El aumento de las protestas en el mundo tiene múltiples significados
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¿Qué tendencias podemos descifrar ante las protestas modernas? ¿Existe un patrón común en los agravios que explique el actual estallido de protestas? ¿Y qué encontramos cuando comparamos sus dinámicas organizativas?
En los últimos años, las protestas a gran escala se han hecho más numerosas y se han generalizado geográficamente. Si bien el debate entre los expertos en relaciones internacionales se ha centrado en el desplazamiento de poder del Occidente hacia las economías emergentes, el aumento de la movilización ciudadana es algo igualmente significativo.
Los períodos anteriores, por supuesto, han sido testigos de olas de protesta. Sin embargo, la ola de protestas de hoy en día es relativamente singular en el sentido de que afecta a todas las regiones del mundo, con patrones similares de revuelta que abarcan diversos contextos nacionales y culturales. La ubicuidad y la frecuencia de las movilizaciones a gran escala es suficiente para indicar un cambio estructural en la forma en que los ciudadanos se enfrentan al poder y en la forma en que la sociedad civil global se organiza para atender sus preocupaciones.
No existe un corpus único de estadísticas que puedan utilizarse para cuantificar el aumento de las protestas, en parte porque lo que constituye una "protesta" se define de maneras distintas. Sin embargo, varias encuestas y bases de datos muestran un marcado aumento en las protestas en 2011-2012, seguido por una pausa, y luego por una renovada intensificación de las revueltas ciudadanas entre 2015 y 2016 (OIT, Gdelt y Acled). En 2016, nuevas protestas sacudieron a Armenia, la República Democrática del Congo, Etiopía, Indonesia, Iraq, Kazajstán, Moldavia, Tailandia, Yemen y Zimbabwe. En 2017, se han producido notables protestas en Argentina, Belarús, Etiopía, Gambia, Hungría, Corea, Kirguistán, México, Marruecos, Paraguay, Rumania, Rusia y Venezuela, por mencionar sólo algunos ejemplos.
Es posible identificar una serie de rasgos generales de la actual oleada de protesta global.
Una característica clave es que las protestas de hoy son impulsadas por una diversidad de temas, agravios y preocupaciones populares. Algunas protestas apuntan muy directamente a expulsar a un gobierno o régimen del poder – como las revueltas en curso en Venezuela, que buscan un "referendo revocatorio" sobre la continuación del presidente Nicolás Maduro en el cargo. Algunas revueltas impulsan otros tipos de reformas democráticas menos dramáticas – como las protestas en Irak en 2016 que presionaron por una democracia más justa de poder compartido o aquellas en América Latina que buscan derechos más amplios para las minorías indígenas. Algunos se centran más en los casos de corrupción – las recientes protestas brasileñas e indias son dos de los ejemplos más conocidos. Muchas protestas en el Occidente han sido principalmente contra los recortes de austeridad – los de Grecia y España son emblemáticos de este tipo de movilización. Otras son menos precisas y más genéricamente contra el capitalismo y el neoliberalismo, como las distintas versiones nacionales de los movimientos “Indignados” o “Occupy”. Por el contrario, algunas protestas son respuestas a quejas muy específicas, locales y tienen objetivos relativamente modestos – las crecientes protestas en Rusia encajan en esta categoría, por ejemplo.
La mayoría de las movilizaciones se componen de diversos elementos, involucrando aliados improbables cuyas agendas y modos operativos difieren significativamente.
”Sigue habiendo una tendencia entre los activistas y analistas a ver las protestas a través del prisma de su propio conjunto particular de preocupaciones. Para los que trabajan o estudian la corrupción, la oleada de protesta actual representa una lucha global contra la corrupción. Para los activistas de la democracia y los expertos, es un nuevo levantamiento a favor de la democracia. Para los críticos del capitalismo y del neoliberalismo, es parte de una creciente revuelta anticapitalista. Para los ambientalistas, tiende a ser interpretada como una consecuencia de las campañas sobre la explotación de los recursos naturales y los derechos mineros. Los activistas de la justicia social enfatizan la idea de los manifestantes exigiendo una mayor justicia social. La misma protesta termina siendo retratada de diferentes maneras por diferentes partes de los medios de comunicación o comunidades de expertos.
