Un nuevo tiempo político en América Latina
Image: REUTERS/Carlos Jasso
Las últimas encuestas publicadas dan como favorito destacado a Sebastián Piñera con vistas a las elecciones presidenciales que Chile celebrará entre noviembre (primera vuelta) y diciembre (probable segunda vuelta) de este año. Tras un segundo periodo de gobierno del centroizquierda (Michelle Bachelet gobierna desde 2014, tras haberlo hecho antes entre 2006 y 2010) regresaría Piñera quien, a su vez, ya fue presidente entre 2010 y 2014. El sondeo de Adimark muestra que existe un “empate técnico” en intención de voto entre los dos candidatos de la izquierda, Alejandro Guillier y Beatriz Sánchez, a la vez que se amplía la ventaja de Sebastián Piñera, de la alianza de centroderecha, Chile Vamos, cuyo apoyo supone más del doble con respecto al que poseen Guillier y Sánchez. Este posible triunfo de Piñera en Chile vendría a confirmar, así como a reforzar, el emergente y actual predominio del centroderecha en América latina.
Con el deseo de aclarar conceptos, conviene subrayar que se trata de un “predominio”, y no tanto de un “giro”; y reúne las características de una preponderancia del centroderecha, y no de la derecha a secas.
Supone, en primer lugar, un predominio del centroderecha, y no a la derecha, porque la mayoría de los liderazgos de esta tendencia en alza (Mauricio Macri, Pedro Pablo Kuczynski y el propio Sebastián Piñera) no se sitúan en ningún extremo del espectro político sino en el centro e incluso tienden puentes con fuerzas de centroizquierda. Así, Kuczynski fue electo presidente de Perú gracias a que la izquierda votó por él para evitar el triunfo del fujimorismo. Macri se sostiene gracias al respaldo de una coalición (Cambiemos) que integra a una fuerza como la Unión Cívica Radical que se autoproclama socialdemócrata. El mismo Piñera presume de haber votado “No” a Pinochet en 1988 y de sus raíces democratacristianas. Incluso, en México, el socialcristiano PAN impulsa una coalición (Frente Ciudadano por México) junto con el PRD, que se dice de izquierdas, para evitar el triunfo no solo del PRI sino, sobre todo, de Andrés Manuel López Obrador.
En realidad, como ocurriera hace una década con el llamado “giro a la izquierda”, se trata de una preponderancia de fuerzas muy heterogéneas y disímiles que van desde el centro hasta la derecha pasando por los diferentes matices del centroderecha: ahí se incluye a empresarios como Macri o Piñera, tecnócratas como Kuczynski o políticos como Margarita Zavala junto con líderes más escorados hacia una derecha favorable a la mano dura (el hondureño Juan Orlando Hernández) o que tiende al populismo (el paraguayo Horacio Cartes). De igual forma, cuando se produjo el conocido como “giro a la izquierda” esa expresión escondía muy diferentes realidades que iban desde el nacionalismo populista de Hugo Chávez, y sus herederos, por un lado, al centroizquierda bacheletista (Chile), frenteamplista (Uruguay) o lulista (Brasil) por otro.
En segundo lugar, es un predominio, y no un “giro”, de ese centroderecha, porque en el futuro vamos a ver ganar a partidos y líderes de diferentes tendencias políticas: ha sido el caso del orteguismo en Nicaragua en 2016, o de Alianza País en Ecuador en 2017 que han interrumpido la seguidilla de victoria del centroderecha. En 2018 podría darse la victoria de Andrés Manuel López Obrador en México. De todas formas, una victoria en Chile de Sebastián Piñera, la previsible de Juan Orlando Hernández en Honduras y las que pudieran tener lugar en 2018 en Colombia (el uribismo/Vargas Lleras), en México (el panismo) o en Brasil (el PSDB) dibujarían un perfil diferente a una región que ya viene mostrando cambios de tendencia desde 2015.
Por no hablar de una posible derrota del chavismo en Venezuela que tendría efectos sísmicos para toda la región al dejar a Daniel Ortega en Nicaragua y a Evo Morales en Bolivia como únicos representantes del bloque del ALBA (sobre todo tras la ruptura en Ecuador de Lenin Moreno con respecto a Rafael Correa, el padre de la Revolución Ciudadana). Esta diversidad ideológica y de tendencias en la región no es nueva pues ya ocurría cuando se hablaba de un supuesto y homogéneo “giro a la izquierda”. Cuando hace una década se acuñó ese mediático (y simplista) concepto, ese término olvidada no solo la heterogeneidad de la propia izquierda sino que, paralelamente, existían fuerzas de centroderecha en el poder, como el PAN en México, ARENA en El Salvador y el uribismo en Colombia.
La segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Ecuador y la crisis institucional que vive Venezuela abrieron este 2017 un trienio electoral decisivo en la historia de América latina (2017-2019). En estos tres próximos años se pondrá en juego la decadencia, o no, de las alternativas del llamado “socialismo del siglo XXI; las fortalezas y debilidades de la izquierda moderada; así como la validez, o no, del “giro o preponderancia del centroderecha”. En estos tres próximos años habrá elecciones presidenciales en Honduras y Chile (2017); en Costa Rica, Colombia, Paraguay, México, Brasil y Venezuela (2018) y en Argentina, Bolivia, Guatemala, El Salvador, Panamá y Uruguay (2019). Es decir, en 14 de los 18 países se renovará al Jefe del Estado.
Si bien la incertidumbre (otra de las características de la actual coyuntura política regional) preside estas citas ante las urnas tanto las más próximas como, sobre todo, las más lejanas, es de destacar que en la mayoría el centroderecha y la derecha parten como favoritos. Además de los ya citados casos de Honduras y Chile, en Costa Rica despunta el centroderechista PLN, en Colombia el uribismo llega muy fortalecido tras su triunfo en el referéndum de 2016; en Argentina las PASO (las internas de agosto) han repotenciado la figura de Macri para conseguir la reelección en 2019 frente a un peronismo dividido y fraccionado, sobre todo si cosecha buenos resultados en las legislativas de octubre.
Otro caso que podría llegar a ser emblemático es el de Uruguay. Después de tres gobiernos del Frente Amplio, el Partido Nacional (centroderecha) supera por primera vez en intención de voto a la coalición de izquierdas que ha gobernado desde 2005 con Tabaré Vázquez (2005-2010/2015/2020) y José Mujica (2010-2015). Según la consultora Factum en los últimos doce meses el Frente Amplio se ha estañado en una intención de voto de entre el 29% y el 31%. El Partido Nacional consolida un proceso de crecimiento y crece ocho puntos respecto al año pasado: se sitúa dos puntos por encima del Frente Amplio (hecho que no ocurría desde 1995). El Partido Colorado y el Partido de la Gente se afirman en un tercer lugar recogiendo el 7% cada uno.
Este giro al centroderecha en América latina se produce por diferentes circunstancias. Sin duda existe un desgaste inherente a periodos de gobierno muy largos (18 años en el caso del chavismovenezolano, 14 del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil o 12 del kirchnerismo en Argentina) protagonizados por fuerza de izquierda o centroizquierda. La nueva época política viene también impulsada por el cambio de la coyuntura económica.
La crisis en unos casos, ralentización en otros y estancamiento general ha puesto en evidencia las falencias de unos Estados ineficientes que no son capaces de encauzar las demandas de las emergentes clases medias en relación al funcionamiento de los servicios públicos (transporte, educación, salud y seguridad). Unos Estados a los que se les perdonaba (o se miraba para otro lado) su ineficacia, corrupción y clientelismo cuando la bonanza se derramaba con generosidad. Ahora, la abundancia de recursos ha dado paso a la escasez de fuentes de financiación para las políticas sociales lo cual ha traído consigo el incremento del malestar social y menor permisividad con respecto a prácticas corruptas.
En definitiva, América latina ya no se asoma, como ocurría entre 2013 y 2015, a un nuevo momento político sino que está entrando de lleno en él. De confirmarse esos cambios, se pasaría del predominio de una heterogénea izquierda (del centroizquierda y de la izquierda bolivariana) entre 2005 y 2013 a un predominio de un no menos heterogéneo centroderecha que abarca desde la derecha de Juan Orlando Hernández en Honduras, al pragmatismo centroderechista de Mauricio Macri, Sebastián Piñera o Pedro Pablo Kuczynski.
Además, en este trienio electoral, hay mucho más en juego que el predominio de una tendencia política u otra. El eje político-económico en torno al que se van a situar los partidos va a pasar por el respaldo, o rechazo, a las reformas estructurales, apoyando la continuidad o no de ese tipo de reformas de corte aperturista, que antes impulsaban tanto las fuerzas de centroderecha (el caso de Enrique Peña Nieto en México) como las de centroizquierda (los primeros gobiernos de Lula da Silva en Brasil, Michelle Bachelet en Chile y Tabaré Vázquez en Uruguay). Sin embargo, en la presente coyuntura, la mayoría de las fuerzas de izquierda (es el caso de López Obrador en México, del PT de Lula en Brasil o del kirchnerismo en Argentina) se alzan como el principal obstáculo para la implementación de ese tipo de transformaciones a las que descalifican como “neoliberales” y que, en el fondo, buscan la adecuación y modernización de las economía regionales al reto que encarna la IV Revolución Industrial, la de la era digital.
El giro a la izquierda deja como herencia una América latina con menor pobreza y desigualdad. El giro al centroderecha en ciernes tiene como principal reto diseñar un modelo de desarrollo basado en la productividad, la competitividad y la innovación, con una apuesta por la mejora de la educación y de las infraestructuras.
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