La gráfica que resume la indignación de los jóvenes mexicanos: estudiar para convertirte en pobre
Image: REUTERS/Max Rossi
Hace no demasiado tiempo compartimos una pequeña anécdota: una joven mexicana se hizo viral al publicar un video sobre por qué iba a dejar la preparatoria. La adolescente decidía abandonar los estudios, salirse de un sistema educativo sin demasiado sentido y perseguir sus sueños a base de tesón y aprendizaje autodidacta. La joven despertó una enorme polémica en el país, y una buena parte de los lectores la acusaron de irresponsable: los estudios es lo que saca a la gente de la pobreza.
Para desgracia de todos, Mars parecía tener, en parte, razón: los estudios no son una garantía de éxito en la vida. Al parecer, podría significar justamente lo contrario. Como ha sentenciado acertadamente el columnista Enrique Galván Ochoa, los mexicanos estudian para ser pobres. Si en 2005 un profesional universitario estaba ganando 24.000 pesos mensuales, en 2016 su poder adquisitivo había caído hasta los 14.000 pesos. La media nacional de salario de los titulados en cualquier ámbito era en 2005 de 11.500 pesos, y ahora 7600.
Curiosamente, el salario promedio en México es de 7.365 pesos, que es a su vez menos de la mitad del promedio de la OCDE (16.000 pesos) y de la cifra recomendable para que tu población tenga una vida cómoda y suficiente para pagar los servicios básicos.
Esta información hay que leerla junto a otra estadística: los mexicanos han progresado en sus niveles de estudios enormemente en las últimas décadas, con unos índices de educación exitosa que pueden envidiar algunos países europeos y latinoamericanos. En el año 2000, casi la mitad de la población del país era iletrada o no había terminado la educación primaria. Para 2016 ese nivel había caído al 32% de la población, y el 22.3% de los ciudadanos tenía educación preparatoria y superior.
Es decir, que los sueldos de gente con licenciatura o posgrado han recibido una tajada del 38%. Años de formación y de sacrificios, de tiempo que pierdes no trabajando para encontrar una mejor salida, para que el sistema recorte tus potenciales beneficios y te deje en un nivel de riesgo de pobreza sólo un poco superior a la población general. La movilidad social no existe.
La gráfica con el desplome salarial en esos mismos años en los que los mexicanos se esforzaban por educarse es bastante elocuente.
Todas estas son cifras desveladas en el último informe nacional del Observatorio de Salarios, realizado por miembros del departamento de Economía y Finanzas de la Universidad Iberoamericana de Puebla, llevan años estudiando el fenómeno y sus resultados se asemejan a los emitidos por otras instituciones.
De esta forma, México es uno de los países con una mayor riqueza tanto en sus recursos materiales como sociales de América Latina y también uno de los que más se está rezagando en el panorama continental. Mientras el PIB de México se ha mantenido casi estanco en los últimos 16 años, Brazil y Colombia hacen crecer su economía.
Esa es la dura lección del país, la de descubrir que los salarios se han desvinculado de la productividad social. Y esa será la futura encrucijada del país, la de intentar cambiar el modelo productivo. Se ha señalado constantemente a la incapacidad económica de México para pagar salarios más dignos y el déficit en este rubro (que curiosamente no afecta los salarios del gobierno). Como decía Miguel S. Reyes, del citado Observatorio de Salarios, "México se está ubicando como un país de bajos salarios para atraer la inversión extranjera que busca mano de obra barata. Para lograr mejores salarios, tendría que desarrollar la industria nacional y atraer inversiones enfocadas en teconología e innovación".
Pedirle un mayor esfuerzo a los ciudadanos tampoco parece la respuesta. Los mexicanos son, de hecho, uno de los pueblos que más horas echan en sus trabajos. 2.228 horas al año o más de 50 horas a la semana para el 29% de los trabajadores, cifras que sólo pueden equipararse a las de Turquía, Corea del Sur o Japón.
Su productividad sin embargo está por los suelos. Aunque esto puede deberse en parte a la informalidad y la cultura del presencialismo, a quien hay que mirar es antes que nada a los dueños y directivos que no invierten en una mayor eficiencia laboral y una bajada de horas reglamentarias en el puesto que beneficiaría a todos, a empresas y trabajadores.
Eso, y apostar por el talento. Si los jóvenes mexicanos de las últimas décadas han demostrado ser capaces de estudiar, también merecen la oportunidad de nuevos trabajos de más alta cualificación que les ofrezca una vida confortable.
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