¿Qué hay del proceso de paz en Colombia con el ELN?

Soldiers of the Colombian army disembark from a helicopter in a zone previously occupied by FARC rebels, in Saiza, Colombia February 3, 2017. Picture taken February 3, 2017.  REUTERS/Luis Jaime Acosta - RTX2ZP5Z

Image: REUTERS/Luis Jaime Acosta

Jerónimo Ríos Sierra

El Ejército de Liberación Nacional (ELN), del mismo modo que sucediese con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército Popular de Liberación (EPL), surge a mediados de los 70, en un contexto de fuerte déficit democrático en el país y de profunda violencia estructural, entendida en términos de pobreza, exclusión y debilidad institucional. Sin embargo, a diferencia de las FARC, que nacen como respuesta campesina armada frente a los excesos de la fuerza pública en lo que hoy sería el sur de Tolima, el ELN tiene un punto de partida mucho más ideológicamente ortodoxo, lo cual determina un alcance, una idiosincrasia y un sentido muy diferente al que caracteriza a las FARC.

El ELN surge inspirado por sus fundadores, entre los que destacan los hermanos Vásquez Castaño, en lo que representa la revolución cubana. De hecho, en realidad, el ELN es producto del esfuerzo de sus creadores por, tras formarse en Cuba a inicios de los 70, identificar el foco revolucionario – lo que se conoce como foquismo en la guerra de guerrillas planteada por Ernesto Che Guevara-, desde el que irradiar todo un proceso de transformación del Estado. Este elemento, más próximo, en su inicio, al antimperialismo y el capitalismo en su versión más mordaz, confiere al relato de esta guerrilla un componente más intelectual, urbano, sindical y universitario que en las FARC, que es muy posterior y, sin duda, con mucha menor fuerza.

Y es que, su carácter más ortodoxo hace que, a diferencia de las FARC y, sobre todo, hasta los últimos años, el ELN haya sido una guerrilla enemiga del reclutamiento forzado, renuente a participar con el narcotráfico y con un proyecto político más sólido, más cercano y más respetuoso con sus bases sociales, de modo que su arraigo en ciertos sectores de la sociedad, ha terminado siendo más firme que en las FARC. Sin embargo, si eso permite entender que el ELN tiene un proyecto y una legitimación en las bases mayor que las FARC, en lo que respecta a su dimensión armada, su relevancia ha sido significativamente menor.

En el mejor de los casos, a inicios de la década pasada, apenas superaba los 4.500 combatientes y tenía presencia en poco más de cien municipios, lo cual representaba un pie de fuerza que, en su cénit, era tres veces menor que lo que suponía la capacidad de combate de las FARC. De igual manera, su presencia en Colombia se constriñó, muy especialmente, a células urbanas y a un pie de fuerza concentrado en los departamentos de Antioquia, Bolívar, Arauca y Norte de Santander, sobre todo, una vez que comienza su paulatino debilitamiento por las confrontaciones con el paramilitarismo, la fuerza pública y también, con las FARC. De hecho, en la actualidad, se presenta ante el actual proceso de negociación que acaba de comenzar, y que transcurre en Quito, con cerca de 1.800 combatientes y una concentración territorial sobre poco más de una treintena de municipios. Aunque, con un activismo constante, cuando no creciente, que apenas se ha visto afectado negativamente en los últimos años.

Combatientes del ELN en Alto Baudo, departamento de Choco, Colombia. (Luis Robayo/AFP/Getty Images)

A pesar de tratarse de la guerrilla más debilitada por la guerra total que, en algún momento, supuso el conflicto armado interno, lo cierto es que su consolidación territorial, particularmente, en el noroeste del país, le convierten en el actor hegemónico del departamento de Arauca y de algunos enclaves de los ya mencionados Antioquia, Bolívar y Norte de Santander. Esto, gracias a las finanzas que provienen de la minería ilegal, la extorsión a las empresas extractivas, el narcotráfico y el contrabando. Asimismo, se incluiría a lo anterior, la utilización de empresas legales que, como me explicaba hace unos días un responsable de la inteligencia colombiana, dificultan cada vez más la intervención sobre las múltiples fuentes de financiación que alimentan esta guerrilla. De este modo, solo en Arauca, las estimaciones de ingresos del ELN, según esta misma fuente, se aproximarían a los 20 millones de dólares anuales (algo más de 18,5 millones de euros).

