Geografías en profundidad

El euro y la batalla de las ideas

Flags in front of the European Central Bank (ECB) before a news conference at the ECB headquarters in Frankfurt, Germany, April 27, 2017.     REUTERS/Kai Pfaffenbach - RTS145RM

Image: REUTERS/Kai Pfaffenbach

Álvaro Imbernón

Durante la crisis del euro, presenciamos diferentes interpretaciones sobre sus causas y consecuencias. En el ámbito anglosajón, el euro siempre se ha visto con recelo, predominando la idea de que la unión monetaria no podría funcionar sin un proyecto fiscal conjunto, una alta movilidad laboral y unas instituciones comunes fuertes, capaces de asumir choques asimétricos. Numerosos economistas anglosajones no creían en la irreversibilidad del proyecto. Como sintetizaron Lars Jonung y Eoin Drea: «No puede ocurrir, es una mala idea, no durará.» A falta de un Hamilton, la visión continental europea ha sido más comedida, aun asumiendo fallos en el diseño de la eurozona que provienen de Maastricht y graves errores en las políticas aplicadas desde entonces. Sin embargo, tanto el diagnóstico que hace que la eurozona no sea considerada un área monetaria óptima como las recetas a aplicar difieren en función de las caras nacionales de las monedas de euro que utilicemos con más frecuencia.

Markus K. Brunnermeier, Harold James y Jean-Pierre Landau, un economista alemán, un historiador económico británico y el exsubgobernador del Banco de Francia, explican en The Euro and the Battle of Ideas* cómo la crisis ha generado respuestas nacionales y no colectivas. Su tesis principal es que las dos tradiciones político-económicas que han marcado la génesis y el desarrollo del euro, la francesa y la alemana, no han convergido en el período transcurrido desde Maastricht (1991), sino que la relación se ha viciado y ha dado lugar a una incomprensión creciente. Esta polarización entre ambas tradiciones, que representan alrededor de la mitad del PIB de la eurozona, se ejemplifica en la proliferación del uso de estereotipos y dinamita la cohesión del área monetaria, ya que Italia o Grecia tienden a alinearse con Francia, mientras que los Países Bajos o Austria lo hacen con Alemania. De hecho, buena parte del debate acerca de la crisis del euro ha girado en torno al alcance del poder alemán y si la Alemania moderna tiene la capacidad y la voluntad de liderar Europa. Incluso hemos visto como el Front National atizaba con éxito la germanofobia como estrategia electoral en las pasadas elecciones presidenciales francesas.

Siguiendo este enfoque franco-alemán, los autores repasan los hitos principales de la eurocrisis: la reunión de «Merkozy» en Deauville y la adopción del principio de la participación del sector privado (PSI), el discurso «whatever it takes» de Draghi en Londres, el bail-in a Chipre, la introducción del programa de expansión cuantitativa (QE) o el «oxi» en el referéndum griego, así como el recorrido hasta la introducción del euro, incluyendo los «fantasmas de Maastricht», los grandes debates del presente –como la unión bancaria– y del futuro –como la introducción de eurobonos. En menor medida, se analizan los puntos de vista de otros actores relevantes en el «drama», como Italia, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional, y de agentes externos como los Estados Unidos, China o Rusia. También se presenta, la visión contrapuesta de economistas como Piketty, Tirole, Hans-Werner Sinn o Krugman. Por último, se explican algunas curiosidades, como el hecho de que Cristiano Ronaldo y Kaká fueran usados como colateral por Bankia.

Las dos orillas del Rin

Las dos principales filosofías económicas europeas están separadas por el Rin. Mientras que la alemana se centra en la relevancia del respeto a las normas, el riesgo moral y el libre mercado, la francesa hace hincapié en la flexibilidad, la solidaridad y la intervención estatal. Ambas visiones están en consonancia con sus respectivos modelos domésticos.

