"Data economy": Nuestros datos son la nueva materia prima de la economía
La Historia de la economía, que no es más que la Historia de la Humanidad desde otra perspectiva, podemos sintetizarla para este post de forma (muy) simplificada como la consecución de sucesivos ciclos económicos y sistemas socioeconómicos, salpicados por la llegada de nuevas tecnologías que van permitiendo producir nuevos productos o empezar a usar nuevas materias primas. Es en esta última frase donde está la clave del análisis de hoy, puesto que los datos que ha traído la tecnificación y la digitalización exponencial de nuestras vidas son a la vez producto y materia prima.
Por poner el ejemplo más cercano y comparable (en cierta medida) por su capacidad disruptora, tal y como ocurriese con el petróleo a principios del siglo XX, debemos considerar que esos datos, esenciales para la nueva economía (que no olviden que es la economía del futuro), deben ser regulados. Y esto no debe ocurrir sólo desde el punto de vista obvio de la privacidad, sino que debe hacerse también por sus profundas implicaciones para el conjunto de la economía, y para sentar hoy las bases de una economía del futuro que sea verdaderamente sostenible como fuente de progreso socioeconómico para nuestras sociedades. Es un reto que ya a abordado la Humanidad en el pasado en innumerables ocasiones, y que una vez más se nos plantea como una disyuntiva que, dependiendo de cómo la abordemos, supone a la vez grandes ventajas o temibles riesgos.
Hace tiempo que les vengo hablando de la importancia de los datos en la economía de hoy en día. De hecho, incluso les he traído un análisis particularizado sobre Big Data que pueden leer en este enlace. En aquella ocasión nos centramos en cómo el Big Data iba a revolucionar las empresas y la economía, pero en el análisis de hoy nos vamos a centrar en otro aspecto de los datos, si cabe, más relevante todavía: los datos como nueva materia prima de la economía, y por qué es esencial regularlos de forma eficaz y cuanto antes. He de reconocerles que tenía pensado escribirles sobre este tema en breve, pero The Economist se me ha adelantado por unas semanas.
Pero no se preocupen, este artículo del semanal británico no va a hacer redundante el análisis que pensaba hacerles desde estas líneas: como sabrán los lectores habituales, es muy probable que incluso nos ayude a mejorarlo, pues tomando como base algunos de los puntos más relevantes expuestos por The Economist, analizaremos desde una nueva perspectiva su validez, la ampliaremos, y como también saben, trataremos de aportarles como siempre nuevos puntos de enfoque.
El artículo empieza poniendo al lector en antecedentes, recordando que toda nueva commodity que emerge en nuestras economías abre las puertas a una nueva industria, estratégica por su proyección de rentabilidad, de rápido crecimiento, pero poniendo a las autoridades de la competencia en la tesitura de tener que regular tanto sus flujos económicos, como la actividad de aquellos que tratan de controlar cuanto más puedan el incipiente y lucrativo mercado. Este nuevo mercado, al igual que tantos otros, se vende como fuente de un progreso socioeconómico que siempre está por demostrar cuando se expone a futuro, y que depende mucho más del "cómo" que del "qué", matiz clave que corresponde a las autoridades abordar de forma ineludible.
Efectivamente, el petróleo fue a principios del siglo pasado un asunto pendiente de "encajar" económicamente, y los reguladores acabaron entrando en el campo de juego del oro negro para sentar las bases de un futuro que ha acabado trayendo mayores tasas de prosperidad hasta nuestros días. El proceso de análisis por parte de las autoridades, y la posterior regulación, culminó con la segregación de la otrora dominante Standard Oil a principios del siglo XX. Aunque The Economist deja claro que el tamaño de la porción del pastel por sí misma no debe considerarse un crimen, y se sigue manteniendo contraria al drástico futuro que se diseñó para Standard Oil desde instancias gubernamentales, lo cierto es que efectivamente el tamaño por sí mismo no es un crimen, sino que lo que pontencialmente lo es es la proporción del mercado en manos de un mismo jugador, y la capacidad de manipulación que ello le confiere.