La aparente debilidad del ELN con respecto de las FARC no debiera simplificar, en su complejidad, lo que supone un proceso de diálogo de paz. Esto porque, en primer lugar, se trata de una guerrilla de cariz horizontal, podría decirse, federal, que dificulta la unidad de mando y la jerarquía vertical que, por ejemplo, en la negociación con las FARC ha permitido observar de qué modo el conflicto armado reducía sus niveles de violencia a cifras nunca vistas en las últimas tres décadas. Sensu contrario, es precisamente, el Frente de Guerra Oriental, ubicado en Arauca, el que resulta más escéptico con respecto a lo que supone el proceso de paz, de modo que solo en este departamento, el contingente de guerrilleros dirigido por el beligerante Pablito, concentra la mitad de las acciones del ELN. Igual sucedería con el débil Frente de Guerra Suroccidental, ubicado en los departamentos de la costa Pacífico, y que a tenor de los vacíos de poder que han dejado las FARC en departamentos como Cauca o Nariño, viene experimentando un reposicionamiento para controlar los enclaves cocaleros y las rutas de comercio “desatendidas” con motivo de la dejación de armas de frentes poderosos de las FARC como son el frente 6 o el 29.

Otro factor que puede afectar negativamente al proceso, junto con los elementos expuestos, es la presumible intensificación de acciones que la guerrilla va a realizar, y que está realizando, en estas semanas. Además del atentado en el centro de Bogotá recientemente, y que se saldó con la vida de un policía, el ELN ha venido protagonizando más acciones que buscan, en primer lugar, desquitar a la guerrilla la tradicional etiqueta de “hermano pequeño de las FARC” y, sobre todo, mostrar fortaleza logística y la necesidad de un cese al fuego bilateral. Una reivindicación ésta, de doble filo, pues si bien debería representar el escenario idóneo para desarrollar unos acuerdos de paz, por otro lado, el hecho de ser una guerrilla con una débil capacidad jerárquica puede favorecer que frentes díscolos al proceso puedan sabotear, con acciones armadas, el proceso. Algo que, igualmente, puede magnificarse en la medida en que, la desaparición de las FARC como actor violento dentro del conflicto, permite concentrar el foco mediático en el ELN, lo cual arroja una mayor presencia en los medios.

Sea como fuere, y a efectos de llamar, en la medida de lo posible, al obligado optimismo que debe plantearse con respecto al proceso de paz, hay aspectos que deben destacarse positivamente. La agenda temática, como en el caso de las FARC, se articula en torno a seis puntos, de modo, incluso, que aspectos concomitantes, ya acordados con las FARC, pueden ser directamente extrapolados a la agenda con el ELN, como lo relativo al fin del conflicto, la justicia transicional o los mecanismos de implementación y verificación. También es positivo el que la negociación transcurra fuera del país, con un fuerte componente de acompañamiento internacional (Cuba, Ecuador, Venezuela, Brasil y Chile) y de participación de las víctimas y la sociedad civil. Empero, faltaría por integrar la misma estrategia informativa conjunta, entre Gobierno y guerrilla, que con las FARC dio un excelente resultado en cuanto a la información y transparencia con respecto de la sociedad y la opinión pública colombiana. Asimismo, también será necesario mejorar una confianza mutua que, dado el enrarecido inicio con el que ha comenzado este acuerdo, antes que tarde, a efectos de fortalecer e impulsar el diálogo, aspire a una reducción de las hostilidades – incluso, un cese bilateral al fuego informal-, y que se acompañará de liberación de secuestrados e intercambios humanitarios.

Quizá, la gran amenaza al proceso sea la proximidad de las elecciones presidenciales, previstas para dentro de poco más de un año y donde, el issue nuclear de la campaña por la presidencia gravitará entre los enemigos de cualquier atisbo de diálogo – incluido el de las FARC-, donde emergen con fuerza el uribismo y buena parte del conservadurismo; y quienes apoyan el acuerdo, aunque con una importante fractura en todo el espectro del centro-derecha y la izquierda colombiana. Es más, a día de hoy, el escenario más factible en una eventual segunda vuelta presidencial se daría entre candidatos desafectos con el proceso de paz con las guerrillas, tanto del uribismo, como del actual vicepresidente saliente, Germán Vargas Lleras.

Hace poco algún excombatiente del ELN, próximo al proceso, me comentaba que el diálogo de paz caminaría despacio, porque “habría que ver cómo le cumple el Gobierno a las FARC”. No obstante, y visto que el tiempo corre a favor de quienes buscan instrumentalizar el proceso como arma electoral para las elecciones de 2018, más bien, sería momento, éste, de avanzar con paso firme en aras de desactivar un conflicto, vigente en Colombia, todavía hoy, por más de medio siglo.

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