Diez años después, aún somos vulnerables
El 10 de julio de 2007, la agencia de calificación Moody’s alertó sobre los riesgos tóxicos de los “subprimes” o créditos hipotecarios otorgados por algunos bancos estadounidenses. Un año después, el 15 de septiembre de 2008, la quiebra de Lehman Brothers constató una grave crisis de un sistema opaco y descontrolado que provocó una crisis económica mundial. Tras caer Lehman, el comercio mundial se desplomó un 20% y el 80% de los países cayeron en recesión.
El efecto dominó también acabó fragilizando la UE, que sufrió una recesión del -4,4% en 2009 y amenazó la existencia de la zona euro. Algunos países miembros como Irlanda, Portugal, Italia, España y Grecia entraron en un círculo vicioso de inestabilidad financiera de difícil gestión por falta de instrumentos institucionales por parte del Banco Central Europeo (BCE). A partir de mayo de 2010, se crearon y aplicaron diversos fondos y mecanismos de estabilidad y vigilancia financiera. Y el BCE lanzó un plan continuado de tutela con un recompra de deuda pública que dio respiro y vida evitando lo peor. Grecia sigue bajo tutela. Pero lograr asegurar la estabilidad financiera de la zona euro exigirá una mejor coordinación de las políticas económicas y presupuestarias de la UE. Unos ambiciosos objetivos que, una vez celebradas las elecciones alemanas, serán impulsados por el eje franco-alemán.
En primer lugar, las instituciones financieras internacionales y estatales deben analizar las causas y los efectos perniciosos de la incontrolada liberación financiera y preguntarse si se han corregido los fallos e insuficiencias de los sistemas de regulación y de autorregulación de los mercados financieros. En caso contrario, la próxima tormenta financiera no tardará en llegar.
Diez años después, destacan las medidas tomadas para asegurar la estabilidad del sistema financiero mundial. Y un informe del Consejo de Estabilidad Financiero (FSB), presentado en la reciente cumbre del G20, lo considera más seguro, simple y equitativo. Pero se advierte sobre nuevos riesgos provocados por determinadas entidades y sociedades que no están sometidas a las mismas normas de regulación y supervisión que afectan a los bancos. Éstos han reforzado sus reservas de capitales y mejorado la trasparencia para evitar las operaciones arriesgadas o especulativas y lograr ponerse al servicio de las prioridades y las necesidades de la economía productiva. Ahora los riesgos se concentran en algunos sectores no bancarios muy opacos.
La economía mundial entró en una fase de recuperación económica pero aún depende de las medidas de estímulo económico de los Gobiernos
”Cabe ser precavido. Los riesgos persisten y, según un informe del FMI, publicado el 5 de julio, son más políticos y sociales que propiamente financieros. Mucho depende de las decisiones de los dirigentes políticos. La “America first” de Donald Trump no favorece una mejor cooperación y coordinación de las instituciones financieras. Sus proyectos de desregulación para recortar las medidas decretadas por la anterior administración Obama para controlar el sector, volverán a provocar la toma improcedente de riesgos. EEUU sigue siendo un país altamente endeudado. La posición proteccionista de Trump en la última cumbre del G20 en Hamburgo es otro factor perturbador del libre comercio mundial. En cambio, Ángela Merkel y Emmanuel Macron crean expectativas de un posible relanzamiento y mayor cohesión de la UE, sin las cortapisas británicas. Otro país clave es China, a las puertas del Congreso del PCC que se celebrará en otoño. Su sistema financiero también sigue endeudado y fragilizado por una cantidad considerable de créditos bancarios de difícil retorno. El endeudamiento público y privado afecta tanto a los países avanzados como a los emergentes. Los préstamos deben ser devueltos. Pero si los tipos de interés crecen demasiado rápido, los Gobiernos, las empresas y los particulares tendrán problemas para devolverlos,
Los efectos perniciosos de la última crisis financiera recayeron principalmente sobre los ciudadanos. La mayoría apenas han visto incrementar su salario desde 2007. Las desigualdades económicas y sociales se incrementaron y golpean a las generaciones jóvenes que ven frustradas sus expectativas de futuro. Otra crisis económica realimentaría las presiones populistas. No bastarán las medidas financieras. Se precisan políticas públicas eficientes de redistribución, cohesión y protección social. Y sobre todo, invertir en el sistema educativo y formativo para mejorar el capital humano y social creando las condiciones para crear más empleos más cualificados y mejor pagados y contrapesar los que se pierden debido a la irrupción de las nuevas tecnologías y la robotización.
Publicado originalmente en El Economista, 3 de agosto de 2017
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