5 retos que tiene por delante Reino Unido
Image: REUTERS/Hannah McKay
Las prioridades que aguardan al nuevo primer ministro van a depender en cierta medida de quién sea. Aunque todo indica que los conservadores van a formar un gobierno de minoría, no está claro quién va a dirigirlo. Y, aunque una coalición de gobierno encabezada por los laboristas no parece probable, tampoco es imposible. Theresa May y Jeremy Corbyn tienen opiniones distintas sobre lo que es más importante para Reino Unido. Y las prioridades del nuevo ejecutivo dependerán también de hasta qué punto necesite a otros partidos, y a cuáles, para asegurarse la mayoría. No obstante, hay ciertos retos que todos van a tener que afrontar, gane quien gane.
Theresa May declaró que convocaba las elecciones anticipadas para asegurarse una mayoría sólida y un mandato que le permitiera negociar las condiciones de salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Resulta irónico, pues, lo poco que ha figurado el Brexit en la campaña electoral. La obsesión por la seguridad era inevitable, después de los atentados de Manchester y Londres. Pero que la oposición pudiera colocar los problemas sociales y del servicio nacional de salud tan en el centro fue culpa de la propia May. Como consecuencia, los votantes británicos tienen tan poco claro hoy lo que significa el Brexit como antes de empezar la campaña. Ni Theresa May ni Jeremy Corbyn han explicado con detalle cómo piensan abordar las negociaciones, ni siquiera cuáles serían sus prioridades o sus líneas rojas. Es inevitable sospechar que tampoco lo tienen claro ellos.
Quien forme el próximo gobierno tendrá que designar la delegación negociadora y formular sus objetivos y su estrategia. Aunque está previsto que las primeras conversaciones empiecen este mes, en la práctica habrá que esperar hasta las elecciones alemanas, en otoño, para que se presenten unas posiciones más detalladas. Quizá las condiciones previas establecidas por Bruselas (que las negociaciones sobre un acuerdo comercial no pueden comenzar hasta que se acuerden los términos de la salida de Reino Unido; que se determine la situación de los ciudadanos de la Unión Europea en Gran Bretaña y los ciudadanos británicos en la UE; que Gran Bretaña pague por el divorcio; y que se llegue a un acuerdo sobre la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte) sean menos difíciles de lo que se pensaba para un gobierno nuevo. De hecho, es posible que May no haya querido entrar en detalles sobre su posición negociadora porque esté dispuesta a ceder en la mayoría de estos puntos y no pelear más que por la cantidad de dinero que Reino Unido deba pagar. Quien presida el nuevo ejecutivo no va a tener el mandato firme que ella buscaba al convocar las elecciones.
Los británicos, tal vez debido a su historia con el terrorismo del IRA, tienen una tradición de tomarse los atentados con mucha calma. Quieren estar convencidos de que el terrorismo islamista, aunque es horrible, no es tan malo como las antiguas campañas del IRA y los palestinos. Sin embargo, los tres atentados de las últimas semanas, dos de ellos en el plazo de ocho días, han cambiado en gran medida esa actitud. Mientras que los conservadores han tratado de aprovechar la situación llamando la atención sobre el controvertido historial de Corbyn en materia de seguridad, los partidos de la oposición han subrayado los recortes en el presupuesto y el personal de la policía. Los medios de comunicación han insistido en que los servicios de seguridad debían explicar cómo es posible que unos extremistas islámicos que ya estaban en su radar hayan podido llevar a cabo los atentados. Los británicos esperan que el nuevo gobierno tome nuevas medidas para reforzar la seguridad.
Estas nuevas iniciativas dependerán de quién forme el ejecuivo. Theresa May ha dejado claro que va a endurecer su postura frente al extremismo islámico y que tomará enérgicas medidas contra los que lo predican o lo respaldan. Ha afirmado públicamente que está dispuesta a recortar los derechos humanos y civiles si eso significa mejorar la seguridad. Por el contrario, los partidos de la oposición dicen que el gobierno y las fuerzas de seguridad ya cuentan con todos los poderes de vigilancia y actuación que necesitan. Recortar los derechos humanos y civiles sería hacer lo que buscan los terroristas. Por consiguiente, un gobierno no conservador haría más hincapié en aumentar el presupuesto policial y el número de agentes, además de hacer un seguimiento de las evaluaciones que los servicios de seguridad han hecho de su propia actuación en el periodo más reciente.
