La reactivación de la economía mundial crea una oportunidad para todos los países
Image: REUTERS/Jason Lee
La recuperación mundial continúa, y a paso más acelerado. El panorama ha cambiado mucho desde comienzos del año pasado, cuando la economía mundial se enfrentaba a un crecimiento vacilante y a mercados financieros turbulentos. Observamos un repunte cíclico en aceleración que está impulsando la actividad de Europa, China, Japón y Estados Unidos, así como las economías emergentes de Asia.
Por lo tanto, en la última edición de Perspectivas de la economía mundial (informe WEO, por sus siglas en inglés) se corrigen al alza las proyecciones de crecimiento mundial, a 3,6% este año y 3,7% el próximo; es decir, en ambos casos, 0,1 puntos porcentuales por encima de nuestros pronósticos anteriores, y muy por encima de la tasa de crecimiento mundial de 3,2% registrada en 2016, la más baja desde la crisis financiera internacional.
En el caso de 2017, el grueso de la revisión al alza es atribuible a la mejora de las perspectivas de las economías avanzadas; en tanto que en 2018, las economías de mercados emergentes y en desarrollo desempeñan un papel relativamente más importante. En particular, nuestra expectativa es que África subsahariana, donde el crecimiento del ingreso per cápita en promedio se estancó en los dos últimos años, mejorará globalmente el año próximo.
La aceleración mundial en curso es notable también por su carácter generalizado, algo que no se había observado desde comienzos de la década. Esto ofrece una oportunidad a nivel mundial para adoptar políticas ambiciosas que apuntalen el crecimiento y aumenten la resiliencia económica. Las autoridades deberían aprovecharla: en varios sentidos importantes, la recuperación es incompleta y la oportunidad que ofrece la actual recuperación cíclica no siempre existirá.
La recuperación mundial aún no ha llegado a término
La recuperación está inconclusa en tres sentidos importantes.
Primero, es incompleta dentro de los países. A pesar de que el producto se aproxima al potencial en las economías avanzadas, el crecimiento de los salarios sigue siendo bajo en términos tanto nominales como reales, tras muchos años en los cuales el ingreso real de la mediana avanzó con mucha más lentitud que el de los niveles más altos o incluso quedó estancado. Los factores que impulsan ese crecimiento —por ejemplo, los avances tecnológicos y el comercio internacional— han producido efectos desiguales, beneficiando a algunos pero dejando a otros rezagados ante la transformación estructural. La mayor desigualdad resultante en términos del ingreso y la riqueza ha contribuido a alimentar el descontento político y el escepticismo en torno a los beneficios de la globalización, poniendo en peligro la recuperación.
Segundo, la recuperación está inconclusa entre los países. Aunque la mayor parte del mundo se está beneficiando del repunte en marcha, los exportadores de materias primas de mercados emergentes y de bajo ingreso —especialmente los exportadores de energía— continúan experimentando problemas, al igual que otros aquejados por disturbios civiles o políticos, sobre todo en Oriente Medio, Norte de África, África subsahariana y América Latina. Muchos Estados pequeños vienen sufriendo dificultades. Alrededor de una cuarta parte de la totalidad de los países registraron un crecimiento negativo del ingreso per cápita en 2016, y a pesar de la aceleración que estamos viviendo, casi una quinta parte seguirá en esa situación en 2017, según las proyecciones.
Finalmente, la recuperación está incompleta en términos temporales. Este repunte cíclico oculta tendencias mucho más moderadas a más largo plazo, aun si hacemos caso omiso del efecto aritmético de la ralentización del crecimiento demográfico. En el caso de las economías avanzadas, el crecimiento del producto per cápita promediaría apenas 1,4% por año en 2017-22, frente a 2,2% por año en 1996-2005. Además, proyectamos que un total de 43 economías de mercados emergentes y en desarrollo crecerán aún menos en términos per cápita que las economías avanzadas durante el próximo quinquenio. En lugar de converger, estas economías están divergiendo, algo que va en contra de la tendencia más propicia de menor desigualdad entre los países debido al rápido crecimiento de mercados emergentes dinámicos como China e India.
