¿Es correcta la obsesión de Estados Unidos por el déficit comercial?

Cars are shown for sale with financing at a car lot in National City, California, U.S., June 30, 2017.Picture taken June 30, 2017.   REUTERS/Mike Blake - RTX3D240

Image: REUTERS/Mike Blake

Javier Arreola-Rosales

En los últimos dos años, buena parte del debate alrededor del libre comercio ha pasado por el déficit comercial –una medida económica importante para monitorear, pero no necesariamente primaria para el desarrollo de política pública. Ante la renegociación de diferentes tratados comerciales, vale la pena preguntarse, ¿qué es el déficit comercial? ¿Cuáles son sus premisas? ¿Qué implicaciones tiene? Y, ¿qué hacemos con él?

El Déficit Comercial

Los países compran y venden productos y servicios al resto del mundo, y al hacerlo, es muy difícil que queden con un balance cero. Así, un déficit comercial se produce cuando un país importa más de lo que exporta. Cuando el déficit es solo entre dos países, se habla de un déficit comercial bilateral.

Los países producen cosas en las que son buenos –tanto para consumo interno como para venderlas a externos- y compran otros bienes y servicios en cuya producción no son tan competitivos. Además, el balance comercial de todo el sistema es más importante que cualquier superávit o déficit bilateral.

Dos premisas adicionales: La base de las ciudades ha sido el comercio entre diferentes entidades que prosperan juntas. Y las economías nacionales se pueden entender mejor como la suma de diferentes economías de ciudades y regiones que producen distintos bienes y servicios. Al hacer transacciones entre ellas, se crea valor en el sistema porque una parte cobra dinero y la otra obtiene un producto competitivo. Por ello, históricamente, el comercio ha tendido a apoyar el crecimiento de los sistemas económicos.

Si el comercio creara pérdidas, esto significaría que, en general, todas las partes –desde productores hasta consumidores- han empeorado su situación por sus decisiones a lo largo del tiempo; éste no es un fenómeno dominante. Tampoco sucede que las ganancias de una parte vengan de las pérdidas de la otra, por lo que el comercio no es un sistema donde el resultado general sume cero.

Entonces, como la posición de un país en el comercio internacional es la suma de las millones de decisiones de los consumidores y las empresas para comprar o vender bienes o servicios, la cuestión clave es cómo los beneficios se distribuyen entre los países.

La interpretación de la administración estadounidense

De acuerdo con el equipo del presidente Trump, “los déficits comerciales son la indicación más clara de que Estados Unidos se ha convertido en un perdedor habitual en el mercado global.” Dicha visión asume que las exportaciones son triunfos y las importaciones son pérdidas. Esto se potencia al ver la situación deficitaria estadounidense en comparación con sus pares del G20, donde destacan los déficits con China, México y Alemania:

Para pensar así, se está dando por sentado que el comercio no crea valor, sino que es una suma cero –postura que muy pocos economistas comparten- lo cual reabre un debate que se creía zanjado hace décadas. La postura se complementaría por convicciones como que:

  • Los déficits comerciales son la causa central de los problemas económicos y de producción en EEUU;
  • Los socios comerciales necesitan más el dinero de EEUU que al revés;
  • Si se revirtiera la tendencia, se reabrirían las fábricas que se fueron por la firma de los tratados comerciales y se crearían muchos empleos.
La ecuación básica del PIB

Sin embargo, el déficit comercial de EEUU no refleja que el país haya perdido en el comercio internacional. Al examinar la ecuación del PIB a precios de mercado, entendida por PIBpm = Consumo Final Nacional + Inversión en Consumo + Gasto Público + (Volumen de Exportaciones – Volumen de Importaciones); parecería que las importaciones efectivamente restan a la producción o son negativas.

El déficit comercial de EEUU no refleja que el país haya perdido en el comercio internacional

Pero en realidad son restadas por un motivo de contabilidad: por definición, el PIB mide el valor de los bienes y servicios producidos dentro de un país, y en su ecuación, las importaciones ya están siendo calculadas en los demás elementos de producción nacional –inversión en consumo y gasto público-. Así, las importaciones se sustraen para calcular la producción nacional sin cometer el error de contar dos veces el mismo concepto.

El hecho de que se resten las importaciones tampoco hace que el PIB sea menor. La falla en esta lógica es que, tanto el déficit comercial como el PIB son resultado de otros factores subyacentes que están reflejados en los demás elementos de la ecuación. Entonces, son un producto de la forma de calcular la ecuación, pero no son ni causa ni efecto de la misma.