La relación con Estados Unidos está en dificultades. En enero no lo parecía. Daba la impresión de que, con la toma de posesión del presidente Donald Trump, el Brexit contaría con un firme apoyo al otro lado del Atlántico. Trump, enemigo de la UE, aplaudió la decisión británica. Durante la visita de Theresa May a Washington, el Presidente le garantizó que una de sus prioridades era un acuerdo de libre comercio con Reino Unido. A cambio, May le invitó a hacer una visita de Estado a Gran Bretaña. Sin embargo, desde entonces, las cosas han empeorado. El tosco comportamiento de Trump y su retirada del acuerdo de París sobre el cambio climático son cosas difíciles de tragar para un Gobierno británico, incluso uno conservador (por mucho que el ala derecha del partido pueda aplaudirlas). Las filtraciones de información en Estados Unidos después del atentado de Manchester enfurecieron a los servicios de seguridad británicos. Las críticas al alcalde de Londres, Sadiq Khan (con la insinuación de que se muestra complaciente con el terrorismo islámico) tras el atentado del Puente de Londres ha ofendido verdaderamente a los británicos, y no solo al centro izquierda. En todo el espectro político se han oído peticiones de que se cancele la visita de Estado. Incluso aunque no se anule, es posible que la Cámara de los Comunes impida que Trump pronuncie un discurso ante las dos cámaras del Parlamento.
El nuevo gobierno tendrá que decidir cómo recalibrar su relación con EE UU, sin olvidar el peligro de aislamiento tras su salida de la UE. Las opciones fundamentales son alinearse con otros países civilizados para marginar a Trump, mantener cierta distancia mientras espera a ver qué ocurre con el Presidente estadounidense, o colaborar con la Casa Blanca, por mucho que le repugne, con la esperanza de que la relación beneficie a las dos partes. Además deberá tener en cuenta los riesgos para la seguridad y la cooperación en materia de inteligencia, sobre todo si la colaboración con los países de la UE se debilita después del Brexit.
El Brexit ha vuelto a poner en primer plano los problemas que afronta el acuerdo constitucional británico, tanto en Escocia como en Irlanda del Norte. La ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, ha dicho que debería celebrarse otro referéndum sobre la independencia escocesa cuando esté claro el resultado de las negociaciones sobre el Brexit. Parece que May lo ha aceptado, lo cual significaría una nueva votación a finales de 2019 o principios de 2020. Ahora bien, quizá los malos resultados de los nacionalistas escoceses disminuyan las presiones para convocar el referéndum. Si se celebra, el nuevo primer ministro británico confiará en que la incertidumbre económica y la poca seguridad de que una Escocia independiente pueda incorporarse a la Unión Europea convenzan a los escoceses de que es mejor permanecer en Reino Unido. Como mínimo, el ejecutivo central tendrá que traspasar más poderes al Gobierno escocés. Pero, además, el nuevo (o nueva) primer ministro tendrá que explicar con mucha diplomacia por qué los escoceses pueden votar sobre el resultado de las negociaciones del Brexit y los demás británicos, no. El gobierno no querrá correr el riesgo de caer en el limbo legal y constitucional que podría suponer un nuevo referéndum general en el que los británicos pudieran votar contra las condiciones del divorcio, pero todo dependerá, una vez más, de cómo se forme ese nuevo gobierno y cuánto dure.
En Irlanda del Norte, el nacionalista Sinn Fein ha dicho que el Brexit ha vuelto a abrir el interrogante de la unificación. Irlanda del Norte, como Escocia, votó a favor de permanecer en la UE (aunque por un margen menor). El mayor partido de Irlanda del Norte, el Partido Unionista Democrático (DUP por sus siglas en inglés), votó por el Brexit. Pero, tras las recientes elecciones a la Asamblea regional, y dados los serios desacuerdos entre Sinn Fein y el DUP, formar gobierno está resultando difícil. Después del Brexit, la frontera con la República de Irlanda plantea un serio problema. Aunque nadie quiere volver a endurecer los controles, puede que sea difícil lograr acuerdos sostenibles, sobre todo si Gran Bretaña acaba por salir de la Unión Aduanera. Pero los costes de no hacerlo bien podrían ser terribles y llegar incluso al regreso a la violencia. La solución puede ser todavía más difícil si los conservadores necesitan los votos del DUP para poder gobernar en Londres.
Quienes ven Gran Bretaña desde el extranjero prestan más atención a la política exterior y la seguridad, pero las principales preocupaciones del nuevo gobierno serán más bien de política nacional. A pesar del empeño de Theresa May en que la campaña electoral se centrara en el Brexit, su mala gestión de las propuestas de su programa sobre la financiación de las prestaciones sociales ha puesto de relieve sus políticas sociales y educativas. En Reino Unido existe la sensación generalizada de que la sanidad y la educación no funciona y necesitan reformas y más dinero. El gobierno nuevo será muy consciente de que los votantes lo han tenido muy en cuenta durante la campaña, sobre todo los jóvenes. Arreglar estos problemas será tan importante como hacer frente a los retos exteriores.
Los problemas que aguardan al nuevo primer ministro se resumen nada menos que en redefinir la identidad de Gran Bretaña y su posición en el mundo después del Brexit. Si acierta, Reino Unido podrá tener nuevas relaciones con la UE, Estados Unidos y el resto del mundo. Si se equivoca, el país correrá el riesgo de caer en el aislamiento y el declive.
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