Oportunidades para actuar
Estas disparidades en la recuperación exigen que las autoridades actúen y que lo hagan ya, mientras la situación es favorable. Para obtener resultados, tendrán que avanzar por tres flancos, al tiempo que completan y afinan las importantes reformas de la estabilidad financiera lanzadas desde la crisis internacional, sin fragilizarlas.
Las reformas estructurales necesarias varían según el país, pero todos disponen de amplio margen para adoptar medidas que realcen la resiliencia económica y estimulen el producto potencial. Nuestros análisis muestran que las reformas estructurales son más fáciles de implementar cuando la economía es fuerte.
En algunos países que casi han recuperado el pleno empleo, ha llegado la hora de plantearse una consolidación fiscal paulatina para reducir la abultada deuda pública y crear amortiguadores para la próxima recesión. El aumento del gasto en infraestructura y educación, que es necesario en algunos países con suficiente espacio fiscal, puede ofrecer la ventaja adicional de estimular la demanda mundial en un momento en que las medidas de consolidación adoptadas por otros la reducirían. Esta combinación multilateral de políticas fiscales también puede contribuir a mitigar los desequilibrios mundiales excesivos.
Un factor que encierra una importancia crítica para lograr un crecimiento sostenido y generalizado es la inversión en la población de todas las edades, pero sobre todo los jóvenes. Con una mejor educación, formación y reorientación profesional es posible facilitar la adaptación del mercado laboral a la transformación económica a largo plazo —atribuible a todos los factores, no solo el comercio internacional— y estimular la productividad. A corto plazo, el desempleo juvenil excesivo que aqueja a muchos países requiere una atención urgente. La inversión en capital humano también debería incrementar la participación del trabajo en el ingreso, contrariamente a la tendencia general observada en las últimas décadas; a su vez, los gobiernos también deberían plantearse la corrección de distorsiones que pueden haber reducido excesivamente el poder de negociación de los trabajadores.
En suma, aunadas, la política estructural y la política fiscal deberían promover condiciones económicas conducentes a un crecimiento sostenido y más inclusivo de los salarios reales.
El tercer flanco —el de la política monetaria— aún tiene una importancia vital. El peligro de deflación que se cernía sobre las economías avanzadas se ha atenuado considerablemente, pero la inflación se mantiene desconcertantemente baja, aun tras la caída de las tasas de desempleo. Una comunicación clara por parte de los bancos centrales y una normalización de la política monetaria que transcurra sin tropiezos —cuando y donde corresponda— siguen siendo cruciales. Se evitarán así la turbulencia en los mercados y un repentino constreñimiento de las condiciones financieras, eventualidades que podrían trastocar la recuperación y generar efectos de contagio a las economías de mercados emergentes y en desarrollo. Estas, a su vez, tienen por delante retos variados desde la perspectiva de la política monetaria, pero de ser posible deberían seguir aprovechando la flexibilidad cambiaria para protegerse de shocks externos, sin perder de vista las implicaciones para la estabilidad de los precios.
Numerosos problemas mundiales requieren medidas multilaterales. Entre las prioridades para una cooperación mutuamente beneficiosa cabe mencionar el fortalecimiento del sistema de comercio internacional, la incorporación de nuevas mejoras a la regulación financiera, el afianzamiento de la red de protección financiera mundial, la reducción de la evasión fiscal internacional y la lucha contra la hambruna y las enfermedades infecciosas. De importancia igualmente crucial son la mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero antes de que causen más daños irreparables, y la ayuda a los países más pobres —que de por sí no generan emisiones sustanciales— para que se adapten al cambio climático.
Si la solidez de la recuperación en marcha plantea una oportunidad ideal para la reforma interna, su alcance hace lo propio para la cooperación multilateral. Las autoridades no deberían dejar pasar el momento.
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