Una oda al drama de los inmigrantes indocumentados

A Central American migrant walks between trains while waiting for the freight train "La Bestia", or the Beast, to travel to north Mexico to reach and cross the U.S. border, at Arriaga, in the state of Chiapas January 10, 2012. Hundreds of thousands of migrants, mostly Central Americans, risk robbery, death from fast-moving freight trains or dehydration in the desert while trying to reach the U.S illegally.  REUTERS/Jorge Luis Plata (MEXICO - Tags: TRANSPORT SOCIETY IMMIGRATION) - RTR2W4OQ

Image: REUTERS/Jorge Luis Plata

Valeria Saccone

Vistos desde el cielo, parecen hormigas que surcan los campos del Valle del río Grande, en Texas. Pero son seres humanos que huyen del cerco policial. Son tan diminutos, tan microscópicos, que ni parecen reales. Al igual que las hormigas, trazan laboriosamente su camino hacia el sueño americano. Son pertinaces y obstinados. Se desplazan furtivamente en medio de una naturaleza que no es tan arbitraria como la frontera. Están dispuestos a enfrentar todo tipo de obstáculos con tal de llegar a su destino.

Son mexicanos o centroamericanos que cruzan ilegalmente la frontera para probar suerte en el país más rico del mundo. Su primer aterrizaje en suelo estadounidense es este valle tejano, un enorme delta lleno de lagunas que se forman a lo largo del curso del río Grande. En realidad, es uno de los corredores de drogas más importantes del mundo, un reducto de contrabandistas y un importante punto de entrada de inmigrantes indocumentados.

En este territorio el Gobierno de Estados Unidos ha desplegado a más policías que nunca. Desde que el presidente Obama lanzó la Operación Strong Safety en el verano de 2014, tras declarar una emergencia humanitaria, miles de millones de dólares han sido invertidos para blindar la frontera e incrementar la seguridad. Es un intento desesperado de repeler a inmigrantes latinos que están dispuestos a pagar hasta 7.000 dólares para conseguir una vida mejor.

Desde el cielo, el objetivo discreto de Kirsten Luce les ha inmortalizado silenciosamente. Esta fotógrafa se pegó durante meses a las fuerzas de la Homeland Security, el Departamento de Seguridad Nacional estadounidense, con el fin de documentar el endurecimiento de las políticas de inmigración.

Tras acumular centenares de horas de vuelo en los helicópteros de la Patrulla Fronteriza, Luce asegura que vio de todo o casi. Pero un episodio concreto ha quedado grabado a fuego en su memoria, cuyos protagonista son un grupo de adolescentes inmigrantes. «Eran jóvenes y corrían muy rápido. Uno de ellos nos miró mientras corría desesperadamente. Yo vi cómo cambiaba su expresión en el momento en que supo que no había esperanza y que sería capturado y deportado. La mirada en sus ojos y la manera en que sus hombros se desplomaron, su forma de rendirse se quedará conmigo para siempre», relata la fotógrafa.

Luce lleva más de una década cubriendo temas de inmigración. Con As Above, So Below, algo así como ‘tanto arriba como abajo’, mete el dedo en la llaga más dolorosa de la sociedad estadounidense. «Quería mostrar la variedad de paisaje y la escala de este drama entre inmigrantes ‘ilegales’ y la aplicación de la ley. Lo concebí casi como un escenario con actores. Quería transmitir el sufrimiento y el estrés físico implicados, así como el coste financiero que supone intentar detener la migración», cuenta esta fotógrafa, que colabora con varios medios de comunicación, entre ellos The New York Times.

«La mayoría de los estadounidenses no usan la palabra ‘refugiado’. Seguimos considerando este movimiento como inmigración ilegal. Pero yo creo que sí son refugiados»

Durante más de un año, Luce pasó mucho tiempo en los helicópteros de la Patrulla Fronteriza, intentando no interferir con el trabajo de los agentes y, al mismo tiempo, conseguir las mejores imágenes con todas las dificultades que eso conlleva. «Llegué a estar enferma por las horas de vuelo. Es muy duro para el cuerpo. Los pilotos realizan maniobras rápidas y bruscas. Eso resulta muy pesado, sobre todo si tienes una cámara enorme pegada a tu cara», asegura Luce.

La fotógrafa nació en Cape Cod, una isla en el nordeste de EEUU, «un lugar que no tiene mucha diversidad cultural». Cuando su familia se mudó al sudeste del país, tuvo sus primeros contactos con la población latina, en especial la mexicana. «Me empecé a interesar por temas de inmigración y de la comunidad latina cuando trabajaba para un periódico en Alabama. Me di cuenta de que nadie cubría los temas relacionados con esta comunidad. Parecían no tener voz sobre su propio futuro o sobre cómo eran representados en los medios de comunicación. El periódico tenía unos 30 reporteros y creo que solo uno hablaba español», relata.

La fotógrafa estudió español en México una época. Durante sus numerosos viajes, solía cruzarse con personas que tenían al menos a un familiar en los EEUU. «Todos tenían una historia sobre la emigración y este movimiento me empezó a llamar la atención, sobre todo la desesperación necesaria para que se planteen dejar a sus familias unidas y sus paisajes familiares. Nunca creí que una persona pudiese hacer este viaje difícil solo para obtener beneficios económicos», agrega.

Luce trabaja como freelance y reconoce que este trabajo ha supuesto un reto para su carrera. «Es muy duro pasar tanto tiempo lejos de los amigos y de la familia para trabajar en una historia que puede no ser publicada. Sientes mucha soledad. Mi principal preocupación era que no le importase a nadie. Creo que este es un problema común a todos los periodistas que trabajan en historias personales», afirma.

«Los latinos viven con ansiedad y miedo, y muchos estadounidenses, incluida yo, están muy preocupados de que las cosas puedan empeorar para ellos»

Para esta fotógrafa, hoy muchos estadounidenses experimentan una merma importante de sus derechos, que a menudo achacan a la presencia de latinos en EEUU. «Está claro que quieren echar la culpa a alguien. Los latinos viven con ansiedad y miedo, y muchos estadounidenses, incluida yo, están muy preocupados de que las cosas puedan empeorar para ellos», señala.

«Como fotoperiodista, siento que mi trabajo es la única cosa que puedo hacer para tratar de informar a más personas sobre la realidad cotidiana de la política de seguridad en la frontera y lo que realmente pasa», asevera. «Quiero añadir un matiz a este complejo asunto para evitar simplificar las cosas. La mayoría de los políticos y muchos estadounidenses tienen fuertes sentimientos acerca de la frontera, pero muy pocos la han visitado y tienen una idea de lo que realmente ocurre allí».

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