Así van a funcionar nuestras relaciones con los robots: de la desconfianza a la comunicación abierta
Image: REUTERS/Stringer - RTX36ZJE
Hoy en día los robots nos provocan todo tipo de inquietudes, como por ejemplo, que acaben ocupando nuestros puestos de trabajo, tal como opinan muchos expertos. Y si la inteligencia artificial aumenta, puede que incluso nos esclavicen o aniquilen a toda la humanidad.
Los robots son criaturas extrañas, y no solo por estas cuestiones que nos surgen frecuentemente. Tenemos buenas razones para preocuparnos por estas máquinas.
Un anuncio de Kuka robotics: ¿pueden estas máquinas realmente reemplazarnos? Imagina que estás visitando el Quai Branly-Jacques Chirac, un museo en París dedicado a la antropología y la etnología. Mientras visitas la colección, tu curiosidad te guía hacia cierta pieza y tras un rato, empiezas a sentir una presencia familiar que se acerca hacia la misma obra de arte que ha captado tu atención.
Te mueves lentamente y en cuanto giras la cabeza te atrapa una sensación extraña porque lo que crees que estás viendo, aún borroso en tu visión periférica, no es del todo una figura humana. La ansiedad se apodera de ti. A medida que tu cabeza gira y tu visión se agudiza, la sensación aumenta. Te das cuenta de que es un humanoide, un robot llamado Berenson, nombrado así en honor a Bernard Berenson, crítico de arte americano, y diseñado por el roboticista Philippe Gaussier (Image and Signal processing Lab) y el antropólogo Denis Vidal (Institut de recherche sur le développement). Berenson forma parte de un experimento llevado a cabo en el museo Quai Branly desde 2012.
La extrañeza del encuentro con Berenson te deja de repente asustado, y retrocedes alejándote de la máquina.
Esta sensación se lleva estudiando en la robótica desde los 70, cuando el investigador japonés Masahiro Mori propuso la teoría del “valle inquietante”: Si un robot se parece a nosotros, tendemos a concebir su presencia como si fuese la de un ser humano.
Pero cuando la máquina revela su naturaleza de robot, nos sentimos incómodos. Esto es lo que Mori denominó “valle inquietante”. El robot pasa a ser considerado como algo parecido a un zombie.
La teoría de Mori no se puede verificar sistemáticamente, pero los sentimientos que experimentamos cuando nos encontramos con un autómata definitivamente se tiñen de incomprensión y curiosidad.
El experimento llevado a cabo con Berenson en el museo Quai Branly, por ejemplo, demuestra que la presencia de un robot puede provocar un comportamiento paradójico en los asistentes y pone de manifiesto la profunda ambigüedad que caracteriza las relaciones con los robots, y más en particular los problemas comunicativos que surgen para los humanos.
Si nos mostramos cautelosos con estas máquinas, es porque no tenemos claro si tienen algún tipo de intención y, en caso afirmativo, tampoco tenemos claro qué son y de qué forma podemos establecer una base de entendimiento mínimo es esencial para cualquier interacción. Por ello, es normal ver a los visitantes del Quai Branly adoptando una actitud social con Berenson, hablando con él o mirándolo para averiguar cómo percibe su entorno.
De una forma u otra, los visitantes principalmente intentan establecer contacto. Parece que hay algo estratégico en el hecho de considerar al robot como una persona, aunque sea de forma momentánea. Estos comportamientos sociales no son sólo observados cuando los humanos interaccionan con una máquina que se les parece; las proyecciones antropomórficas son normales cada vez que los humanos se encuentran con robots.
Hace poco que se ha creado un equipo de investigación para explorar las diferentes dimensiones que se revelan en estas interacciones. En particular, este equipo se dedica a observar los momentos concretos en los que nuestra mente dota a los robots de inteligencia e intención.
Así es como surgió el proyecto PsyPhINe. Basándose en las interacciones entre los humanos y una lámpara robótica, este proyecto intenta comprender mejor la actitud de las personas hacia las máquinas antropomórficas. Una vez acostumbrados a la extrañeza de la situación, no es raro ver cómo la gente se involucra socialmente con la lámpara. Se invita a las personas a jugar con el robot y se ha observado cómo acaban reaccionando a sus movimientos y a menudo le hablan, comentando lo que hace o la situación en sí misma.
La desconfianza suele aparecer en los primeros momentos de las relaciones con las máquinas. Más allá de su apariencia, la mayoría de la gente no sabe exactamente de qué están hechos los robots, cuáles son sus funciones o cuáles pueden ser sus intenciones. El mundo de los robots parece muy alejado del nuestro.
Pero este sentimiento desaparece rápidamente y si la persona no huye de la máquina, lo normal es que intente definir y mantener un marco comunicativo. Generalmente se mantienen unos hábitos comunicativos parecidos a los que tenemos al hablar con mascotas o con otros seres vivos cuyo mundo es de algún modo diferente del nuestro.
Parece ser que a los humanos nos fascina todo lo que nos ofrece la tecnología pero al mismo tiempo sospechamos de las posibilidades de las máquinas.
Fotos: Junji Kurokawa, Koji Sasahara.
Autor: Joffrey Becker, antropólogo en el Laboratorio de Antropología Social de la Escuela de Francia.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
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