Geografías en profundidad

China: nueva potencia reguladora de la economía global

A girl takes pictures after opening ceremony at Shanghai Disney Resort in Shanghai, China, June 16, 2016. REUTERS/Aly Song - S1AETKENMJAB

Image: REUTERS/Aly Song

A. Michael Spence
Philip H Knight Professor Emeritus and Senior Fellow at the Hoover Institution, Stanford Graduate School of Business

En un artículo escrito recientemente para el South China Morning Post, Helen Wong, directora ejecutiva para China Continental, plantea que la creciente generación de 400 millones de jóvenes consumidores chinos pronto representarán más de la mitad del consumo interno del país. Wong observa que esta generación hace sus transacciones principalmente en línea, a través de plataformas móviles innovadoras e integradas, y señala que ya “ha dado el salto desde el mundo anterior a la web a la Internet móvil, prescindiendo completamente del ordenador personal”.

Por supuesto, no es ninguna novedad el que en China esté creciendo la clase media, pero el grado en que los consumidores digitales más jóvenes impulsan el rápido crecimiento de las industrias de servicios del país no ha recibido la suficiente atención. Después de todo, los servicios ayudarán a la transición estructural de China desde una economía de ingresos medios a una de ingresos altos.

No hace mucho tiempo, varios expertos dudaban de que China pudiera dar el paso hacia una economía de servicios sostenida por la demanda interna.

No hace mucho tiempo, varios expertos dudaban de que China pudiera dar el paso desde una economía en que predominaban la manufactura con gran uso de mano de obra, la inversión en infraestructuras y la industria pesada a una economía de servicios sostenida por la demanda interna. Incluso si esta transición está lejos de haber acabado, los avances hasta ahora han sido notables.

En los últimos años, China ha ido descargando sus sectores exportadores con alto uso de mano de obra a países menos desarrollados con menores costes laborales. Y en otros sectores ha pasado a usar formas de producción más digitales y para las que se necesita más capital, convirtiendo en insignificantes las desventajas en términos de costes laborales. Son tendencias que implican que el crecimiento del lado de la oferta se ha vuelto menos dependiente de los mercados externos.

Como resultado de estos cambios, el poder económico de China está creciendo con rapidez. Su mercado interno aumenta velozmente, y puede ser que pronto se convierta en el mayor del mundo. Puesto que el gobierno chino puede controlar el acceso a él, cada vez más puede ejercer su influencia en Asia y el resto del mundo. Al mismo tiempo, la menguante dependencia de China del crecimiento impulsado por las exportaciones reduce su vulnerabilidad a los caprichos de quienes controlan en acceso a los mercados globales.

Pero China no necesita limitar el acceso a sus propios mercados para sostener su crecimiento: puede aumentar su poder de negociación simplemente amenazando con hacerlo. Esto sugiere que la posición del país en la economía global se está comenzando a parecer a la de Estados Unidos en el periodo de posguerra, cuando era la potencia económica predominante, junto con Europa. Durante décadas tras la Segunda Guerra Mundial, Europa y EE.UU. representaban fácilmente más de la mitad (y cerca de un 70% en un determinado punto) de la producción mundial, y no dependían demasiado de los mercados externos, más allá de recursos naturales como el petróleo y minerales.

En los últimos años, China ha ido descargando sus sectores exportadores con alto uso de mano de obra a países menos desarrollados con menores costes laborales

Hoy China se acerca con rapidez a una configuración similar. Tiene un mercado interno muy grande (cuyo acceso puede controlar), salarios en aumento y una alta demanda agregada, y su modelo de crecimiento se basa cada vez más en el consumo y la inversión internos, y menos en las exportaciones.

Pero, ¿cómo usará China su creciente poder económico? En el periodo de posguerra, las economías avanzadas usaron su posición para fijar las normas de la actividad económica mundial, a fin de beneficiarse a sí mismas, por supuesto, pero también intentaron ser tan inclusivas de los países en desarrollo como fuera posible.

Ciertamente, las potencias de posguerra no estaban obligadas a hacerlo y podrían haberse centrado mucho más en sus propios intereses. Pero eso no habría sido muy sabio. Merece la pena recordar que en el siglo veinte, tras dos guerras mundiales, la paz era la principal prioridad, junto con la prosperidad (o incluso antes que ella).

China muestra todas las señales de avanzar en la misma dirección. Es muy probable que no siga un enfoque de una estrecha mentalidad egoísta, principalmente porque, de hacerlo, afectaría su estatura y reputación globales. Ha demostrado que desea influir en el mundo en desarrollo (y ciertamente en Asia), desempañando el papel de un socio en el que se puede confiar, al menos en el ámbito económico.

Para que pueda lograrlo, habrá que ver qué hace en dos áreas clave de sus políticas. La primera es la inversión, donde China ha sido muy proactiva en la firma de varias iniciativas multilaterales y bilaterales. Por ejemplo, además de invertir intensamente en países africanos, fundó el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura en 2015, mientras que en 2013 anunció la “Iniciativa de la Ruta de la Seda” (Belt and Road Initiative), destinada a integrar a Eurasia a través de enormes inversiones en carreteras, puertos y transporte ferroviario.

En segundo lugar, el modo como China maneje el acceso a su vasto mercado interno en términos de comercio e inversión tendrá consecuencias de gran alcance para todos sus asociados económicos externos, no solo los países en desarrollo. Hoy la fuente del poderío de China es su mercado interno, lo que significa que las decisiones que adopte en esta área en el corto plazo determinarán en gran medida su estatura global en las futuras décadas.

No hay duda de que la actual posición de China en cuanto al acceso a su mercado interno es menos clara que sus ambiciones económicas en el exterior. Pero lo más probable es que avance a un marco multilateral abierto y basado en reglas. La lección del periodo de posguerra es que este enfoque será el más beneficioso en lo externo, afirmando la influencia internacional del país. En esta etapa de su desarrollo, un enfoque así tendrá pocos costes o ninguno, mientras que lo más probable es que brinde numerosos beneficios.

Lo que está por verse es cómo se desarrolla la relación entre China y Estados Unidos, país que sufre de patrones de crecimiento no inclusivos y las turbulencias políticas y sociales que esto implica. Y hoy parece estarse distanciando de su histórico enfoque de posguerra en cuanto a política económica internacional. Pero incluso si se aísla bajo el Presidente Donald Trump, el país sigue siendo demasiado grande como para ser ignorado. Si el gobierno de Trump pone en práctica políticas agresivas hacia China, los chinos no tendrán más opción que responder.

Aun así, mientras tanto China puede seguir impulsando un enfoque multilateral basado en reglas, y esperar un amplio apoyo de otros países de economías avanzadas y en desarrollo. La clave es no distraerse con el descenso de Estados Unidos al nacionalismo. Después de todo, nadie sabe con certeza cuánto vaya a durar.

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