Si bien es cierto que hoy en día no hay un todopoderoso y único jugador tecnológico comparable a aquel Standard Oil de hace cien años, no es menos cierto que, si analizamos el asunto por subsectores, el panorama se muestra más sombrío de cara a que los mecanismos de los mercados se mantengan engrasados. Para empezar, no podemos dejar de incidir en la información que ya les hemos traído otras veces sobre el famoso cuarteto GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon), que también cita el semanario británico, y si le añadimos a Microsoft, tenemos que son las cinco mayores compañías cotizadas por capitalizacón bursátil. Todas ellas son tecnológicas, estandartes de esa "nueva economía" que empieza a abarcarlo todo y que torrente en los datos uno de sus principales cimientos.
Efectivamente, el hecho de que sean cinco parece revelar que están compitiendo entre sí, por lo tanto sin poder acaparar una posición dominante, y manteniendo un mercado de competencia saludable, pero un análisis un poco más en detalle arrojaría unos datos menos alentadores. Amazon acapara uno de cada dos dólares gastados por los clientes del comercio electrónico en USA. Google es líder indiscutible y dominante en las búsquedas online, tal y como lo es Facebook en redes sociales, ambos en conjunto suponen prácticamente la totalidad del crecimiento de los ingresos de publicidad digital en USA en 2016.
Microsoft mantiene en ciertos aspectos una posición dominante que en el pasado ya le trajo numerosos "incidentes" y procesos con las autoridades de la competencia de las principales potencias, y aunque hoy se ha lanzado hacia un ecosistema más abierto y menos restrictivo, lo ha hecho sólo cuando ha visto seriamente amenazado su futuro. Apple es líder indiscutible en varios segmentos de población, especialmente en Estados Unidos, y nadie puede discutir que el suyo es un ecosistema mayormente cerrado y para algunos casi hermético, en el que la compañía dicta hasta lo que puedes hacer o no con un hardware que es propiedad del usuario, y que además ha pagado literalmente a precio de oro.
Como ven, si bien estas compañías compiten entre sí en ciertos campos, hay otros en los que son líderes dominantes, y aquí es donde entran los datos como materia prima. Con la excepción (parcial) de un Microsoft que lleva unos años reorientando su negocio con aires noventeros, todos estos líderes de la economía digital han afianzado su posición dominante gracias a las ingentes cantidades de datos que atesoran sobre sus usuarios. Un círculo virtuoso (para ellos) que redunda de nuevo en mayor conocimiento de sus clientes y sus preferencias, lo cual no hace sino otorgarles una posición todavía más dominante.
The Economist apunta a algunos factores que les invitan a pensar que la situación no es grave (todavía), y se basa en tres puntos principalmente. El primero de ellos es que, lejos de exprimir a los consumidores, las GAFA han traído muchos nuevos servicios y una importande deflación a muchos sectores, e incluso bastantes de esos servicios son gratuítos. Según el criterio de un servidor, este razonamiento es ligeramente perverso. Lo que afirma The Economist es indudablemente cierto, pero no es menos cierto que muchas empresas dominantes en el pasado empezaron a tomar acciones anticompetencia una vez que se sintieron fuertes en su posición de dominio, y pensaron que para perpetuarse en el podium podían acabar de axfisiar a una competencia que emergía en flagrante condición de inferioridad desde el primer momento.
El asunto es que la nueva economía no es un sector emergente a secas como lo era el petróleo en su momento. Una cosa es un nuevo sector más o menos "autocontenido" en la economía, y otra muy distinta es lo que supone la nueva economía. Recordemos que la nueva economía es un sector que está sacando del carril a muchos de los sectores de la vieja economía, con los que de una manera u otra acaba compitiendo. Por lo tanto, no es tan sólo una empresa que está creando un mercado nuevo por explotar, sino que se está literalmente comiendo el mercado de otros, o, como mínimo, anteponiéndose en un estratégico papel de intermediario que hace que su posición de dominio sea igualmente relevante, según analizamos en el artículo "Las tecnológicas estadounidenses conquistan posiciones estratégicas en el mundo, ¿Y las europeas?".
