24 escritoras brillantes que no estaban en el canon tradicional hasta ahora
A Javier Marías no le parece que Gloria Fuertes sea “una grandísima poeta”. Es una opinión tan respetable como otra cualquiera, por supuesto, pero el columnista de El País ha vuelto a levantar ampollas con su texto de este fin de semana al respecto. De su mensaje se recogía no sólo una duda del valor literario de una de las autoras a las que más se está reivindicando últimamente en el panorama español, sino de las mismas dinámicas mediáticas que lo han provocado.
Marías parecía decir que, sea o no cierto que se ha despreciado a las escritoras a lo largo de la historia (donde los hombres han dominado inmensamente el panorama sin que eso angustiase a los estamentos hasta hace poco más de un siglo), el hecho de que ahora se esté recuperando a “cualquier mujer oscura o recóndita” hace que se desvirtúen los estándares de calidad, que se sobredimensione a autoras que en realidad no merecen tanto la pena para perjuicio del Dios de las letras y, sobre todo, de los lectores.
El escritor se queja, en esencia, de que el sexismo inverso nos está colando a escritoras mediocres.
Como bien señalaba, hay muchísimas grandes escritoras en la historia (algunas de las cuales sí tuvieron que pelear para encontrar un justo reconocimiento a ese talento propio que sus coetáneos le negaban), muchas más de las que él ha citado en su pequeño texto. Pero nosotros no sólo defendemos que existan, sino que esta misma dinámica de apertura está causando una suerte de justicia y de riqueza literariaque, sin una conciencia de activismo feminista, muy probablemente nos hubiese dejado huérfanos de muchos referentes. Si la mayoría de nuestras bibliotecas está en un 85% compuesta de nombres en masculino, no puede hacernos ningún mal oír unos cuantos referentes del otro género.
Redactores del medio y amigos nos lanzan algunas recomendaciones ex profeso. Disfrutemos de la literatura y disfrutemos de lo que nos han contado las mujeres.
Lucía Berlin
Por Antonio Ortiz:
Lucia Berlin ha sido mi gran flechazo literario del año con su Manual para mujeres de la limpieza. La mayoría de críticas emparienta su obra con la de Carver, yo la leo más cerca de un Salter pasado por México y a cuyos personajes, maltratados, les queda poca vida para el amor. El caso es que Berlin también está siendo un antídoto a mi actitud contraria a las modas literarias. Si gracias a ellas o al revisionismo feminista de la historia de la literatura se rescatan obras como ésta ya habrá merecido la pena.
Elena Garro
Por Luna Miguel:
“La literatura de Garro debería ser considerada, en calidad y trascendencia, a la par de las dos obras maestras de Juan Rulfo”. Lo escribió Geney Beltrán Félix en el prólogo de los cuentos completos de Elena Garro, la narradora mexicana que fue madre del realismo mágico —con esa obra cruda llena de personajes femeninos fortísimos— pero que a ojos de muchos críticos, lectores y editores aún sigue siendo “la mujer de Octavio Paz”, la “musa de Bioy Casares”, la “inspiradora de Márquez” y la “admirada de Borges”. Ni mucho menos. Elena Garro no es de nadie. Elena Garro es Elena Garro.
Willa Cather
Por Héctor G. Barnés:
Creo recordar que llegué a Mi Antonia, cosas de la vida, por la canción del mismo título de Emmylou Harris. Quizá también por la sonoridad del título, al verlo en la estantería de la biblioteca. Lo leí el mismo verano que a Kerouac, Dos Passos, Burroughs o Capote, y lo recuerdo especialmente por ser el opuesto a la mayoría de ellos, ruidosos y furiosos: este retrato de la mujer del Oeste vista a través de los ojos del hombre es cotidiana, comunitaria, levemente sexual, una obra plenamente moderna. Como un antecedente de Meek's Cutoff de Kelly Reichardt.
Belén Gopegui
Por Pablo Muñoz:
¿Las razones? Aunque probablemente no pueda estar en la lista de Marías por cosas típicas de su proceder (falta de diálogo intergeneracional ¡sigue siendo abiertamente de izquierdas y no socialdemócrata!) y PERFIL, las razones por las que mola? Ha captado mejor que nadie las tensiones de la democracia (El padre de Blancanieves), ha hecho un tipo de novela muy europea y llena de detalles visuales y experimentales sin prescindir de argumento o personajes (Lo Real) y, básicamente, se ha resistido estoicamente al manierismo y a hacer siempre lo mismo (¿a qué se parece El comité de la noche?)
