Entendiendo la América profunda

Onlookers watch as a 95-by-50-foot American flag is unfurled on the side of an apartment complex, a replica of the "The Great Flag" that was spun, woven, dyed, constructed and displayed on the same building by Amoskeag Manufacturing Company in 1914, in Manchester, New Hampshire, U.S., June 14, 2017.   REUTERS/Brian Snyder - RTS173DX

Image: REUTERS/Brian Snyder - RTS173DX

Carlos Hernández-Echevarría

Hillbilly es el libro del año en Estados Unidos y pronto será una gran superproducción de Hollywood, pero además es el primer texto que debería leer cualquier persona que se pregunte cómo es la América de Trump.

Como reconoce el propio autor, Hillbilly es una autobiografía poco corriente ya que su protagonista aún no ha cumplido los 35 y tampoco ha hecho nada reseñable. Con esto quiero decir, además de llegar desde una pequeña y deprimida ciudad de Ohio a graduarse con honores en la facultad de Derecho de Yale. Puede parecer algo menor, pero no lo es. Como él mismo explica, de su clase del instituto apenas uno de cada cinco alumnos acabó la educación secundaria y prácticamente ninguno salió del estado para ir a la universidad. A la luz de las estadísticas, la de J.D. Vance es toda una gesta digna de una temprana autobiografía.

Su historia es la de tantos jóvenes blancos de ciudades y pueblos del interior de EE UU. Familia desestructurada con problemas de drogas, encontronazos con los servicios sociales y la justicia, falta de perspectivas profesionales… pero con final feliz.

El éxito de Hillbilly es que traslada al lector a una parte del país que rara vez sale en la prensa pero que ha sido clave en el giro político que ha dado en los últimos meses

El éxito de Hillbilly es que traslada al lector a una parte del país que rara vez sale en la prensa pero que ha sido clave en el giro político que ha dado en los últimos meses.
En las costas muchos se preguntaban qué era esa “epidemia de drogas” de la que hablaba Donald Trump en campaña cuando justificaba la construcción del muro con México, pero en Ohio todos lo saben. Según datos del Centro Nacional de Estadísticas Sanitarias citados por el diario The Guardian, en el sur del estado las muertes por sobredosis se han quintuplicado en los últimos quince años.

En Silicon Valley o en Tribeca sonaba a chiste de mal gusto el eslogan de Trump de “Hagamos a América grande otra vez”. “¿Por qué?, si las cosas van mejor que nunca”. Pero en Middletown, Ohio, las cosas van muy mal. Los abuelos que llegaron allí huyendo del cierre de las minas en Appalachia (en la región de Virginia) ven ahora cómo las industrias que los recibieron echan a su vez el cierre dejando a sus nietos desamparados. Y la historia se repite a lo largo de EE UU. El empleo industrial y su promesa de una vida de clase media para gente sin estudios desaparece. Más de cuatro de cada diez blancos de clase trabajadora dicen que viven peor que sus padres. El ‘sueño americano’ no funciona para ellos… es el mejor caldo de cultivo para un político listo.

Si rebobinamos hacia la última campaña presidencial, veremos que el mensaje de Donald Trump era perfecto para esas personas. El republicano ofrecía un futuro mejor y además una inyección de orgullo. Trump decía claramente que la culpa era de los “desastrosos acuerdos comerciales” y que países como China o México se habían llevado todo el empleo industrial y “se reían de EE UU”. La culpa, remarcaba Trump, era de los “estúpidos” gobernantes y en ningún caso de los “fantásticos” trabajadores estadounidenses que con él “iban a cansarse de tanto ganar”. Un mensaje económico optimista y redondo, sin matices, para una parte del país en la que la recuperación económica de Obama ni estaba ni se la esperaba. En el día de las elecciones el condado de Butler, donde está Middletown, votó por Donald Trump con una diferencia de casi 30 puntos respecto a Hillary Clinton. No es que gustaran más las soluciones del republicano, es que su rival ni siquiera decía que había un problema que solucionar.

La intención de J.D. Vance al escribir este libro no era explicar la victoria de Trump, principalmente porque ésta no se había producido. Hillbilly está escrito y publicado antes de las elecciones y en sus páginas no hay ni una sola mención al nuevo presidente, lo que a mi entender le otorga aún más valor. Como dice el subtítulo del libro en su idioma original, se trata de “la memoria de una familia y una cultura en crisis”. El término hillbilly va mucho más allá de una traducción como “paleto”, encierra siglos de identidad cultural protestante, blanca y de clase trabajadora. Una forma de vida amenazada en varios frentes.

El autor escribe sin odio de su ciudad, de su familia y de su viaje vital, explicando que más allá de los problemas muy reales de la clase blanca trabajadora, ésta también es víctimas de su propio pesimismo y de una cultura familiar y profesional que no ayuda en absoluto. Vance es, en cierto modo, implacable con sus vecinos, a los que también considera responsables de su propia situación. En el libro es central su visión del papel de la familia a la hora de motivar a los más jóvenes. Como hijo de un padre ausente y una madre adicta, criado principalmente por sus abuelos, no se explica que tantos varones de su misma generación tengan hijos de los que no se ocupan. Según datos de la Oficina del Censo de EE UU, menos de la mitad de los padres que tienen que pasar pensión alimenticia está completamente al corriente de pago, pero según el autor en determinadas partes del país el abandono es más la norma que la excepción.

Por encima de todo, Vance cree que la culpa del declive de la sociedad en la que ha crecido la tiene la falta de expectativas

Por encima de todo, Vance cree que la culpa del declive de la sociedad en la que ha crecido la tiene la falta de expectativas, la sensación de que el fracaso no sólo es esperable sino casi inevitable. Explica que contra todo pronóstico, los blancos de clase trabajadora son estadísticamente más pesimistas sobre el futuro que los afroamericanos o hispanos, que viven en condiciones de pobreza objetivamente mucho más duras. Aunque sigan “mejor” que otros grupos, su progreso se ha detenido: según un estudio de la Brookings Institution citado por el autor, en 1970 sólo uno de cada cuatro niños blancos vivía en un barrio con un índice de pobreza por encima del 10%. Hoy son cuatro de cada diez.

Vance presenta una realidad brutal de niños que pasan hambre y miedo en el país más rico del mundo; de jóvenes que no saben abrir una cuenta bancaria o rellenar una solicitud de empleo; de adultos que sucumben a las adicciones, a la desesperanza y a la rabia. El autor no ofrece una solución mágica ni parece creer que exista. De hecho, tiene una visión bastante cínica de lo que puede o no puede hacer el Gobierno para solucionar esta crisis de la clase obrera blanca del interior. Pero es aún más duro con aquellos que en los medios o en la política viven de explotar el resentimiento de los hillbillies con noticias o promesas falsas.

Su retrato es útil para entender el éxito de la candidatura de Donald Trump en ciertas partes del país y por qué muchos de sus votantes se resisten a abandonarlo a pesar de las dificultades: llevan muchos años sin que un político les ofrezca la esperanza de “volver a ser grandes otra vez”. Hillbilly, una elegía rural es la pieza que nos faltaba no para defender el Trumpismo, sino para comprenderlo.​

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