Los grandes debates germano-franceses que presenta el libro están marcando la agenda: reglas frente a flexibilidad, austeridad frente a estímulos, responsabilidad frente a solidaridad, solvencia frente a liquidez

Alemania es un estado federal, con gobiernos regionales fuertes, que tiende a primar la estabilidad. Una economía en la que proliferan medianas empresas exportadoras (mittelstand), los Landesbanken constituyen una parte destacada del sistema financiero, y en la que las relaciones laborales son cooperativas. Se hace especial énfasis en la relevancia de las normas y en la rendición de cuentas. Todos los actores políticos y económicos que asumen riesgos deben asumir las consecuencias de sus actos. Si, en última instancia, tienen garantizado el respaldo aun cuando sus decisiones sean erróneas (y, por ejemplo, son rescatados por un prestamista de último recurso) el riesgo moral generará incentivos no adecuados para el futuro, ya sean entidades financieras o estados. Así, el crecimiento actual y futuro dependerá de las reformas estructurales y del compromiso con un marco normativo que guíe las expectativas de todos los actores en el mercado. Existe, según los autores, «la creencia de que la virtud actual –o la austeridad– es recompensada por beneficios futuros». La estabilidad de los precios y unos presupuestos equilibrados se consideran dos factores fundamentales. Así, según los alemanes, los episodios de hiperinflación (y de deflación) son comúnmente la antesala de los peores momentos de su historia nacional. Desde esta óptica, la crisis del euro hizo bajar la marea y permitió apreciar quién nadaba desnudo debido a la laxitud en el gasto, a los reiterados incumplimientos de normas y a un escaso coraje político a la hora de adoptar reformas: fundamentalmente, en la periferia europea.

La crisis del euro hizo bajar la marea y permitió apreciar quién nadaba desnudo debido a la laxitud en el gasto, a los reiterados incumplimientos de normas y a un escaso coraje político a la hora de adoptar reformas

Por su parte, Francia es un estado centralista, con unos sindicatos menos cooperativos, una banca más concentrada en grandes grupos y un ecosistema empresarial marcado por los líderes nacionales, especialmente en las áreas reguladas. La principal discrepancia franco-germana radicaría en la respuesta ante eventos adversos extremos. El enfoque francés no busca tanto evitar futuras crisis como gestionar la crisis en curso, abundando en la flexibilidad y en la capacidad de actuar de los estados. Así pues, las reglas han de estar sujetas al proceso político y, en última instancia, han de poder renegociarse. Además, la política monetaria debe servir a objetivos más amplios que a la estabilidad de precios, y los componentes geopolíticos deben tenerse en cuenta en el contexto económico.

Estas visiones encajan con los estereotipos tradicionales de los dos grandes estados de las eurozona, aunque no siempre ha sido así. Pese a que no suele recordarse, la Segunda Guerra Mundial invirtió las tradiciones previas. Del laissez faire francés que representaban Frédéric Bastiat y Jean-Baptiste Say, se pasó al planisme con el Plan Monnet de 1946. Mientras, al otro lado del Rin, Alemania evolucionaba de una tradición estatista al ordoliberalismo. Los autores señalan que «las antiguas tradiciones de ambos países resultaron desacreditadas como consecuencia de las catástrofes políticas de mediados del siglo xx. La extensión de la catástrofe, a ambos lados del Rin, indicó la necesidad de un cambio básico de rumbo». En Francia, se culpó a la escuela liberal por su no intervencionismo y su «obsesión» con los presupuestos equilibrados, que recortaron los gastos militares y propiciaron que el país fuera más vulnerable y, en última instancia, incapaz de ofrecer resistencia militar durante la Segunda Guerra Mundial. Por su parte, en Alemania, tras el nazismo proliferaron las normas para reducir la arbitrariedad de quienes ostentaran el poder. Por tanto, las tradiciones que damos por sentadas se invirtieron tras el conflicto bélico, lo cual indica que no son intocables. No están esculpidas en piedra.

Una mirada a los dilemas actuales

The Euro and the Battle of Ideas es una obra imprescindible para quienes quieran conocer las vicisitudes de la crisis del euro. Pese a ciertos problemas de edición y a algunas reiteraciones, su lectura es muy recomendable. Se echa en falta mayor atención a las dinámicas políticas de la eurocrisis pero es un serio candidato a ocupar las mesillas de noche de los líderes europeos durante la próxima crisis. El libro no puede resultar más necesario en una coyuntura en que el renovado eje franco-alemán, formado por Emmanuel Macron y Angela Merkel (o, tal vez, Martin Schulz), tiene por delante la tarea de rematar los pasos que se han dado durante la crisis. Mientras el edificio ardía, la eurozona se ha dotado de un fondo permanente de rescate (MEDE) y ha emprendido el camino de la unión bancaria, impulsando instrumentos comunes de supervisión y de resolución bancaria (MUS y MUR). El BCE ha sido la única institución europea que ha consolidado e incrementado su poder durante la crisis, a pesar de que su cohesión interna se ha visto dañada. La política monetaria se ha transformado, como también lo ha hecho la arquitectura institucional y de gobernanza del euro. De hecho, cuando comenzaron a arder las llamas, la trinidad no-exit, no-default, no-bailout («ni salida del euro, ni quiebra ni rescate») se reveló falsa. No ha sido un proceso fácil: «paradójicamente, Francia estaba dispuesta a transferir recursos, pero no poder –especialmente, poder presupuestario– a Europa, mientras que Alemania se mostraba reacia a transferir más recursos a Bruselas para rescatar bancos (extranjeros)».

