Geografías en profundidad

¿Cómo han evolucionado las actitudes y valoraciones de los ciudadanos europeos desde 2016?

Greek national flags and a European Union flag flutter outside a shop in central Athens, Greece July 6, 2017. REUTERS/Alkis Konstantinidis - RTX3A9ZD

Image: REUTERS/Alkis Konstantinidis

José Rama Caamaño

Con motivo de las próximas elecciones que se celebrarán en dos años (en mayo/junio de 2019), el Parlamento Europeo (PE) ha publicado los resultados de un Eurobarómetro especial que analiza cómo han evolucionado las actitudes y valoraciones de los ciudadanos europeos desde 2016. Con estos datos, y pese a lo arriesgado de la tarea, podríamos empezar a anticipar la dirección de la competición electoral en los próximos comicios.

Sin embargo, antes, resultaría conveniente hacer un breve recorrido por el contexto en el que este barómetro se ha desarrollado, remontándonos para ello a las elecciones al PE de 2014. En aquellos comicios, cerca de 400 millones de electores de 28 países eligieron a 751 diputados de un total de 12.000 candidatos. Además de que en estas elecciones el PE había crecido en competencias y existía, por primera vez, la posibilidad de que los votantes pudieran también elegir a un candidato a la presidencia de la Comisión Europea, lo que condicionó el comportamiento de los votantes fue el contexto político y económico. Nunca antes una consulta había combinado la peor crisis económica desde la Gran Depresión de 1929 con niveles tan elevados de desconfianza por parte de los ciudadanos hacia las instituciones políticas nacionales y europeas.

Así, los resultados electorales produjeron un vencedor inesperado: los partidos eurocríticos y euroescépticos, tanto de izquierdas como de derechas. Estas formaciones, caracterizadas por su posición crítica ante determinadas políticas (eurocríticos) o por su rechazo al proyecto europeo (euroescépticos), obtuvieron un incremento en votos y escaños hasta el momento desconocidos. El porcentaje de escaños de los partidos eurocríticos de izquierdas pasó del 2,5 por ciento en 2004 al 10 por ciento en 2014. Mientras que el de las formaciones euroescépticas de derechas alcanzó casi el 12 por ciento, lo que suponía un incremento del 8 por ciento con respecto a 2004.

Desde entonces, en numerosos países de la Unión Europea, las elecciones domésticas dieron como resultado cambios imprevisibles en sus sistemas de partidos que situaron a formaciones con un discurso antieuropeo en plena competición por el Gobierno. Esto no solo se produjo en los países más afectados por la Gran Recesión, como España o Grecia, sino también se extendió a aquellos estados menos golpeados por la crisis. Los Demócratas Suecos, una formación euroescéptica de derechas, mejoraron sus resultados electorales en las elecciones generales en un 7 por ciento. Lo mismo ocurrió en Dinamarca, en cuyas elecciones de 2015 los euroescépticos del Partido Popular Danés vieron como su apoyo subía en un 8 por ciento. Y así se podría seguir con un buen número de ejemplos más, entre ellos Polonia o Letonia.

Después de estos episodios, a los que se sumó la decisión de Reino Unido de abandonar la Unión Europea, en la opinión pública la avalancha de noticias sobre el previsible éxito de formaciones anti-integración o con un marcado discurso nacionalista empezó a ser un continuum. De hecho, en los recientes comicios de los Países Bajos o Francia los sondeos vaticinaron la victoria del Partido de la Libertad (PVV) y del Frente Nacional (FN), respectivamente. Pero así como habían predicho el triunfo de Hilary Clinton en las elecciones para la Presidencia de los Estados Unidos o la victoria del Bremain, las encuestas volvieron a fallar.

Así, los datos del reciente eurobarómetro vendrían a dar continuidad a la senda que se había iniciado en las elecciones francesas y holandesas, en las que se confirmó el “triunfo de Europa” y la derrota de los partidos que abogaban por romper con ella. ¿Qué nos dice, pues, el actual estudio del PE? De los muchos datos valiosos que ofrece cabe destacar, al menos, 9 aspectos:

1. Un 57 por ciento de los europeos considera que es un acierto que su país sea parte de la UE. Esto supone un incremento del 4 por ciento con respecto a hace un año. De hecho, estos valores están próximos a los que se observaban en 2007, justo antes de la crisis.

