La música feliz potencia el pensamiento creativo

Esteban Ordóñez Chillarón

Algunos ven la creatividad como una capacidad que cae con más fuerza en unos individuos que en otros de manera innata; otros apuestan por considerarla una prestación de nuestra mente que está ahí, dispuesta a que le aportemos estímulos y la despertemos.

De esta segunda rama parten muchos investigaciones que analizan qué herramientas sirven con mayor eficacia al desarrollo de la creatividad. Desde la Radboud University Nijmegen, Simone M. Ritter y Sam Ferguson han analizado cómo los distintos tipos de música operan sobre la creatividad. El resultado es el artículo Happy creativity: Listening to happy music facilitates divergent thinking.

Han descubierto que la música feliz, la que alimenta un estado de ánimo afable y positivo, potencia el pensamiento divergente. Este tipo de pensamiento es solo una de las caras de la creatividad; en concreto, la que utilizamos para asociar distintas informaciones y encontrar ideas originales. Gracias a él somos capaces de salirnos de los cauces marcados, de reflexionar sin filtros y de parir alternativas imprevistas. Es lo que identificamos como la chispa.

La creatividad constituye hoy una de las principales preocupaciones de quienes se abren camino en un mundo laboral en medio de una gran competencia

En cambio, no se ha detectado ningún efecto sobre el pensamiento convergente: el que usamos para filtrar opciones basándonos en nuestros conocimientos (a través de él, llegamos a la solución más útil para un problema).

Según los autores, «a pesar de que los estudios científicos anteriores demuestran un efecto beneficioso de la música sobre la cognición [general], el efecto de la música sobre la cognición creativa ha permanecido inexplorado en gran medida».

Pese al vacío científico del que hablan Ritter y Ferguson, el trabajo con dispositivos informáticos que nos ofrecen la posibilidad de reproducir música fácilmente ha ido moviendo a los profesionales a experimentar con distintos estilos musicales (más duros o suaves, más o menos instrumentales, con letras en la lengua propia o en otras lenguas…).

Quienes hemos ido tanteando distintas alternativas, sabemos que unas veces nos sentimos fluir con ciertas composiciones y con otras nos bloqueamos o perdemos la atención. A base de ensayo y error y de observar nuestras reacciones, al final creemos obtener un esquema claro de qué tipo de géneros empastan mejor con qué fases de nuestro trabajo.

También se ha investigado el efecto de los ruidos blancos y se han creado plataformas que ofrecen cócteles de sonidos personalizables. Por otro lado, se han diseñado distintos métodos: la lluvia de ideas, las conexiones aleatorias… En definitiva, los apéndices de la creatividad están ampliamente explorados. Sin embargo, en opinión de Ritter y Ferguson, no se ha aportado suficiente base científica de cómo la música espolea la creatividad.

En su experimento participaron 155 personas que se dividieron en cinco grupos. Entre los cuatro primeros repartieron cuatro fragmentos de música clásica aptas para distintos estados emocionales. Los participantes del quinto grupo funcionaron como control y realizaron las pruebas en silencio. Los individuos que oían música de cariz vivaz y positivo demostraron mejores resultados en pensamiento divergente.

Para analizar esta parcela del pensamiento creativo desarrollaron una prueba llamada tarea de usos alternativos: al participante se le pide que enumere usos diferentes e innovadores para un objeto, en este caso, un ladrillo. Por otro lado, para la evaluación del pensamiento convergente se siguió un ejercicio en el que los sujetos debían encontrar la mejor respuesta a una pregunta. Se presentaron diez inventos de uso culinario y los participantes tuvieron que elegir los tres objetos y ordenarlos en función de su originalidad y utilidad.

Mientras tanto, permanecieron expuestos a cuatro tipos de músicas que habían sido analizadas con anterioridad para determinar qué estado de ánimo promovían: tranquilas (de Camile Saint-Saens), felices (Antonio Vivaldi), tristes (Samuel Barber), ansiosas o excitadas (Gustav Holst).

Según su estudio, sus resultados vienen a sostener algunas conclusiones de investigadores anteriores como que «el estado de ánimo influye en la fluidez creativa y la originalidad».

Ritter y Ferguson afirman que la influencia de la música no se limita a un tipo específico de inteligencia: «Un estilo de pensamiento flexible (necesario para el divergente) no se limita a un campo creativo en particular, sino que es igualmente válido para la creatividad artística, verbal y científica».

Otros trabajos científicos anteriores habían descubierto particularidades como el efecto Mozart. Exponerse a la obra del genio austriaco mejora las habilidades espaciales de los individuos. En otra investigación se detectó que el tono, la rapidez y la intensidad de la música escuchada antes de efectuar una tarea también influye en su desempeño.

En el planteamiento del estudio había también una cuestión práctica: la rentabilidad a la hora de estimular el trabajo mental de los profesionales. «Muchas técnicas de mejora de la creatividad actualmente disponibles deben ser entrenadas y enseñadas de manera directa, lo que puede requerir mucho tiempo y dinero», explican.

La creatividad constituye hoy una de las principales preocupaciones de quienes se abren camino en un mundo laboral en medio de una gran competencia: muchas veces, la habilidad para salirse del tiesto y encontrar respuestas diferenciadoras es la mejor carta de presentación a la hora de conseguir un puesto de trabajo. Investigaciones como la de Ritter y Ferguson contribuyen a aportar herramientas que están al alcance de la mano de cualquiera y evidencian que no solo en escuelas grandes y caras podemos aprender a avivar la genialidad que guardamos dentro de nosotros.

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