Y por Domingos en Chándal:
Por enseñarnos cómo nos atraviesa el poder y abrirnos los ojos acerca de los mundos posibles, por reclamar la bondad. Por ser peligrosa y dar vueltas a lo posible.
J. K. Rowling
Por Andrés P. Mohorte:
De forma arquetípica, la construcción del imaginario juvenil y adolescente de los chavales occidentales había quedado en manos de hombres. Stevenson, Twain, Carroll, Verne, etcétera. Y de repente llegó Rowling y se sacó de la manga la saga juvenil más espectacular, apasionante y brillante no sólo de su generación, sino de la historia de la literatura, y con un punto de suerte y de siglo XXI (viralidad mediante) la convirtió en un fenómeno de masas.
Hoy Potter y compañía son personajes construidos sobre bases tan atípicas (dentro de la normatividad) que han conquistado a niños y niñas de todo el mundo por igual, en una fiebre millonaria que ha colocado a Rowling inevitablemente dentro del "canon", por más que los puristas de turno la desprecien por su comercialización audiovisual y juguetera. No hay nada en aquel maravilloso cuarto libro de la saga que palidezca ante los Huckleberry Finn y las islas del tesoro de la vida. Y además hay dragones. Larga vida.
Luisa Carnés
Por Clara Morales:
Se podría reivindicar a Luisa Carnés (1905-1964) solo por lo excepcional de que una obrera sin formación llegara a publicar con éxito en la España de los años treinta. Pero su mirada única hacia las mujeres trabajadoras como ella, su sensibilidad para las estampas cotidianas y su escritura nada convencional se bastan por sí mismas. Las editoriales Hoja de Lata y Renacimiento recuperan ahora su obra.
Safo
Por Eva Paris:
Quiero recomendar a la poetisa Safo, que destaca tanto en su obra más popular como en la más intimista, y que dio nombre con su ritmo peculiar a un metro nuevo: la estrofa sáfica.
Natalia Ginzburg
Por Esther Miguel Trula:
No he leído a nadie que sepa plasmar mejor la belleza de lo ordinario que Natalia Ginzburg. Con su prosa, precisamente desde unas formas propias y únicas de la palabra escrita, consigue que nos traslademos sensorialmente al ámbito de las costumbres. De lo familiar. Su virtud expresiva es una angustia constante para el lector porque con recursos sencillos despierta nuestra humanidad, algo que nos afecta todavía más profundamente cuando en el relato aparecen los episodios de crueldad, de los que Ginzburg escribe muchas veces desde una suerte de recuerdos propios.
Hiromu Arakawa
Por Nacho Requena:
Hiromu Arakawa es una de las escritoras y creadoras de mangas más importantes de Japón. Su obra magna, FullMetal Alchemist, combina el toque más divertido y ameno con temas como la codicia, la crueldad del ser humano o la ambición, todo reflejado a través de sus antagonistas, los Siete pecados capitales.
Elena Ferrante
Por Repollo:
Las Novelas Napolitanas me enseñaron las palabras que siempre me faltaron para describir las complicaciones que surgen en las amistades entre mujeres, y me dio una mirilla hacia el futuro con la que entender que las complejidades no acaban y que la amistad no es algo estático. Además me avisó de todas las maravillosas Lilas que este mundo se está perdiendo, silenciadas, pobres, vapuleadas y acosadas.
Por Betina Serrano:
Pocas autoras han generado a su alrededor tanta curiosidad como lo ha hecho Elena Ferrante. No es para menos: su saga de historias napolitanas, traducida en España como Dos amigas, es una mano invisible que te remueve el corazón y las entrañas. No solo hace una radiografía fantástica de la relación entre dos mujeres desde la infancia hasta la vejez, sino que también la hace de Nápoles, de la violencia, de las tumultuosas relaciones que se dan en un barrio de clase obrera y de cómo las mujeres tienen que salir adelante, apoyarse y fortalecerse a pesar de los golpes y el yugo al que las someten los hombres de sus vidas. Pero hay algo más que hace que su figura sea tan enigmática: Elena Ferrante es un seudónimo de una mujer que ha conseguido vender en su tierra natal y en todas las tierras donde ha sido traducida. Y eso pica. Pica tanto que se ha asumido que su identidad es masculina. Pero lo siento mucho, carcamales. Elena Ferrante es brillante y es única. Y, además, es una de las nuestras.