Por ejemplo, en las últimas dos décadas ha habido mayores déficits comerciales en EEEUU cuando la economía ha crecido más rápidamente, y los déficits han sido menores cuando la economía estaba mal funcionando. En un segundo ejemplo, si EEUU aumentara su gasto en infraestructura, éste incrementaría los ingresos y, por tanto, el consumo – incluyendo las importaciones, así como el déficit comercial. O si entrara en recesión, el déficit comercial bajaría por la reducción del consumo de todos los bienes, incluyendo las importaciones, mientras que la producción no aumentaría.

Los casos anteriores reflejan los cambios en el indicador de la balanza comercial, pero también dejan claro que ni el déficit indica una economía en crisis ni el superávit refiere una economía sana. Por tanto, no existe un vínculo directo ni simple entre el tamaño del déficit comercial y el nivel de actividad económica que mide el PIB, o la salud de la economía.

Los desequilibrios comerciales son temas todavía más complejos que aún son materia a debate entre economistas. Pero la historia es diferente para cada país, pues hay factores como su tamaño, los tipos de bienes y servicios que exportan, la madurez de su economía, y la razón por la que existen desequilibrios comerciales.

Si las importaciones son realmente buenas o malas para el crecimiento económico de EEUU, eso depende de en qué se utilicen

Desde hace décadas, se decidió que las importaciones fueran un factor muy importante para el crecimiento de la economía estadounidense. Ya si las importaciones son realmente buenas o malas para el crecimiento económico de EEUU, eso depende de en qué se utilicen. Si se hace un uso productivo, las importaciones hacen que las empresas sean más competitivas, pudiendo dar mayor empleo y generar más riqueza.

Podemos decir con certidumbre que la situación actual del déficit sí refleja buena parte de los fenómenos alrededor del consumo y demanda de valores en EEUU:

  • Ya que la economía de EEUU está funcionando mejor que otras economías del mundo, los consumidores estadounidenses pueden comprar bienes en el extranjero, pero es más difícil que los extranjeros le compren a EEUU, lo que aumenta el déficit comercial;
  • Las subidas en las tasas de interés de los últimos meses elevan el valor del dólar. Además, el billete verde es usado en todo el mundo, pues ante la falta de activos considerados como seguros, es prácticamente la moneda de reserva global;
  • Desde hace décadas, los estadounidenses han consumido más de lo que han ahorrado o invertido, y para consumir han pedido prestado en lugar de usar dinero propio. En los últimos años, han ahorrado a tasas mucho más bajas que los países que han progresado económicamente, por lo que se han convertido en una nación de consumidores y no de ahorradores. Por un lado, gozan de altos estándares de vida, pero por el otro, están pagando gran parte de su consumo e inversiones a través de préstamos. Ya que elevar los aranceles sobre las importaciones sin invertir o ahorrar no eliminará el déficit, el debate se inclina a que se busquen incentivos de ahorro o políticas tributarias;
  • Si se cumple la agenda fiscal de Trump, que pasa por recortar impuestos individuales y corporativos, probablemente se impulse el crecimiento económico y lleguen inversiones a EEUU, por lo que también elevaría el valor del dólar y aumentaría el déficit.

El déficit comercial tiene otro problema por la forma en que se mide. Veamos, por ejemplo, los automóviles ensamblados en México o los celulares hechos en China. A pesar de que EEUU los importe, muchas de sus partes y su propiedad intelectual vienen de diferentes países, pero principalmente de EEUU. Entonces contabilizar una importación a precio completo es engañoso, pues cuando los productos van y vienen, generalmente el país exportador final sólo añadió una fracción del valor –por ejemplo, la mano de obra que participó en el acabado de los productos- pero en los libros de comercio, se registra el valor completo del producto.

Sería más útil conocer el valor real o agregado de las importaciones dentro de las cadenas de valor, que el importe último del producto

Las razones anteriores llevan a la conclusión de que sería más útil conocer el valor real o agregado de las importaciones dentro de las cadenas de valor, que el importe último del producto. Por un lado, la OCDE y la OMC han estado evaluando metodologías basadas en el “valor agregado” para ajustar las balanzas comerciales. Por el otro, el gabinete de Trump ha considerado cambiar el cálculo del déficit comercial para inflarlo: quieren dejar de contabilizar las “reexportaciones” -aquellas mercancías que llegan a EUA y que se envían a otro lugar inmediatamente- como exportaciones.

Este proceso de producción compartida acentúa la otrora apuesta estadounidense por las cadenas globales de valor y es el cimiento de los tratados de libre comercio. Más importante, las fábricas estadounidenses han aumentado su producción en los últimos años, basándose fuertemente en estas cadenas globales de suministro. Ya que la mayoría de estas cadenas son alrededor de la manufactura, el déficit comercial golpea con más severidad a esta industria.