De hecho, la mayoría de las protestas combinan una serie de características diferentes. La mayoría de las movilizaciones se componen de diversos elementos, involucrando aliados improbables cuyas agendas y modos operativos difieren significativamente. A menudo, por ejemplo, las fuerzas progresistas comienzan protestas a las que luego se suman activistas con identidades iliberales o nacionalistas-nativistas. La relación entre la nueva ciudadanía activa y la actual ola de populismo es muy compleja, a menudo inquietante, pero significativa. El activismo reciente en Ucrania – que ha involucrado tanto a los demócratas progresistas como a grupos más derechistas-nacionalistas – proporciona un ejemplo particularmente notable de parejas improbables que se combinan en una revuelta común.
En general, el actual aumento de las protestas contiene algunos elementos que son radicales, algunos conservadores, algunos moderadamente «liberales» reformistas y algunos que son aparentemente más prácticos que abiertamente ideológicos. Describir las protestas de hoy en términos de sólo una de estas formas sería demasiado simplista y demasiado aséptico analíticamente.
Es indiscutible que el rasgo que define las protestas modernas es su eclecticismo. Generalmente, las protestas contienen una mezcla de demandas relacionadas con el sistema y agravios específicos de la política. Pueden ser muy específicos (presionar para bajar las tarifas de los autobuses o contra un nuevo centro comercial) y expandirse en agravios extremadamente genéricos ('Todo el sistema debe cambiar!'; o : 'Toda la política está podrida!'). Distintas protestas muestran un equilibrio diferente entre las dimensiones sistémicas y específicas. Los motivos también pueden superponerse – por ejemplo, los manifestantes antiausteridad a menudo también emplean el lenguaje de la democracia como una forma de construcción de la comunidad y justicia social.
Casi todas las protestas se activan por una causa cercana: un caso de corrupción particularmente emblemático, un nuevo proyecto de una empresa minera, un desastre que mata a muchas personas y que puede ser vinculado a la negligencia del gobierno. Pero también, invariablemente, surgen de los agravios sufridos durante años – una lenta disminución de las libertades políticas, el desempeño económico deficiente… Como regla general, las protestas estallan de manera dramática cuando tanto un desencadenante inmediato como frustraciones a más largo plazo están poderosamente presentes y se fusionan.
Una paradoja sorprendente es que muchas protestas son impulsadas tanto por aquellos que se han beneficiado de la globalización como por aquellos que han sido perjudicados por ella.
”Aquí encaja la forma en que las protestas en Turquía pasaron de su objetivo específico de detener un proyecto de reurbanización en la plaza central de Estambul a un conjunto más amplio de derechos y cuestiones de gobernanza. También en la forma en que las protestas en Brasil se centraron inicialmente en el tema específico de las tarifas de los autobuses, luego en los casos de corrupción de alto nivel y después en la situación política más amplia del país – y al hacerlo, involucraron grupos comunitarios de base, radicales izquierdistas, ONG orientadas a los derechos humanos, así como movimientos conservadores de derechas. En EE. UU., Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan) ha respondido a asesinatos específicos y, a continuación, también ha aprovechado un conjunto más amplio de agravios sobre los derechos derogados de las comunidades negras.
Las protestas también dependen cada vez más de su jornada, es decir, evolucionan dependiendo de su fortuna contrastante y de las respuestas gubernamentales. Muchos comienzan con preocupaciones relativamente modestas pero adoptan objetivos más ambiciosos y radicales cuando su ímpetu crece y cuando los regímenes intentan poner fin a una protesta con violencia. Egipto es un ejemplo de esta tendencia: en 2011, los manifestantes originalmente buscaban cambios de política bastante específicos, pero ampliaron la apuesta después de que el régimen de Mubarak reaccionase de manera tan brutal e intransigente. Las razones por las cuales muchas protestas se convierten en noticia no son a menudo las mismas que las originaron.
Una paradoja sorprendente es que muchas protestas son impulsadas tanto por aquellos que se han beneficiado del globalismo como por aquellos que han sido perjudicados por él. Estos dos campos se apoyan en muchas protestas, a menudo empleando el mismo tipo de lenguaje y adoptando agendas similares, pero procedentes de perspectivas muy diferentes. Un ejemplo de esto fue la Revolución de los Paraguas en Hong Kong. Las protestas en México han sido impulsadas por comunidades marginadas que sufrieron un duro golpe por las subidas en los precios del combustible instituidas por el gobierno, pero también por una creciente clase media preocupada por el incremento explonencial de los niveles de violencia. El mismo grupo o clase de personas puede estar motivado por contrastes agudos en diferentes regiones. En algunas protestas, los ciudadanos salen a las calles porque su calidad de vida está disminuyendo, en otros estados, porque se sienten empoderados con su mejora.