Sarah Waters
Por Martín Cuesta:
Cuando todo el mundo celebraba que Park Chan-wook volviera a dirigir cine en Corea, yo festejaba que lo hiciera adaptando Fingersmith, la novela de Sarah Waters. La autora británica ha renovado la narrativa tradicional isleña, desde Dickens hasta Henry James, añadiendo nuevos ingredientes a recetas revenidas por el paso del tiempo: relatos fantasmales explicados desde la lógica de la lucha de clases, lesbianismo como elemento anexo a la novela social. Casi siempre con protagonismo femenino. Todo lo que ustedes buscaban, en estos tiempos de separaciones, para hacer un Brexit a la inversa.
Sarah Kane
Por Kaoru:
Sarah Kane es crudeza pura. Violencia, sexo, incluso momentos totalmente gore como en reventado, sus obras son una auténtica bofetada al estancamiento de lo políticamente correcto en teatro. Además se ahorcó con los cordones de sus zapatos en un psiquiátrico. Soy fan de las estrellas fugaces.
Angélica Liddell
Por Kaoru:
Angélica Liddell ha hecho algo parecido en España. Es un territorio dominado por el macho alfa, escribe con una voz propia y llena de poesía. Denuncia total. Y otra cruda como ella sola. Echadle un ojo a El año de Ricardo.
Mary Shelley
Por Javier Jiménez:
Mary Shelley soñó con Frankenstein un día verano de 1816, precisamente el año en no hubo verano. Se la puede considerar, a la vez, la primera novela de ciencia ficción y una de las mejores novelas de terror gótico del siglo XIX: pero si por algo debe pasar a la historia es por ser la novela moderna que mejor entiende el amor.
La literatura romántica es todo un catálogo de pasiones, amoríos y compromisos. Pero mientras tanto, Shelley retrata el amor no como algo ciego, sino como algo clarividente: porque solo en la intimidad del amor se ven cosas que permanecen ocultas; solo la mirada amorosa porque «hace a los hombres perspicaces» (como dijera Platón y tradujera su marido); solo a través de ella puede uno conocerse a sí mismo.
Y es que lo que hace que la creación del doctor Frankenstein sea un monstruo no es que esté hecho de trozos, ni que hubiera vuelto a la vida gracias al galvanismo: lo que lo hace un monstruo es precisamente que no haya nadie que quiera verse a sí mismo en su mirada.
Decía el propio Marías en el Corazón tan blanco que "el matrimonio es una institución narrativa" porque "estar junto a alguien consiste en buena medida en pensar en voz alta, esto es, en pensarlo todo dos veces en lugar de una, una con el pensamiento y otra con el relato". Ningún libro como el de Shelly retrata la angustia de no poder pensarse de esa manera.
Alejandra Pizarnik (+81)
Por Javi Sánchez:
Allá por 2003, cuando Javier Marías todavía no se había reducido a la autocaricatura, se editaron en España los Diarios de Alejandra Pizarnik, poetisa argentina a la que no hacía falta reivindicar. Pasó un poco entonces lo que hoy con Gloria Fuertes: los blogs, el tuiter de entonces, se avivaron un tanto, poco, con el incendio bellísimo e incontrolado que era la palabra de Pizarnik. Pero claro, era ella extranjera y ausente y no tenía un lugar predefinido en el Canon de los Señores, esa biblioteca con forma de y olor a cojones sudados. Pizarnik no había sido poetisa de los niños, ni Marías tenía por qué atacarla -estaba ocupado, entonces, escribiendo columnas sobre lo mucho que le molestaban las manifestaciones incluso dentro de su casa. Y los niños, y las procesiones, y todo lo que fuese La Gente, como tardamos años en descubrir-. Su canon, ya hemos visto, es tan limitado como su desprecio: todo lo que no le suena o no ocupó su infancia no merece un lugar en esos cojoncitos inamovibles (aquí, por cojones, para esas criaturas horribles llamadas niños, Christie y Blyton; aquí, en esa extravagancia cojonera que es considerar la poesía en femenino, Sexton y Dickinson; aquí, en el desprecio por cojones, todo lo que sea tocar posmórtem lo que ya asignaron insignes pelvis previlegiadas).