2. Asimismo, ha crecido el sentimiento de pertenencia a la UE. Un 56 por ciento de los entrevistados se siente parte de la UE. En los Países Bajos y Alemania ha aumentado en un 13 por ciento con relación a 2016 y en Dinamarca lo ha hecho en un 10 por ciento – tres países donde, hasta el momento, había crecido el apoyo a partidos euroescépticos de forma notable.

3. También ha aumentado el porcentaje de europeos que cree que es mejor que la UE esté junta que separada. Este sentimiento se ha hecho mayor en España, Polonia, Irlanda y Portugal (países muy afectados por la crisis) aunque ha decrecido en Bélgica, Finlandia o Grecia. En general, un 73 por ciento, lo que supone un incremento del 3 por ciento respecto a hace un año, considera que lo que nos une como europeos es más fuerte que lo que nos separa.

4. También ha crecido el interés por los temas europeos. Un 56 por ciento de los encuestados dice estar interesado (lo que supone un incremento del 2 por ciento). Esta subida ha sido mayor en Austria, Chipre, Dinamarca, Alemania e Irlanda. Mientras que en Luxemburgo, Grecia, Finlandia y Reino Unido ha aumentado es su desinterés por Europa.

5. Ha bajado el porcentaje de europeos que afirmaba que la UE caminaba en la mala dirección (este porcentaje ha caído en un 6 por ciento). Donde más ha crecido el sentimiento de que va en la buena dirección con respecto a 2016 es, por este orden: Portugal, Polonia, Hungría, Irlanda y Alemania. En Eslovaquia, Malta, Suecia, Letonia, Bulgaria e Italia, por la contra, ha aumentado el sentimiento de que va en la dirección equivocada.

5. Solo en Finlandia, República Checa, Austria, Eslovaquia, Eslovenia y Hungría ha crecido el sentimiento de que “mi voz no cuenta en la UE”.

6. La satisfacción con el funcionamiento de la democracia en la UE ha bajado en general en un 2 por ciento con respecto a 2016. Un 43 por ciento afirman estar satisfechos. Pese a todo, si descendemos a los datos a nivel país, la satisfacción ha crecido en aquellos países que recientemente han visto como su electorado se polarizaba: Chipre, Dinamarca, Países Bajos, Italia y Alemania.

7. Por otro lado, ha aumentado la sensación entre los encuestados de que aún no hemos salido por completo de la crisis. Un porcentaje mayoritario afirma que es posible que la Gran Recesión se prolongue por varios años. De hecho, la mayoría de encuestados (un 84 por ciento) afirma que la desigualdad entre clases sociales ha aumentado en sus países. Así lo consideran mayoritariamente en Francia, Grecia, España, Alemania y Bulgaria.

De esta forma, estos tres últimos puntos – pese a la sensación general de que en aquellos países con partidos euroescépticos y eurocríticos fuertes, es donde mayoritariamente los ciudadanos han reaccionado a favor de la UE – deberían de servir como un aviso ante los síntomas positivos, en términos del futuro de Europa, que deja el reciente eurobarómetro.

Por un lado, el incremento en los niveles de insatisfacción con el funcionamiento de la democracia europea continúan alertando de un fallo en las raíces institucionales del modelo. Este déficit democrático, abordado extensamente por la literatura especializada, parecería no tener solución y podría estar sirviendo, de forma recurrente, como ventana de oportunidad para empresarios políticos que lo utilizan en contra del proyecto europeo. Lo mismo podría decirse de los sentimientos de los europeos sobre la crisis económica y sobre su efecto en las desigualdades. La percepción generalizada continúa siendo de apatía y, mientras la UE no dé síntomas de una mayor cercanía a los problemas reales de la gente, habrá quien continúe criticando y poniendo en duda las bondades de una Europa grande y unida.

De ahí que, pese a que la situación política pareciese volver a su situación anterior a la crisis, no pueda aún afirmarse con rotundidad que el desafío euroescéptico ha sido derrotado. Hoy los principales partidos de oposición en buena parte de los países europeos son formaciones críticas, de una u otra forma, con la UE y, así, continúa flotando en el aire la pregunta de si, para las elecciones de 2019, habrá llegado la calma o continuará sacudiendo la tormenta.

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