En este sentido, los patrones de protesta bien documentados reflejan la tendencia de las clases medias que están creciendo en los países en desarrollo, pero que están siendo exprimidas en economías ricas. Ambos conjuntos de cambios están desencadenando formas de activismo similarmente contenciosos, por razones diametralmente opuestas. Además, si en los estados occidentales ricos muchas protestas recientes se han enfocado en cómo algunos ciudadanos pueden conservar derechos adquiridos a la vista de recortes en el gasto de asistencia social, en los estados en desarrollo giran más en torno a subidas de precios, que hacen que la supervivencia básica sea más ardua.
Si existe una tendencia general – más allá de este eclecticismo – probablemente no sea la de las protestas globales en cumbres internacionales de alto perfil dirigidas más a cuestiones a nivel de sistema de justicia global. Este tipo de protestas ciertamente aún existen, como se vio, por ejemplo, en la cumbre del G20 en Hamburgo en junio de 2017. Pero la tendencia más amplia es hacia protestas a nivel comunitario, que se movilizan por objetivos más definidos, específicos del contexto local.
Esta tendencia es, en parte, una respuesta a la represión draconiana que llevan a cabo los regímenes contra la nueva ola de activismo cívico altamente político. Los activistas se ajustan a medida que las manifestaciones abiertamente anti-régimen son aplastadas con creciente brutalidad en muchos países. Muchos señalan objetivos más modestos y alcanzables, relacionados con la prestación de servicios cotidianos y asuntos similares. Sobre estas cuestiones, las comunidades locales continúan organizándose aun cuando los regímenes hayan logrado sofocar las protestas de la oposición política. En estos casos, el propio hecho de que los ciudadanos continúen reuniéndose es visto como valioso en sí mismo, manteniendo viva al menos alguna identidad de contestación en circunstancias difíciles. Ejemplos de esta tendencia se pueden encontrar en países como Etiopía, Kenia y Uganda.
Mientras que la protesta masiva es una tendencia global, no está orquestada globalmente en términos organizacionales.
”Este desplazamiento incipiente hacia una protesta menos politizada a nivel local tiene ramificaciones analíticas. Una crítica común a la nueva ola de manifestantes es que no definen claramente sus objetivos, e invariablemente caen en una anti-política visceral y no constructiva. Sin embargo, algunas de las protestas más típicas de hoy hacen exactamente lo contrario, centrándose, al menos inicialmente, en cuestiones muy específicas y estrechamente definidas de relevancia para una comunidad particular: el cierre de una escuela u hospital, el efecto corrosivo de las redes locales de clientelismo o una degradación ambiental muy tangible.
En resumen, una serie de demandas sustantivas alimenta las protestas de hoy, y esta variación advierte contra cualquier afirmación unívoca y uniforme de lo que estas revueltas realmente son. Una implicación clave es que, mientras que la protesta masiva es una tendencia global, no está orquestada globalmente en términos organizacionales. Mientras que, ciertamente, los activistas se acercan entre sí a atravesando las fronteras, las movilizaciones son cada vez más específicas a nivel local o nacional, y forman cada vez menos parte integral de las agendas globales que abogan por el cambio sistémico del orden.
También parece haber más variación en los patrones de organización que se encuentran detrás de estas protestas. Por supuesto, la observación más conocida es que la protesta moderna es organizacionalmente minimalista, incluso "sin líderes", fuertemente dependiente de las redes sociales y desconfiada de cualquier alianza con formas "antiguas" de organización cívica y política. De hecho, la mayor parte de los estudios analíticos se centra en estas supuestas nuevas dinámicas organizacionales y son éstas las que suscitan el comentario más general sobre las "revoluciones de Twitter" y similares.