A Marías le recomendaría leer Poesía soy yo, una antología de Raquel Lanseros y Ana Merino donde se reivindica a 82 poetisas en lengua castellana, cualquiera de ellas candidata a una columna de Marías o de cualquier otro de esos señores que, como decía Antonio Lucas en El Mundo, demuestran que la historia de la modernidad está escrita desde el escroto. Allí están Pizarnik y Gloria Fuertes, Idea Vilariño y Blanca Mistral, y así hasta ochenta y dos nombres insignes que a Marías no le caben en las ingles. Pero recomendárselo a Marías haría 'Más daño que beneficio'. Mejor que las lean quiénes sepan apreciar la literatura, y no los que pretenden hacerla de menos por cojones.
Por César Viteri:
Hay personas que piensan que la ciencia ficción no puede dar de sí más que una sucesión interminable de clones de Tropas del espacio, y desde luego, si por algunos aficionados y autores fuera, así sería. Aliette de Bodard, en cambio, nos regala ucronías bien trabadas, en las que las culturas china, azteca y vietnamita del futuro lejano han colonizado el espacio de muchas maneras. Nos cuenta relatos noir, cuentos atemporales de emigración, relaciones familiares y sentimiento de pérdida combinados con intrigantes visiones de una humanidad que se resiste a dejar de serlo. ¿De verdad queréis otra novela más de marines espaciales?
Rebecca Solnit
Por Laura Gómez
En estos tiempos maravillosos en los que la concienciación sobre el machismo y sus profundas raíces es una lucha diaria a la que estamos dispuestas a enfrentarnos, y cada vez con más apoyos, la periodista y ensayista Rebecca Solnit es una de mis plumas favoritas. Ligera y brillante, ha narrado la crisis del urbanismo en América; ha contado la historia del capitalismo moderno a través de cinco desastres naturales; ha hablado sobre el acto de caminar como resistencia, como liberación y como experiencia estética; y ha escrito uno de los ensayos más importantes para el feminismo de los últimos años. Los hombres me explican cosas enumera, en clave de humor, diferentes situaciones cotidianas en las que se dejan ver las jerarquías de poder y la desigualdad de la mujer frente a los señores que lo saben todo se convierte en el común denominador de nuestras relaciones sociales. El problema de fondo es mucho más grave y resulta familiar en la narrativa cuñada de Marías: silenciar a las mujeres que tienen algo que decir. Rebecca Solnit, Roxane Gay o Yrsa Daley-Ward harían revolverse al columnista de El País si pudiera ver más allá del carajillo de las nueve. Una señal clara de que lo están haciendo bien.
Ama Ata Aidoo
Por Jónatan Sark
¿Les suena este nombre? Los defensores de la idea de que conocemos los nombres y obras de grandes autoras porque son grandes y que "ninguna 'conspiración' de varones ha estado interesada en ningunear" a esas personas pues de lo contrario se las habría olvidado, tienden a dejar de lado en sus loas al brillo del esfuerzo y el talento que no solo en su época tuvieron que luchas por un puesto sino que muchas más personas han tenido que seguir manteniendo vivo su nombre. En algún momento, confío, veremos publicado en España How to Suppress Women's Writing de Joanna Russ. Mientras tanto podemos ir recordando nombres como los de Taeko Kōno, Estrella Alfon o este mismo de Ama Ata Aidoo.
No solo la ghanesa es una de las grandes novelistas africanas, con un discurso muy marcado de intención postcolonialista que ubica a la mujer y su problemática en el centro de la narración y el discurso, además es autora de teatro y poetisa. Tan completa que podemos decir con facilidad que es una de las grandes autores de África. El problema es que si ya está costando que se conozca a los hombres; que con una extensísima carrera por fin parezca que el nombre de Ngũgĩ wa Thiong'o comienza a ser conocido en España pese a llevar más de veinte años publicando en distintas editoriales, Alfaguara incluida; lograrlo con autores que se salen incluso más de la norma es un auténtico triunfo.
