Movilidad social y nueva política
Image: REUTERS/Pascal Lachenaud/Pool
En los últimos meses estamos presenciando un cuestionamiento del papel que juegan las ideologías tradicionales. Tras la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, cada vez son más las voces que restan relevancia al eje izquierda/derecha y destacan la importancia de otros, como los de élites/pueblo, liberalismo/proteccionismo, cosmopolitismo/ nacionalismo, etc.
Pero, al margen de unos resultados electorales concretos, ¿está justificada la creciente indefinición ideológica que vemos en Europa? Recapitulemos. Los partidos de izquierda actuales son herederos de los partidos obreros de finales de siglo XIX, que trabajaban para mejorar las condiciones de vida de las clases trabajadoras. Hoy en día concebimos a nuestras sociedades de modo muy distinto, tanto porque las desigualdades son menores como porque nos hemos dotado de una serie de estructuras como los estados de bienestar y en particular los sistemas de educación pública, que en principio garantizan la igualdad de oportunidades de todos los ciudadanos.
De modo más preocupante, los datos muestran que el origen social influye mucho en el acceso a la educación superior. Concretamente, sólo el 26% de las personas que logran un título universitario en España provienen de familias de clases trabajadoras, mientras que el 63% son hijos de profesionales o directivos. Así, habrá muchos jóvenes que no desarrollarán su potencial, con la pérdida de capital humano que ello implica. Podemos decir, por tanto, que el “ascensor de la movilidad social” funciona, pero el acceso a él es restringido.
Los análisis de los resultados de las pruebas PISA nos aportan claves para entender este fenómeno. Vemos cómo las puntuaciones de los hijos de familias pobres son sistemáticamente inferiores a las de sus compañeros ricos, de tal modo que los índices de repetición y abandono escolar temprano se concentran en los entornos más vulnerables. Encauzar esta situación requiere, por ejemplo, evitar que se formen brechas de rendimiento educativo desde edades tempranas, así como facilitar la posibilidad de que quienes fracasan se reincorporen al sistema educativo en el futuro. La investigación académica señala que para conseguir este objetivo es fundamental invertir en primera infancia así como flexibilizar la educación secundaria, por citar dos propuestas de amplio consenso.
De todo esto se desprende que las diferencias en acceso a la educación superior tienen causas muy complejas. Pensar que pueden mejorarse con medidas como una rebaja de las tasas universitarias sería claramente desacertado. De hecho, tal medida beneficiaría sobre todo a estudiantes de clases medias y altas, de modo que sus efectos estarían muy alejados de ayudar a los estudiantes más desfavorecidos.
La baja presencia de “hijos de obrero” en instituciones de educación superior es un reproche histórico de la izquierda que no ha quedado obsoleto pese a los muchos cambios experimentados en las últimas décadas.
Independientemente de que este desperdicio de talento pueda provocar indignación desde todas las tendencias políticas, reivindicar la igualdad de oportunidades y proponer medidas específicas para hacer de esa igualdad una realidad es la posición natural de la izquierda. Si los partidos progresistas abanderasen propuestas en esta línea, recuperarían su esencia a la vez que aportarían soluciones para nuestras necesidades más actuales.
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