Xi Jinping y su estrategia de Marco Polo

A man takes pictures of a flower display set up ahead of the Belt and Road Forum in central Beijing, China, May 10, 2017.  REUTERS/Thomas Peter - RTS15XPV

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El mes pasado, el presidente chino Xi Jinping fue anfitrión de un cuidadosamente orquestado foro en Beijing, referido a la “Iniciativa de la Franja y la Ruta” que promueve China. El evento de dos días de duración congregó a 29 jefes de Estado, incluido el ruso Vladimir Putin, y 1200 delegados de más de cien países. Xi calificó la iniciativa como “proyecto del siglo”. Los 65 países incluidos en ella comprenden dos tercios de las tierras emergidas del planeta y unos cuatro mil quinientos millones de personas.

El plan de Xi (anunciado originalmente en 2013) de integrar Eurasia con inversiones por un billón de dólares en infraestructuras entre China y Europa (con ramales hacia el sudeste de Asia y el este de África) ha sido llamado “nuevo Plan Marshall” de China, y su propuesta de “gran estrategia” mundial. Algunos observadores también vieron el foro como parte del intento de Xi de llenar el vacío dejado por la salida de Estados Unidos, bajo gobierno de Donald Trump, del Acuerdo Transpacífico promovido por Barack Obama.

La ambiciosa iniciativa china llevaría autopistas, vías férreas, oleoductos, gasoductos, puertos y centrales de energía a países pobres que los necesitan con urgencia. También alentaría a las empresas chinas a aumentar sus inversiones en puertos y ferrocarriles europeos. La “franja” incluiría una vasta red de autopistas y enlaces ferroviarios a través de Asia central; la parte de la “ruta” se refiere a una serie de corredores marítimos y puertos entre Asia y Europa.

Marco Polo estaría orgulloso. Y si China elige usar sus reservas financieras excedentes para crear infraestructuras que ayudarán a los países pobres y favorecerán el comercio internacional, estará suministrando algo que puede verse como un bien público mundial.

Pero la motivación de China, por supuesto, no es puramente altruista. Reasignar el inmenso volumen de capital que China tiene en bonos públicos estadounidenses de bajo rendimiento hacia inversiones en infraestructura más rentables es una elección razonable, que crea mercados alternativos para los bienes chinos. Como en China hay un exceso de capacidad en producción de acero y cemento, las nuevas inversiones serán un beneficio para las empresas constructoras chinas. Y a la par del traslado de la producción fabril china a provincias menos accesibles, una mejora de la infraestructura de conexiones con los mercados internacionales responde bien a las necesidades de desarrollo de China.

¿Pero será la Iniciativa de la Franja y la Ruta más humo de relaciones públicas que fuego de inversiones? Según el Financial Times, la inversión en la iniciativa de Xi se redujo el año pasado, lo que genera dudas respecto de si las empresas comerciales están tan comprometidas como el gobierno. Cada semana, cinco trenes llenos de cargamento salen de Chongqing hacia Alemania, pero sólo un tren lleno regresa.

Transportar bienes por vía terrestre de China a Europa sigue siendo el doble de caro que hacerlo por mar. Según el FT, la Iniciativa de la Franja y la Ruta es “desgraciadamente, menos un plan de inversión práctico que una visión política a gran escala”. Además, está el riesgo de que haya proyectos que terminen convertidos en “elefantes blancos” y dejen un tendal de deudas y préstamos impagos, o que al atravesar tantas fronteras soberanas generen un caos en materia de seguridad. A India no le agrada la idea de ver una mayor presencia china en el Océano Índico; y Rusia, Turquía e Irán tienen agendas propias en Asia central.

La propuesta de Xi es impresionante, pero ¿puede funcionar como gran estrategia? China se juega a una vieja idea geopolítica. Hace un siglo, el teórico británico de la geopolítica Halford Mackinder sostuvo que aquel que controlara la Isla Mundial de Eurasia controlaría el mundo. La estrategia estadounidense, en cambio, siempre se inclinó por las ideas geopolíticas del almirante decimonónico Alfred Mahan, que hacían hincapié en el poder marítimo y las tierras costeras.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, George F. Kennan adaptó las ideas de Mahan para elaborar su estrategia de contención de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, y sostuvo que si Estados Unidos se aliaba con las islas de Gran Bretaña y Japón y la península de Europa occidental, a ambos extremos de Eurasia, podría crear un equilibrio global de poder que le sería favorable. La organización del Pentágono y del Departamento de Estado aún es reflejo de estas ideas, que prestan escasa atención a Asia central.

Aunque la era de Internet cambió muchas cosas, la geografía todavía importa (a pesar de la presunta desaparición de las distancias). En el siglo XIX, la rivalidad geopolítica giraba en buena medida en torno de la “cuestión oriental” de quién controlaría el área dominada por el declinante Imperio Otomano. Proyectos de infraestructura como el ferrocarril entre Berlín y Bagdad generaban tensiones entre las Grandes Potencias. ¿Serán esos choques geopolíticos reemplazados ahora por la “cuestión eurasiática”?

La Iniciativa de la Franja y la Ruta es la apuesta de China a Mackinder y Marco Polo. Pero la ruta terrestre a través de Asia central revivirá el “Gran Juego” decimonónico de búsqueda de influencia que enfrentó a Gran Bretaña y Rusia (además de imperios pasados como Turquía e Irán). Al mismo tiempo, la “ruta” marítima a través del Océano Índico acentuará la ya tensa rivalidad de China con la India, reforzada por la presencia de puertos y de rutas de China a través de Pakistán.

La apuesta de Estados Unidos es más bien a Mahan y Kennan. Asia tiene su propio equilibrio de poder, y ni la India, ni Japón ni Vietnam quieren el dominio chino. Estos países ven a Estados Unidos como parte de la solución. Estados Unidos no sigue una política de contención de China (basta ver el inmenso flujo comercial y de estudiantes entre ambos países). Pero llevada por una visión de grandeza nacional, China se está trabando en disputas territoriales con sus vecinos marítimos que los arrojan a los brazos de Estados Unidos.

De hecho, el problema real de China es la “autocontención”. Incluso en la era de Internet y de las redes sociales, el nacionalismo sigue siendo una fuerza muy poderosa.

En general, Estados Unidos debería recibir gustoso la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Como sostuvo Robert Zoellick, ex representante comercial de Estados Unidos y expresidente del Banco Mundial, si con su ascenso China contribuye a la provisión de bienes públicos mundiales, Estados Unidos debe alentarla a integrarse en el sistema internacional como un actor responsable. Además, la iniciativa de China puede ofrecer oportunidades de inversión a empresas estadounidenses.

Estados Unidos y China pueden ganar mucho de cooperar en una variedad de asuntos transnacionales como la estabilidad monetaria, el cambio climático, la regulación de conductas en Internet y el antiterrorismo. La Iniciativa de la Franja y la Ruta supone ganancias y costos geopolíticos para China, pero es improbable que llegue a ser un cambio radical en materia de gran estrategia, como algunos analistas piensan. Una pregunta más difícil es si Estados Unidos podrá hacer su parte.

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