Ama Ata Aidoo merece ser conocida y recomendada, su único libro editado en España en la arriesgada y necesaria edición de Casa África debería gozar de más popularidad. Pero si no hay un movimiento de reivindicación, no hay gente promoviéndola y buscando una manera de hacerla más accesible... seguirá siendo para la gran mayoría un nombre igual de desconocido que en estos momentos. Y aún habrá quien diga que es por la calidad de ella y no por los privilegios de él.
Shirley Jackson
Por John Tones:
Shirley Jackson es una de las voces más personales de la literatura fantástica del siglo XX. Dos de las firmas más influyentes del género, dos clásicos como Stephen King y Richard Matheson reconocieron una deuda absoluta con sus tramas y recursos narrativos (y aunque no lo hubieran hecho: es evidente). Su La maldición de Hill House es esencial para entender la literatura moderna de casas encantadas, y es la novela más importante sobre el tema después de las aportaciones de Henry James. Y su cuento La lotería marcó a una generación de estadounidenses con su estilo frío y críptico: hoy es estudiado con la misma veneración que los clásicos de Poe. Su cima, sin embargo, es Siempre hemos vivido en el castillo, una historia desconcertante y enigmática que representa la cima de su estilo: fría, desapasionada, llena de significados e innegablemente femenina.
Joyce Carol Oates
Por Mariano Hortal:
Admiro profundamente a Joyce Carol Oates; con lo que me cuesta escribir un texto cada día, este monstruo de las letras alterna su cátedra de escritura creativa en la universidad de Princeton con la nada desdeñable tarea de publicar tres libros al año de manera regular. Tal estajanovismo es solo comparable con su eclecticismo, patente en diferentes vertientes: en primer lugar, desde luego, por su elección de temas diversos (desde sagas familiares a novelas policiacas pasando por biopics como el de Marilyn Monroe); en segundo lugar, por cultivar prácticamente cualquier tipo de forma literaria: novela, ensayo, estudios críticos, relatos cortos, novelas juveniles, antologías poéticas, y un largo etcétera); en tercer lugar, y no menos importante, por ser capaz de adaptar su estilo según el tipo de obra realizada.
De entre todas las características que la hacen única e irremplazable, me gustaría destacar algo que, realizado igualmente por la también magnífica escritora Margaret Atwood, supone un avance en la forma de entender la literatura contemporánea: la progresiva desaparición de la frontera, cada vez más difusa, entre lo que significaba “alta literatura” y literatura de género (denostada por la crítica más reaccionaria, entre la que el señor Marías se encuentra); Oates (como la canadiense) aboga por una mezcla simbiótica en el que no existen tales divisiones, lo único que existe es literatura, con letras mayúsculas. Afortunadamente, dado lo prolífica que es, siempre me va a quedar algún libro suyo que leer y esto es una esperanza que me reconforta porque, haga lo haga, acierte o no, siempre resulta interesantísima, siempre descubro algo nuevo sobre mí mismo o sobre la vida en general. Seguramente, de ella es de la única que puedo decir, sin ningún tipo de vergüenza, que me leería hasta sus listas de la compra.
Florbela Espanca
Por Merche Montero:
Una de las más famosas poetas portuguesas, cuya breve vida daría no para una sino varias novelas de romance y drama, se adentró también en el terreno del relato. Aunque fuesen mayormente sus poemas amorosos, cargados de erotismo, los que la hicieron pasar a la posteridad, merece la pena reivindicar la calidad y el carácter único de muchos de sus relatos breves, en particular aquellos dedicados a la muerte, donde prescinde de las herramientas clásicas de la narrativa para dar forma a complejos textos de profundo impacto sensorial, melancolía y belleza.
Christine Nöstlinger
Por Analía Plaza:
Sucedió hace pocos años cuando revisé mi biblioteca y caí, como nos pasa a casi todas, en que durante la adolescencia sólo había leído a señores: a los clásicos, a los filósofos, a los que te mandan en el instituto. Recordé que de pequeña fui todo lo contrario: durante años estuve obsesionada con Christine Nöstlinger, que en España edita SM (El Barco de Vapor).
