El desafío que Angela Merkel propuso a Europa
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La canciller alemana, Angela Merkel, no tiene fama de ser una oradora particularmente electrizante; se dice más bien que su hablar sosegado tiene el poder de dormir a los oyentes. Pero hace unos días eso cambió. Durante una visita de campaña a un festival de la cerveza en el suburbio muniqués de Trudering, Merkel pronunció un encendido discurso que dominó los titulares de los diarios a ambos lados del Atlántico.
Dada la cercanía de Pentecostés, muchos se preguntaron si Merkel hablaría inspirada por el Espíritu Santo. Pero no siendo eso, tal vez lo que la motivó a actuar fueron las muchas horas compartidas con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en las recientes reuniones de la OTAN y del G7. Y seguramente también estaría pensando en las próximas elecciones federales alemanas.
Pero el discurso de Merkel no fue como cuando el excanciller Gerhard Schröder, en un acto de campaña celebrado en la ciudad de Goslar en enero de 2003, declaró que Alemania no iría a la Guerra de Irak por más que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas la aprobara. En el discurso de Merkel en Trudering hubo mucho más que electoralismo.
“Los tiempos en que podíamos depender enteramente de otros son hasta cierto punto cosa del pasado”, dijo Merkel, “y lo único que puedo decir es que los europeos debemos tomar el destino en nuestras manos”. Para algunos esto puede ser sinónimo de que Alemania abandonará la alianza transatlántica, que buscará un realineamiento estratégico o que ingresará a una nueva era de inseguridad. Pero la declaración de Merkel no implica nada de eso.
Todo aquel que haya prestado atención sabe hace tiempo que los cambios históricos que suceden hoy no surgieron de Alemania, sino de los dos miembros fundadores del Occidente geopolítico: Estados Unidos y el Reino Unido. Antes de la elección de Trump y del referendo por el Brexit, los alemanes no veían motivos para hacer cambios fundamentales al orden geopolítico vigente.
Pero los dos acontecimientos mencionados sacudieron las bases que han sostenido la paz y la prosperidad de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. La decisión británica de abandonar la Unión Europea puede inspirar a otros países a hacer lo mismo. Y el plan aislacionista de Trump, con lo de “Estados Unidos primero”, implica la renuncia de Washington a su papel de liderazgo internacional y, posiblemente, el cese de sus garantías de seguridad para Europa.
En la elección presidencial francesa del mes pasado, los europeos evitaron un desastre de proporciones históricas. Una victoria de Marine Le Pen, del ultraderechista Frente Nacional, hubiera implicado casi con seguridad el fin del euro, de la UE y del mercado común. Europa continental estaría ahora mismo atrapada en una profunda crisis económica y política.
Los que todavía creemos en una Europa unificada debemos aprender la enseñanza del encuentro cercano con el peligro en la elección francesa, para que la historia no se repita. Europa debe ampliar su capacidad de actuar y de responder a crisis y circunstancias cambiantes. Ese fue el mensaje central de las declaraciones de Merkel.
Las palabras de la canciller también fueron respuesta a las discusiones que mantienen analistas y periodistas para dilucidar el posible significado del Brexit y de la presidencia de Trump respecto del futuro de la cooperación transatlántica y europea. Cuando Merkel observó que “los europeos debemos tomar el destino en nuestras manos”, no hacía más que señalar un hecho evidente.
Sin embargo, imaginar a Merkel abandonando el transatlantismo es subestimarla groseramente. Merkel sabe que Estados Unidos es indispensable para la seguridad de Europa. Pero también sabe que la presidencia de Trump siembra dudas sobre las garantías de seguridad provistas por Estados Unidos y sobre los valores compartidos que, hasta ahora, han vinculado firmemente ambas partes.
Un análisis cuidadoso de las palabras de Merkel muestra que no fueron un cuestionamiento del futuro de la alianza transatlántica, sino un llamado a una Europa más fuerte. Merkel sabe que si Estados Unidos renuncia a su lugar en la cima del orden internacional por motivos de política interna, no será sustituido por una nueva potencia dominante, ni surgirá un nuevo orden mundial. Lo que habrá es un vacío de poder signado por el caos. Y conforme aumente la inestabilidad mundial, los europeos no tendremos más opción que unirnos para defender nuestros intereses, ya que nadie lo hará por nosotros.
Así que el discurso de Merkel fue, primero y principal, sobre fortalecer a Europa. Y felizmente, Merkel halló un socio en la figura del presidente francés Emmanuel Macron. Ambos líderes quieren estabilizar la eurozona, recuperar el crecimiento económico y fortalecer la seguridad de Europa mediante la creación de una fuerza de fronteras común y una nueva política para los refugiados.
Merkel sopesó muy bien sus dichos en Trudering. En el tumultuoso entorno internacional presente, y con lo cerca que estuvo la UE de desaparecer, no hay otra alternativa que actuar; y las declaraciones de Merkel pueden tener amplias consecuencias respecto del lugar de Alemania en la UE y de su relación con Francia. El papel de sabelotodo avara que asumió Alemania en la eurozona es incompatible con la postura que debe adoptar a partir de ahora. Para demostrar liderazgo real dentro de la sociedad francoalemana, Alemania tendrá que hacer concesiones políticas.
Además, que algo lo haya dicho Trump no implica necesariamente que esté equivocado. Alemania, y Europa en general, tienen que hacer mucho más por su propia seguridad y por reforzar el puente transatlántico que sostiene la paz y la prosperidad europeas. Y en la promoción de ese proyecto, debemos mantenernos fieles a los valores liberales que nos hacen la envidia de los países que aspiran a la democracia y la bestia negra de los autoritarios de todo el mundo.
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