Sin embargo, aunque estas descripciones – ya convertidas en estándar – captan características esenciales de muchas protestas, no son universalmente aplicables. Muchos movimientos de protesta han comenzado a comprometerse con los principales canales políticos como las ONG y los partidos políticos. Si bien es cierto que hay un grado de espontaneidad en la mayoría de las protestas, muchos actores "antiguos" han sido prominentes en su organización – actores como ONG, partidos y sindicatos. Túnez post 2011 ofrece un ejemplo de un matrimonio aparentemente efectivo entre actores cívicos nuevos y viejos. Otro caso fue la coordinación entre activistas comunitarios y la campaña política de Bernie Sanders en Estados Unidos. Con el tiempo, muchos movimientos de protesta han introducido estructuras organizativas más formales y jerárquicas de las que originalmente pretendían, y algunos han renunciado a su renuencia inicial a entrar en la política partidaria formal normalizada.
En algunos casos, la nueva ola de protesta "sin organización" ha sido más conciliadora, más matizada desde el punto de vista político y más constructiva de lo que se suele suponer. El cuadro estándar de una protesta indisciplinada, desenfocada en sus objetivos, absolutista en su hostilidad a la política formal y desprovista de un liderazgo coherente se ha convertido en algo parecido a una caricatura. La mayoría de las protestas en todo el mundo no se lanzan bajo el mismo patrón que los movimientos “Occupy”, que generaron tanto interés en los estados occidentales afectados por la recesión. Algunos están indudablemente preocupados principalmente por la disrupción; por priorizar la identidad de grupo sobre las ideas de políticas concretas; y por retener procesos de toma de decisiones internos "planos" e informales. Pero otros son la antítesis de esta descripción rutinaria: algunos ejemplos incluyen a protestas recientes y bien enfocadas sobre los precios de la electricidad en Armenia, la reforma educativa en Chile, la recogida de basuras en Líbano y las pensiones en Singapur.
Los resultados de la actual ola de protestas han sido mixtos. Algunos han conseguido expulsar a los presidentes o los ministros corruptos del poder, o que los gobiernos desbloqueen reformas políticas, sociales o económicas – como han conseguido las protestas contra los presidentes en Burkina Faso, Gambia y Senegal, y en Guatemala y Corea. Por el contrario, algunos han fracasado más o menos completamente en el cumplimiento de sus objetivos declarados y simplemente han invitado a la represión más severa de los gobiernos y una restricción del derecho a la asamblea, como en Bahrein y Camboya. Probablemente el resultado más común es que las protestas obtengan algunas concesiones de los gobiernos, pero sin provocar un cambio profundo y subyacente, ya sea a los patrones de gobernanza o a las relaciones económicas de los desequilibrios de poder. Las revueltas recientes en Bosnia y Herzegovina, Camerún, Islandia, Jordania, Moldavia y Marruecos han obtenido algunas respuestas positivas de los gobiernos, pero muy lejos de las demandas de los manifestantes y sin avances sistémicos en la gobernanza política o económica.
No hay una explicación fácil de por qué algunas protestas tienen éxito y otras fracasan – habitualmente está en juego una combinación compleja de factores. La evidencia cuestiona una afirmación que se hace a menudo sobre el hecho de que ciertas características del contexto político de un país determinan si se produce o no la contestación y cuán eficaz es. En los últimos años, las protestas han estallado en estados altamente autocráticos, en democracias bien establecidas, en estados conflictivos a punto de la implosión y en regímenes ascendentes semi-autoritarios aparentemente bien manejados. Los éxitos están dispersos entre todos estos tipos de régimen – pero también están dispersos los fracasos. El contexto y las estructuras políticas importan, pero de una manera más contingente y de ajuste fino, y necesitan ser combinadas con la dependencia de la dinámica interna de cada caso, como hemos mencionado arriba, para que podamos construir un marco explicativo adecuado a las protestas de hoy.
En suma, si bien la ola de protesta global representa una tendencia importante en la política internacional, debemos tener cuidado para no describir esta tendencia de forma demasiado simplista o generalizada. La variación entre las protestas es al menos tan significativa como las características comunes que las unen. Gran parte del conocimiento acumulado acerca de la ola de protestas de hoy está bien fundamentado, pero sólo parcialmente. Es necesaria una mayor comprensión de los objetivos, formas e impactos de las protestas a medida que se va desarrollando nuestra "era de la ira".
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Andrea Willige
20 de septiembre de 2024