Las implicaciones potenciales de lo anterior llevan a que esa posición dominante será todavía más dominante cuando hayan destruido tejido productivo, o cuando simplemente lo hayan sometido a sus designios: entonces será cuando podríamos ver las verdaderas implicaciones (e intenciones) de llegar a una situación de cuasi-monopolio. Es ése el escenario a evitar, y es por lo que realmente un servidor piensa que hay que regular los datos, esa materia prima del siglo XXI que está permitiendo que los líderes indiscutibles de la nueva economía puedan aspirar a convertirse en jugadores únicos o "directores" de múltiples sectores económicos.
El segundo punto que cita The Economist para no calificar la situación de grave ya a día de hoy es que, si tenemos en cuenta el peso relativo de estos líderes de la nueva economía incluyendo los jugadores del mundo del brick-and-mortar, su posición dominante no lo es tanto. Poco defendible resulta este punto si casi todos estamos de acuerdo en que "la nueva economía" poco a poco se va tornando en "la economía" a secas. Pensemos un poco en qué peso relativo deja ese futuro al brick-and-mortar, especialmente cuando los datos verdaderamente valiosos están ya en manos de los líderes digitales. Y por si a algunos les cabía alguna duda, pueden leer noticias como la que les enlazo aquí, que relatan como en USA los centros comerciales ya están pasando serios apuros en favor de sus contrincantes online (¿O casi deberíamos decir "contrincante" en singular?).
El último punto sacado a relucir por el semanario británico es que casos como el de Snapchat son indicativos de que la competencia en la economía digital aún goza de buena salud, y que un nuevo jugador todavía es capaz de "hacer ruido" y erigirse en jugador destacado. Obviamente, la economía digital rebaja importantes barreras de entrada, y permite que una nueva empresa pueda convertirse por sus propios méritos en gigante en un tiempo récord, nunca antes visto en la Historia económica. Creo que este razonamiento, siendo totalmente cierto, no quita que la posición de liderazgo permita a los gigantes analizar sus preciados datos, y saber cuando un recién llegado es una seria amenaza para su futuro, por lo que los datos les indiquen que deben optar por comprar a los nuevos antes de que sean importantes.
Como ven, debemos a día de hoy velar por fomentar una competencia sana y equilibrada, y los datos de los usuarios están en el epicentro del asunto. A pesar de los razonamientos anteriores, a esta conclusión llega también el semanario económico británico, pero resultándole menos apremiante, aduciendo (en mi opinión acertadamente) que las antiguas formas de pensar en cuanto a la libre competencia están desfasadas cuando empezamos a hablar de la "data economy", y defendiendo que un nuevo enfoque es necesario. Un servidor está totalmente de acuerdo en todo esto, pero realmente, la diferencia que marco es que, incluso las antiguas reglas del juego de la competencia, si hacemos el ejercicio de proyectar su resultado a futuro en el nuevo contexto, también arrojan la creciente necesidad de una regulación de datos que, a día de hoy, brilla por su ausencia.
Ya les escribí hace algunos años, en un sentido ligeramente diferente, sobre los riesgos de los Little Brothers (aparte del orwelliano Big Brother). Pero esos Little Brothers de los que les hablaba adquieren relevancia en el tema de hoy al ser analizados desde la perspectiva de los datos, nexo común con aquel post: "Cómo protegerse del pisoteo de su intimidad por el Big Data o La diferencia entre Little Brother y Big Brother". En el mundo online, los datos sólo atraen a más datos, reforzando aún más las posiciones dominantes de mercado, ya que los datos son la gran fuente de poder. Es por ello por lo que la proyección a futuro, incluso bajo el prisma de las antiguas leyes de la competencia, sólo apunta a un futuro de concentración masiva que, no me podrán negar, implica unos riesgos obvios.
Sin pretender elaborar aquí una profusa regulación digna de un ministerio, sí que vamos a comentar algunas líneas maestras. Para intentar perfilar al menos una posible solución, debemos antes plantearnos los actuales problemas a los que nos enfrentamos. Poniéndonos en el lugar de las autoridades de la competencia, el principal problema que ve un servidor actualmente es el mismo que les he citado varias veces en anteriores artículos, y es que los datos son un importante activo de las empresas, pero sólo se empieza ahora a verlos como tales. Por ello, la potencial regulación parte con la gran desventaja de que debe ser alumbrada cuando el poder de los datos supera ya con creces al de muchos otros activos. Es una regulación que llega tarde, porque las autoridades no han sabido abordar el tema antes con el cambio radical de enfoque que se requería. No es que los avances tecnológicos estén "pillando" a la legislación en fuera de juego, el tema es que cuando pitan el final del primer tiempo la legislación todavía se está poniendo la equipación en el vestuario.