Una vez extinguido el incendio (deberíamos estar cerca de ese momento si Grecia e Italia lo permiten), toca apuntalar la estructura del edificio y fijar la capacidad de uso y el tamaño del tanque de agua de los bomberos. Macron, siguiendo la filosofía económica francesa, defiende la creación de la figura de un ministro de finanzas de la eurozona, con un presupuesto y una asamblea del área monetaria, esto es, un gouvernement économique, así como completar la unión bancaria y crear un nuevo instrumento de mutualización de la deuda, al tiempo que propone reformas estructurales en casa.

Este paquete de propuestas es visto con gran recelo en Berlín. Aunque aceptan la necesidad de una reforma, los alemanes son escépticos con las recetas. Las nuevas instituciones propuestas por París son consideradas una manera de circunvalar reglas y compromisos. Los eurobonos o los instrumentos de mutualización de la deuda, como un método para asentar una «unión de trasferencias» que perjudicaría a los contribuyentes germanos. Los rescates o la reestructuración de la deuda, como procedimientos que asentarían el riesgo moral. Por último, las promesas de reforma francesas (al igual que las italianas o españolas) suelen ser acogidas con escepticismo en Berlín. De nuevo, los grandes debates germano-franceses que presenta el libro están marcando la agenda: reglas frente a flexibilidad, austeridad frente a estímulos, responsabilidad frente a solidaridad, solvencia frente a liquidez.

Los autores apuestan por una «unión de ideas económicas» para acercar ambas tradiciones, superar el pensamiento en clave nacional y construir un espacio europeo compartido

A modo de puente sobre el Rin, los autores realizan unas propuestas ambiciosas pero realistas para resolver esta desconfianza mutua. Apuestan por una «unión de ideas económicas» para acercar ambas tradiciones, superar el pensamiento en clave nacional y construir un espacio europeo compartido. Sugieren profundizar en la experiencia de los Spitzenkandidaten de 2014, cuando por primera vez varios candidatos paneuropeos concurrieron a las elecciones al Parlamento Europeo. Para alinear los incentivos de los acreedores con los de los deudores, promueven los bonos vinculados al PIB, así como los bonos europeos seguros (ESBies), con el fin de «reorientar las desestabilizadoras huidas transfronterizas de capital y reducir el bucle diabólico entre el riesgo de la deuda pública y el riesgo bancario». Sin embargo, los autores no hacen especial hincapié en dos de los grandes problemas de la eurozona: el desequilibrio de las balanzas comerciales (Alemania tiene un superávit próximo al 9%) y la escasa integración bancaria, con un predominio de los grandes bancos nacionales que tienen poca presencia en el resto del área monetaria.

En el libro, se menciona la famosa frase de Jean Monnet: «Europa se forjará en crisis y será la suma de las soluciones adoptadas a raíz de esas crisis», para afirmar que su enfoque solo es factible si dichas crisis pueden gestionarse. De lo contrario, podrían llevar a la ruptura. Curiosamente, Monnet fue el primer presidente de la institución planificadora por excelencia en Francia, el Commissariat général du Plan, que en 2013 pasó a denominarse Commissariat général à la stratégie et à la prospective, bajo la dirección de Jean Pisani-Ferry, una de las grandes figuras tras la candidatura de Macron. ¿Serán capaces los sucesores de Monnet, De Gaulle y Adenauer de sintetizar las dos tradiciones como propugnan los autores y aprovechar la crisis del euro para seguir «construyendo Europa»? On verra bien.

* La edición en castellano de The Euro and the Battle of Ideas será publicada por Deusto en los próximos meses.

Reseña publicada originalmente por el autor en el Informe Económico de ESADE.

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