Los problemas que destapa el déficit

La minuciosa examinación del déficit por parte de la comunidad internacional ha confirmado que éste es un indicador económico relevante, pero imperfecto, y que no se sostiene para ser el eje rector de una política pública económica. El mismo análisis ha confirmado que el déficit comercial expresa síntomas de problemas profundos de esta época, entre los que destaca el papel de la automatización y la necesidad de inversión.

Según la Institución Brookings, el comercio de EEUU con México llevó a poco más de 100 mil pérdidas netas de puestos de trabajo en la industria manufacturera, alrededor del 0.1% de la mano de obra estadounidense. De acuerdo con el Economic Policy Institute, las pérdidas llegarían a 700 mil empleos.

Entre 1980 y 2015, se perdieron 6 millones de empleos estadounidenses en el sector manufacturero, y apenas se crearon 800 mil. Además, la transición a economía de servicios dejó 33 millones de nuevos empleos. Pero correlación no implica causalidad y culpar a los tratados comerciales falla en explicar la verdadera razón: la automatización del sector impulsó la productividad manufacturera en 2.5 veces para el mismo periodo de tiempo, así como el valor total de la industria, por lo que ahora requiere menos trabajadores para crear más valor.

Para entender esto tangiblemente, sólo hay que imaginar la cantidad de veces que una fábrica ha despedido trabajadores porque “compraron una nueva máquina y ya no necesitan tanta gente.” Ya a nivel macro, es innegable que todas las economías avanzadas han estado reduciendo constantemente su participación en la generación de empleo así como el tamaño de la fuerza laboral manufacturera, independientemente de los déficits o superávits comerciales.

La administración estadounidense está considerando medidas para "traer empleos de regreso a Estados Unidos", cortando impuestos corporativos y eliminando regulaciones, pero también aumentando los aranceles y las barreras comerciales. Estas propuestas son una respuesta a la decisión de muchas compañías que salieron de EUA para reducir costos. Pero con el avance tecnológico, incluso si las mismas empresas regresaran a EUA, van a traer menos empleos que cuando marcharon.

Entonces, ¿qué hacemos con el déficit comercial?

La simplista explicación de restringir el comercio a través de barreras y aranceles podría dar resultados en el corto plazo, aun sabiendo que su propia implementación causaría litigaciones, sanciones y podría desatar una guerra comercial. Si bien dichos aranceles podrían influir en el déficit, los impuestos sobre las importaciones también son impuestos sobre las exportaciones, donde se extraen recursos de una cuenta para llenar la otra.

En el informe anual del Banco de Pagos Internacionales, se incluye una simulación en la que se puso un arancel de 10% a todas las importaciones estadounidenses de China y México. El resultado reveló que las tarifas arancelarias perjudicarían a las compañías estadounidenses de manera directa e indirecta, donde el sector de equipos de transporte sufriría más, seguido por los de pieles, petróleo, textiles, maquinaria y equipos eléctricos.

Entonces, si las empresas gravadas no quisieran absorber el costo de los aranceles, el consumidor final sería el que los terminaría pagando, causando aumentos en los precios de los productos e inflación generalizada. Pero si las empresas quisieran absorber el costo de los aranceles para mantener un precio competitivo, tendrían que recortar costos salariales o acelerar el reemplazo de dichos puestos de trabajo con robots.

En conclusión, el comercio internacional ha sido un gran medio para inversionistas y multinacionales que han aprovechado –y en varios casos abusado de- la mano de obra con bajos salarios para fabricar sus productos, mientras que los principales perdedores son los trabajadores desplazados por la tecnología y el rediseño de las cadenas de valor. Pero los ganadores también han sido los consumidores, que pueden comprar productos más baratos.

Las tarifas arancelarias perjudicarían a las compañías estadounidenses de manera directa e indirecta

La lección es oportuna: el círculo virtuoso del incremento en el consumo no debe estar basado en la deuda, sino en el crecimiento productivo e innovador. Por ello la respuesta, una vez más, es regresar a lo básico, que es la educación y la capacitación de las personas para posiciones que requieran habilidades difíciles de automatizar, incluyendo las humanidades y las áreas de ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas.

La inversión para el desarrollo de la educación y la capacitación permitirá la monetización de tecnologías de alta valuación, y que los países sigan siendo competitivos. La misma tecnología ocasionará que los trabajadores poco calificados sean menos valiosos. Esta inversión debe ser complementada con inversión en infraestructura, conectando a las pequeñas empresas con inversionistas, emprendedores innovadores, universidades, gobiernos y nuevos mercados.

Pero mientras los líderes de los diferentes países se deciden si hacen o no estas inversiones, hay que lamentar que los déficits comerciales son una herramienta política para explicar fenómenos complejos e interconectados de forma simplona. En dicha coyuntura, los paranoicos de los déficits comerciales pueden salir airosos: al final le pueden echar la culpa a otros y sus seguidores les darán la razón.

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