los años 1980 y 1990, varios Estados de la región comenzaran a reconocer la diversidad cultural y lingüística y a ofertar programas de educación intercultural bilingüe.

“Esta apuesta no ha repercutido en que se detenga la desaparición de las lenguas ni en garantizar su transmisión a los menores. Cada vez hay más niños monolingües castellanos. Por eso, no basta con apostarle a la educación formal”, explica Sichra.

Históricamente las lenguas indígenas han sido negadas. Han sido motivo de vergüenza, de discriminación, olvido o pobreza. A día de hoy, siguen cargando el peso del estigma social. “Indio” sigue siendo un insulto. “Son las situaciones de desigualdad de derechos lo que han llevado a las lenguas a la situación en la que están. Ha habido una falta de sensibilidad sobre la importancia de la diversidad cultural”, explica Pérez Báez.

Las estrategias de revitalización de las lenguas indígenas se han apoyado principalmente en la enseñanza formal. Para reducir el riesgo de su desaparición, se ha fomentado la creación de textos académicos o de procesos de documentación de lenguas indígenas. Pueblos como el Yanesha peruano, los colombianos Wayuu y Emberá-Chamí, los Uspanteko de Guatemala o el pueblo Mapuche han compilado sus lenguas en diccionarios. Pero estas iniciativas no han sido suficientes para garantizar su supervivencia.

Los expertos recomiendan que la administración y la academia trabajen con las comunidades indígenas para que sean ellas las que determinen sus intereses y motivaciones a la hora de revitalizar su lengua. Que la planificación no se reduzca a los despachos. El gran desafío es que distintas comunidades pueden dar significados diversos a la recuperación de su lengua y el papel que debe tener en sus vidas.

Reactivar la transmisión intergeneracional de la lengua es clave. También difícil. Los promotores de este tipo de proyectos son conscientes de que los frutos de su trabajo se verán en un par de generaciones. El uso de muchas lenguas latinoamericanas se concentra principalmente en la población adulta y de la tercera edad. Estas lenguas están perdiendo su funcionalidad entre los más jóvenes.

La migración a las ciudades ha planteado un nuevo desafío, ya que difumina las delimitaciones geográficas donde los hablantes solían relacionarse. Las comunidades quedan más desestructuradas y las motivaciones para hablar el castellano e incluso aprender otros idiomas, como el inglés, crecen. “Pero hay casos en las ciudades donde surgen orgullos indígenas y comunidades que se reconstituyen. Un ejemplo es en Lima, donde hay una población aymara que se siente orgullosa de lo logrado y ha revitalizado su lengua e identidad”, cuenta Sichra. El ejemplo contrario lo representan los aymaras de Bolivia: pese a su progresivo empoderamiento político y económico, la lengua no es uno de los elementos culturales que destaquen en su identidad.

Oportunidades y nuevas tecnologías

Dice Sichra que, el efecto invasor de una sociedad interconectada es muy fuerte en los pueblos indígenas. “Antes, los obstáculos geográficos podían proteger culturas. Hoy, a las nuevas tecnologías no las detiene un río. La globalización de lenguas, como el inglés, amenazan otras más minoritarias”. Sin embargo, reconoce el potencial que ofrecen las redes sociales para revitalizar las lenguas indígenas.

Desde una versión de Facebook traducida al aymara, hasta el desarrollo de páginas web como Wikipedia en lenguas indígenas o la creación de diseños tipográficos y aplicaciones están dando un impulso a nuevos usos de estas lenguas amenazadas.

Pese a la difícil situación actual y los desafíos futuros, analistas como Pérez Baéz creen que hay motivos para no caer en el derrotismo. Destaca los cambios “radicales” que se han vivido en reconocimientos de derechos. Otros elementos que pueden ayudar a las lenguas es el apoyo de organizaciones como la Unesco. Mejorar los mecanismos internacionales —sin olvidar el trabajo con las comunidades— es una estrategia que intentará visibilizarse en 2019, el Año Internacional de las Lenguas Indígenas, como lo ha declarado la ONU.

El desafío es revertir la situación en América Latina. A día de hoy, según la Unesco, en Brasil hay alrededor de 190 lenguas en peligro como el kamá o el javaé; 143 en México como el mazateco; 68 en Colombia, como el guayabero o el guajiro; 62 en Perú, como el asaháninka; 39 en Bolivia, como el bauré; 7 en Chile, como el rapanui; y 14 en Ecuador, como el zápara. Un escenario que pide esfuerzos continuados para revitalizar unas lenguas que pertenecen a sus hablantes, pero cuyo futuro también es importante para el resto de la humanidad.

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