Equidad, Diversidad e Inclusión

30.000 libros en busca de un lugar que los convierta en la Biblioteca de Mujeres

Guillermina Torresi

Hay 30.000 libros en busca de un lugar. Gran parte de ellos son novelas, revistas, tebeos, ensayos o estudios pero también hay calendarios, folletos, tarjetas, poesía e incluso biografías. Todos ellos están escritos o representados por mujeres. Se trata de una colección gigante que pone base y da forma a la genealogía literaria que no podemos (ni debemos) dejar de lado.

Y no se trata de una biblioteca feminista, porque para armar la memoria de estas autoras también es necesario entender cuáles eran las represiones a las que tenían que enfrentarse: un tanto por ciento de esta herencia también es literatura misógina.

La encargada de darle forma a toda esta colección es Marisa Mediavilla; ella es bibliotecaria y documentalista. Cuando tenía 30 años, mucho antes de crear la Biblioteca de Mujeres que la galardonó con el Premio Leyenda del Gremio de Libreros (y Libreras), Mediavilla se pasaba gran parte de los días recorriendo mercadillos, rastros y librerías buscando estos tesoros. Así en ese andar y en esa pesquisa que es, además, una forma de activismo y lucha por el legado literario de las mujeres, Marisa Mediavilla construyó la Biblioteca de Mujeres.

Estuvo recogiéndolos y salvándolos desde 1985. Se trataba de una tenaz batalla por darle forma y lugar a la herencia otorgada por mujeres como Clara Campoamor, Carmen de Burgos o Emilia Pardo Bazán, autoras que nunca le nombraron a Mediavilla en su paso por la universidad.

Porque la invisibilidad que ha acompañado a gran parte de estas escritoras, estudiosas o teóricas también ha salpicado el espacio que los reúne: más de 30.000 ejemplares se encuentran en cajas y con polvo esperando su hogar en el sótano del Museo del Traje de Madrid.

Toda la historia comenzó después de la muerte de Franco: Mediavilla iba guardando los ejemplares que encontraba en un armario de la sede del Movimiento Feminista en el que participaba activamente. Día tras día aquella colección fue creciendo y el armario comenzó a quedarse pequeño, así que Marisa decidió donarla al Instituto de la Mujer para que ellos se encargaran de darle el espacio que merecía. Pero todavía no lo han hecho.

Este espacio no solo fue fundado para el desarrollo y el conocimiento de la propia creadora, sino también para todas las personas, para que puedan crecer conociendo a las mujeres que han dado forma (por desgracia, desde las sombras) al mundo tal y como lo conocemos ahora.

El enorme trabajo de Mediavilla tiene a otras mujeres como precedente: Francesca Bonnemaison creó la primera Biblioteca de Mujeres de Europa y lo hizo en Barcelona, en el año 1909. Pero cuando Franco tomó el mando, esta y algunas otras desaparecieron por completo para convertirse en instituciones falangistas. Así, si por alguna razón otra Guerra Civil sacudía España, Mediavilla tendría esos ejemplares para salvarlos del destino que sufrieron los anteriores.

«Para saber qué hicieron, quiénes fueron ellas» y cómo se abrieron o se abrían paso en un mundo lleno de hombres, por estos motivos responde Mediavilla cuando le preguntan por qué una biblioteca. Porque no se puede permitir que se vuelva a silenciar, a guardar y a fragmentar la herencia literaria femenina; por ello Marisa Mediavilla y cientos de mujeres que apoyan la necesidad de un cuarto propio para esta biblioteca han empezado a movilizarse a través de reuniones para que el Instituto de la Mujer no haga desaparecer los ejemplares y para que se establezca un único espacio independiente, con personal especializado y recursos económicos que albergue el género tan particular, preciado y especial formado por estos.

Virginia Woolf reivindicaba en 1986 en su libro Una habitación propia todos los aspectos que consideraba imprescindibles para la autonomía e independencia de las mujeres a nivel individual. Ahora, en 2017, Marisa Mediavilla reivindica la historia y la memoria de las mujeres y pide que se les conceda la habitación propia que se merecen sobre todo para su conservación y para que estén a la vez en la red pública y se ofrezca la posibilidad de consulta y de préstamo.

Llegó la hora de conocer y darle visibilidad a nuestra genealogía literaria para que ninguna de estas autoras vuelva a ocultarse en la oscuridad de ningún otro sótano.

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