Nöstlinger es una autora alemana de literatura juvenil. No todos sus libros están en español, pero los que están los protagonizan niñas: Susi y Mini, a quienes dedica series completa.
Mini va a la playa, al colegio, a esquiar y celebra su cumpleaños; Susi escribe cartas a su abuela y a su amigo Paul. El relato en ambos casos es doméstico - la casa, la escuela, las vacaciones en el mar - pero la narración del día a día muestra lo que pasa por la cabeza de una niña de 7 años: se ven las crisis matrimoniales de sus padres, el rol de mujer y hombre en la casa y sus inseguridades diarias en el cole. Todo escrito en el lenguaje más sencillo (¡para niños!) e ilustrado por la propia autora, que además de escribir novelas y trabajar como periodista es licenciada en Bellas Artes.
Si parte del problema es la falta de referentes femeninos, los libros infantiles de Nöstlinger lo combaten desde la pura cotidianidad. En serio: si tienes hijas o hijos dáselos, porque será imposible que no les cautiven.
Dorothy Parker
Por Noel Ceballos:
Nomino a la poetisa, ensayista, guionista, pesimista, fiestera existencial, crítica y máquina de comentarios maliciosos Dortothy Parker, cuya vida es una historia alternativa del siglo XX y cuyo cebrero debería estar conservado en una de esas jarras de Futurama. Simplemente por Resumé, quizá la destilación más pura de su esquinado vitriolo vital, merecería estar en todas las antologías literarias que se publiquen en El País Semanal de aquí a Armagedón.
Zenobia Camprubí
Por Chococriskis:
A pesar de ser consciente de que son muchas las mujeres escritoras a reivindicar que tienen en su haber una obra maravillosa, me he decantado por hablar brevemente sobre una figura que ilustra a la perfección lo que ocurre cuando una voz —y con ella, un espíritu— es ahogada hasta el punto en el que todo lo que queda de ella es un lamento quedo, silencioso, que encuentra su espacio solamente a primera hora de la mañana, los únicos instantes que Zenobia Camprubí podía dedicar a sí misma.
No es ningún secreto que Juan Ramón Jiménez, a pesar de ser un poeta maravilloso, era un hombre enfermo con una personalidad asfixiante. Tampoco es extraña para nadie la idea general de la adoración que sentía por su esposa, a la que insistió para que le diera el sí hasta el punto de ir tras ella hasta Nueva York.
Pero antes de Juan Ramón, existió una Zenobia culta (era, al fin y al cabo, una niña bien que había recibido una exquisita educación liberal anglosajona), apasionada por las artes y la escritura. De hecho, llegó a publicar numerosas traducciones, así como artículos y cuentos de una notable calidad.
Como todo en su vida, lo que más se recuerda de su obra son los Diarios(editados en 2006 por Alianza Editorial) en los que relata los años junto a Juan Ramón, obra que supone un primer plano al rostro de una mujer que se descompone sin mudar el gesto. Zenobia escribe todas las mañanas, silenciosamente, para no molestar a su marido. No porque él se lo prohíba, sino porque una vez él despierto, Zenobia comenzará a orbitar alrededor de la enfermedad y las necesidades de Juan Ramón, al que ama profundamente (y al que, en mi opinión personal, también odia).
Esta relación tan malsana genera una atmósfera asfixiante en sus diarios que se manifiesta en pasajes tan lapidarios como “Necesito escapar un poco de la depresión de J.R. para sostener mi propio ánimo en un punto que sirva para levantarlo a él”.
No obstante, quisiera terminar hablando de Zenobia, la persona antes de “la Zenobia de Juan Ramón”. La mujer luminosa y con talento que escribía así sobre los cuadros de Sorolla:
The white hot sunlight that seemed to radiate from every canvas as it filtered through flickered leaves, flashed back from tumbling waves or gleamed upon scudding sails and dashing spray […] And Sorolla, in painting all this splendid opulence of light and air and swift joyous movement, was merely expressing in his own way the things he had seen around him […] He has left it to other painters to portray the gloomy and tragic side of life in Spain, but lest we should forget that there is also sunshine and laughter there.
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