Baumol: es natural que los costes de educación y salud crezcan

A worker speaks on his phone in the financial services area of Dublin, Ireland July 7, 2017. REUTERS/Clodagh Kilcoyne - RTX3AJ71

Image: REUTERS/Clodagh Kilcoyne

El pasado 4 de mayo murió William Baumol (1922-2017). Forma parte del grupo de economistas que han estado en la lista corta de los premios nobel sin llegar a conseguirlo (como Tony Atkinson). Baumol fue un autor especialmente prolífico, escribió más de 40 libros y 500 artículos, además de ser un dotado artista, llegando a dar clases de talla de madera en la Universidad de Princeton, donde desarrolló su carrera como economista. Conviene recordar dos de sus principales contribuciones, porque se olvidan con frecuencia: la enfermedad de los costes, que permite explicar por qué el crecimiento de los costes de servicios como la educación o la sanidad no es más que una consecuencia natu­ral del desarrollo tecnológico y el crecimiento a largo plazo, y el papel central del emprendimiento y la innovación para el crecimiento económico.

La teoría de la enfermedad de los costes es su aportación más conocida. Tiene su origen en los años '60 con los estudios de Baumol y William Bowen sobre las artes escénicas y sus crecientes costes. El ejemplo clásico es el de un cuarteto de cuerda, que no mejora su productividad con el tiempo (la interpretación exige hoy el mismo tiempo de cuatro músicos que hace 100 años), pero sí su remuneración.

Siguiendo al propio Baumol en su artículo de 1993 (magnífico ejemplo de economía con mayúsculas sin una sola ecuación), supongamos una economía en la que la productividad crece al 2% anual, de forma que la producción se duplicaría en 35 años. Supongamos que tiene dos sectores, el sector A, en el que la productividad del trabajo crece muy rápidamente como consecuencia del progreso tecnológico ‒sea A la industria y la agricultura, donde la tecnología permitirá producir mucho más con menos horas de trabajo‒, y el sector B, en el que la productividad crece a un ritmo más lento (por ejemplo crece al 0.5% anual) porque es intensivo en mano de obra no sustituible por tecnología ‒sea B la educación y la salud, un doctor solo tendrá 24 horas al día para atender pacientes hoy y dentro de 35 años‒. Supongamos también que la población y por tanto el número de horas de trabajo se mantiene constante en 100 horas, que en la economía se produce hoy 75 de A (con 75 horas de trabajo, o generalizando, el 75% de las horas de trabajo) y 25 de B (con 25 horas), y que dentro de 35 años queremos seguir manteniendo esta misma proporción de producto (ver gráfico). Suponiendo que el precio es igual al número de horas trabajadas, los precios relativos hoy pB/pA serán igual a 0,33 (=25/75).

Gracias al crecimiento de la productividad, en 35 años podré producir el doble de A y de B para la misma población (gráfico de la izquierda, de nuevo, bajo el supuesto de que quiero mantener la proporción de producto A/B constante), pero el coste laboral de la producción habrá variado. Como consecuencia del menor crecimiento relativo de la productividad de B, el coste de producir la misma cantidad relativa de B (50 de B, es decir el 25% del producto), es ahora mayor, absorbe 42 horas de trabajo (gráfico de la derecha). Es importante señalar que los dos sectores son más productivos, se produce más con las mismas horas de trabajo. Así, en el sector B, tras 35 años la productividad acumulada ha aumentado un 19%; si en 2017 con 25 de horas obtenía 25 de producto, en 2052, obtendré 29,75 (para obtener 50, necesitaré 42 horas). Por tanto, el precio relativo de B se habrá encarecido en 2052, pB/pA = 0,72 (42/58).

En otras palabras, la economía es más abundante, hay más bienes (incluidos bienes de lujo) y más educación y salud para la misma población (y más cultura y servicios sociales), a pesar de que el coste de los servicios menos productivos sea cada vez mayor y crezca persistentemente por encima de la inflación. En B, los costes laborales crecen por encima del aumento de su productividad alineándose con los salarios medios de la economía, de otra manera, no habría trabajadores y no se produciría tanto B o sería de inferior calidad (aumenta el salario de médicos/profesores, aunque mantengan el mismo número de pacientes/alumnos).

El crecimiento conlleva una terciarización de la economía y un mayor crecimiento de los precios de los servicios intensivos en mano de obra y con menor crecimiento de la productividad

De hecho, ésta es la realidad de las economías avanzadas. El crecimiento conlleva una terciarización de la economía y un mayor crecimiento de los precios de los servicios intensivos en mano de obra y con menor crecimiento de la productividad ‒es el caso de servicios públicos como la salud, la educación o la seguridad, pero también de servicios privados como la reparación de coches, la limpieza, las peluquerías o los restaurantes de lujo‒. También explica como en las economías avanzadas la tercerización lleva a un menor crecimiento de la productividad del conjunto de la economía alimentando el problema del estancamiento secular (al ser el crecimiento de la productividad menor en los servicios), o por qué los precios y los salarios de la más productiva Alemania, son mayores que en España.

Si se quiere mantener el nivel y la calidad de servicios como la educación y la sanidad hay que admitir que a largo plazo su coste será creciente

La enfermedad de los costes plantea un reto de política económica muy difícil. Si se quiere mantener el nivel y la calidad de servicios como la educación y la sanidad hay que admitir que a largo plazo su coste será creciente y hay que explicarlo así a la opinión pública. Desafortunadamente, la tentación es la contraria, cuestionar el aumento del coste de la educación y la sanidad públicas y recortarlo. El que sean servicios públicos planea además la dificultad de medir su productividad porque se valoran al coste de su producción o provisión (en ausencia de precios de mercado), aumentando la tentación de los recortes. Sin perjuicio de argumentos válidos ligados a la eficiencia o posibles problemas de corrupción que justifican la continua revisión de estos costes, si no queremos reducir su calidad, lo natural es que crezcan a largo plazo como consecuencia del propio progreso tecnológico, y ello exigirá más ingresos públicos para financiarlos, no menos.

La clave para que todo este proceso sea sostenible es el crecimiento de la productividad del conjunto de la economía. Aquí, Baumol destaca por poner el acento en la importancia del emprendimiento. Plantea un esquema en el que la innovación de producto, más que la competencia en precios, es la que mantiene la competitividad y el crecimiento de la productividad. Para la innovación no basta con acumular factores de producción (trabajo y capital), hace falta emprendimiento, y el reto para la política económica es crear los incentivos y el marco institucional que lo favorezcan, incluyendo las normas de competencia ‒Baumol pone el acento en las barreras de entrada y salida a través de su teoría de los mercados contestables (disputables), pero también la existencia de grandes empresas, cuya propia supervivencia depende de la innovación–.

El círculo entre estas dos aportaciones puede cerrarse si se tiene en cuenta el papel instrumental de sectores con baja productividad como la educación (y la salud) para favorecer la innovación, el progreso tecnológico y el emprendimiento que permiten avanzar a los sectores más productivos.

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