El problema de segundo orden que subyace tras este hecho es que, dado que hasta hace poco no nos han aceptado que los datos sean un activo, actualmente no hay ni siquiera bocetos de modelos de valoración de activos de datos. El fin sería utilizarlos como un indicador más que ayude a determinar si una fusión o adquisición requiere ser evaluada por las autoridades de competencia. Un servidor se había planteado más de una vez este tema antes de leer el artículo de The Economist, pero el semanario se inclina también por que, para evaluar una fusión o adquisición, las autoridades de competencia deben tener en cuenta todos los activos de las compañías afectadas, y por supuesto incluyendo también los datos como parte de esos activos. Ahora mismo las autoridades no saben valorar los datos, pero es más, es difícil que lo lleguen a saber en el contexto legislativo y de mercado actual, pues los datos no tienen un precio público de mercado.
Sólo las empresas que atesoran esos datos saben lo que valen, o mejor dicho, el valor que tienen para ellas, y no es fácil que lo revelen con transparencia porque es un factor con un componente altamente estratégico. Por ello, parece un buen indicador la propuesta de The Economist de ponderar los datos como parte de la valoración que las compañías hacen de la compañía adquirida, como cuando Facebook pagó decenas de miles de dólares por Whatsapp, una compañía que ni siquiera tenía apenas ingresos.
La segunda línea maestra que apunta The Economist es que hay que regular que haya más transparencia en el sector respecto a los datos, no sólo en términos de privacidad, sino también en cuanto a poder tener consciencia de qué datos venden sobre nosotros, y además qué beneficio les reporta. Adicionalmente proponen que los gobiernos publiquen cierta información sobre los ciudadanos. Es un buen punto de partida valorar que la solución pase por aportar transparencia a los datos, pero un servidor iría más allá, y se debería regular el poder hacer al usuario dueño de sus datos. Tecnologías como blockchain sientan las bases para poder implementar este enfoque de futuro, además de aportar una veracidad que beneficiaría a ambas partes, porque iniciativas como las que han emprendido algunos operadores, por las que quieren convertirse ellos mismos en garantes de los datos de los usuarios, sólo suponen ponerle al perro otro collar.
Como propuesta personal, considero que sería una buena iniciativa declarar ciertos datos como de interés público, a fin de fomentar la competencia y la innovación por parte de nuevos jugadores, y que sea lo elaborado por cada empresa a partir de esos datos de interés público lo que pueda ser privado y propietario de cada corporación. Los datos en crudo que proveemos los usuarios no es justo que sean propiedad de una empresa tan sólo por haber utilizado una app gratuíta, estos datos realmente no le pertenecen a la compañía sino al usuario.
Pero si las compañías invierten, y con tecnologías de Big data en base a esos datos consiguen datos de valor añadido y de orden superior, se fomenta la innovación. Se podría pensar incluso en permitir explotar ese nuevo modelo de datos durante unos años en exclusividad a la compañía que lo ha elaborado, hasta que sea automáticamente calificado también de utilidad pública, tras un periodo predefinido fijado por ley, como ocurre por ejemplo con las patentes farmacéuticas cuando pasan a poder usarse para producir medicamentos genéricos.
Para finalizar, recuerden que regular, más que estructurar el presente, debe considerarse que es dar forma al futuro, y aunque un servidor no es en absoluto partidario de caer en la sobrerregulación, eludir la responsabilidad de dictar unas reglas del juego justas y beneficiosas para todos sólo puede llevar a situaciones asimétricas y potencialmente insostenibles. Una cosa es regular lo que no es necesario, y otra muy distinta es no regular en absoluto asuntos tan cruciales como el comercio con nuestros datos, o el valor que nuestros datos aportan como activos a una empresa: (creo que) a nuestros políticos les pagamos por hacerlo y, es más, por hacerlo bien.
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