Cómo divulgar ciencia sin espantar al público
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Sin ser científico, Edgar Allan Poe explicó en un poema por qué el universo no era estático ni eterno. Jorge Luis Borges inventó un personaje de memoria inagotable y llegó a las mismas conclusiones que los científicos cuando encontraron un caso real semejante. Todas las áreas de conocimiento son una.
La magia aprovecha las trampas de la atención que luego la neurociencia ha ido desentrañando. Las ecuaciones pueden ayudar a analizar cuál es el secreto de la armonía de los textos literarios. Rembrandt intuyó lo que más tarde detectarían los estudios sobre la lateralidad del cerebro (que mostramos la mejilla derecha para comunicar racionalidad y la izquierda para expresar el lado más emocional) y solía colocar a sus modelos de un lado u otro dependiendo de la actitud que quería proyectar.
Los responsables de estas ocho cápsulas audiovisuales son el científico Gustavo Schwartz y la divulgadora Ana Montserrat. Montserrat, que fue directora de Tres14de TVE, apuesta por un tratamiento transversal para hablar de ciencia. «Tratarla como un conocimiento más, no aislada del resto. No solo conectarla con el día a día, que es lo que más triunfa en los medios y lo más accesible (tecnología y salud), sino con la filosofía, la literatura, la pintura, el baile», explica a Yorokobu.
Con esa motivación, esta serie de vídeos expone ejemplos que son «territorios fronterizos» entre áreas de conocimiento. «No solo la ciencia tiene el poder de la verdad. En algunos de los ejemplos que ponemos, la ciencia acaba comprobando algo que ya se había descubierto por intuición», señala Montserrat.
Por ejemplo, los creadores de Photoshop, cuando se enfrentaron al problema de ampliar las fotografías más allá de su tamaño original, crearon un algoritmo para rellenar los píxeles nuevos y que la apariencia de la imagen se mantuviera. Tiempo después, la neurociencia descubrió que nuestra visión funcionaba igual: inventando información para rellenar huecos y engañarnos haciéndonos creer que percibimos la realidad en su totalidad.
Al ver Realidad Conexa, el espectador siente que no está aprendiendo ciencia, y lo percibe así porque no le aburre ni se le hace bola. La etiqueta de contenido científicose ha construido de una forma que aleja a los no iniciados. Muchas veces es la estética la que provoca esta reacción; el televidente desconecta antes de empezar porque considera que se adentra en un terreno que no le compete. «La divulgación científica en el mundo audiovisual tiene unos tics: un lenguaje oscuro con música tecno, un señor con gafas, bata; nada más verlo piensas que va a ser complicadocomprenderlo», analiza Montserrat.
Para ella, «todo ha evolucionado audiovisualmente, pero los programas culturales y de conocimiento no tanto; tienen una estética más lenta, más antigua». Cuando Montserrat entrevista a un científico, le pide que se quite la bata y sale del laboratorio para rodar en la calle. Opta por renovar la estética para sortear los prejuicios: blancos y negros, filtros, imágenes vintage, músicas diferentes. Desde el primer segundo, Realidad Conexa plantea esta ruptura: la cabecera se adorna con un par de rasgueos flamencos.
Pero una vez desactivado el rechazo estético, hay que trabajar el contenido, hacerlo accesible, aclarar el lenguaje; adaptar el guion a los tempos y ritmos que predominan hoy. «Si tienes que rebobinar el programa para entenderlo, es que está mal», dice Montserrat.
Hoy, la información -desarrolla- se consume muy segmentada y no se puede delegar la responsabilidad de jerarquizar, clasificar y simplificar los contenidos en el espectador. El riesgo de huida es altísimo en un mundo con una oferta descomunal de contenidos: «En internet, pasarse de un minuto es mucho». En su programa de TVE, ofrecía los contenidos troceados y llegaba, incluso, a fragmentar una misma entrevista y distribuirla en varios momentos del programa.
Es una guerra de seducción, y hay que timar-al-revés al espectador: convencerle de que verá algo entretenido, de puro ocio, y por detrás, a traición, hacerle aprender.
Uno de los puntos clave de ese resorte de rechazo hacia la ciencia que se activa en gran parte del público puede explicarse con la metáfora de la Logia. Se asume que uno entra en el templo de lo científico para que unos sumos sacerdotes le transmitan verdades incuestionables: verdades algo crípticas en tanto que provienen de un saber superior e inalcanzable para la gente común. En consecuencia, el lector o el espectador recibe el conocimiento, pero no participa de él, no lo hace suyo.
Sin embargo, esto es sólo una sensación, un prejuicio: la historia de la ciencia, en realidad, es el relato de unas dudas sobreponiéndose a otras. Y esto hay que contarlo. «Hay que introducir las desavenencias entre científicos; es interesante hacerlo porque la ciencia realmente sabe muy poco y busca respuestas; la ciencia está hecha, básicamente, de preguntas».
Realidad Conexa cuenta cómo esas preguntas e intuiciones que han servido de machete para abrir camino en el conocimiento de la realidad, muchas veces, procedían de la filosofía, el arte, la literatura o la magia. Es decir, que la ciencia pertenece también a quienes meditan, pintan, imaginan o prestidigitan. Es de todos, aunque cueste darse cuenta.
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