Por primera vez desde la revolución industrial, Reino Unido ha generado su electricidad sin quemar carbón

An Aurizon coal train travels through the countryside in Muswellbrook, north of Sydney, Australia, April 9, 2017.   REUTERS/Jason Reed - RTX34RQG

Image: REUTERS/Jason Reed

Andrés P. Mohorte

Retrotaerse a los orígenes de la revolución industrial implica viajar a un tiempo donde la electricidad era un bien escaso, las casas se calentaban con leña y las líneas de ferrocarril no existían. A finales del siglo XVIII, Reino Unido emprendió el camino hacia la modernidad: durante el curso de dos largos siglos, la nación se electrificaría con la fuerza del carbón, bien quemado hasta la saciedad... Hasta ayer.

Por primera vez en su historia Reino Unido, paradigma absoluto de la primera revolución industrial, nación productora de carbón por excelencia durante el siglo XIX, no ha dependido de la quema de carbón para generar la electricidad de todo un día. El hito se alcanzó el 21 de abril de 2017, cuando el sistema nacional que controla el reparto de la producción de electricidad no registró la utilización de carbón en ninguna de las centrales térmicas.

La noticia había saltado el día anterior: National Grid controla la totalidad de las centrales productoras de electricidad, y como otros sistemas estatales de mundo, realiza previsiones de cuánta electricidad será necesaria a lo largo de un día y de qué modo resultará producirla más barata. Gracias a una combinación de factores, el sistema no requería de carbón para abastecer las necesidades del país. Et voilá, el carbón desapareció del mapa.

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Es más impresionante de lo que parece: con anterioridad, otros países como Alemania, Portugal o Dinamarca habían logrado generar toda la electricidad de su país sin recurrir a combustibles fósiles y energías no renovables, como el carbón o el gas natural, pero nunca antes la nación antaño puntera por antonomasia lo había conseguido.

Una adicción que se remonta a 1882

La historia de Reino Unido y el carbón es tan larga como lo es su nítido nexo al origen de la revolución industrial. Fue allí donde una mezcolanza ideal de modelo administrativo, estabilidad y continuidad de los sistemas políticos, modelo de producción y recursos naturales favoreció el surgimiento de máquinas a vapor y grandes industrias fabriles. Gracias a sus adelantos y a sus recursos en el norte y este del país, Reino Unido se enganchó al carbón.

Cuando en 1882 Edison creó la primera central térmica, la adicción fue irremediable.

La icónica Battersea Power Station, en Londres, ya cerrada. (Loco Steve/Flickr)

Esa dependencia ha sido la causante de muchos bienes y no pocos males. Paralelamente a los avances técnicos, sociales, políticos y científicos adheridos a la revolución industrial, Reino Unido también mutó la patología de sus enfermedades: mediado el siglo XIX las muertes relacionadas con enfermedades respiratorias se habían disparado a consecuencia de la utilización del carbón, una epidemia sólo neutralizada por el descenso de la mortalidad drástico en otras dolencias (fruto de los avances médicos de su época).

Un siglo después y aún tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Londres aún producía energía con pesado y contaminante carbón en centrales energéticas situadas en el corazón de la ciudad (el actual museo de la Tate Modern o la Battersea Power Station son dos ejemplos). La situación, sumada a la utilización del carbón para calderas personales en la ciudad, provocó episodios tan dramáticos como los cuatro días de niebla permanente en 1952.

En adelante, Reino Unido mantendría su dependencia del carbón, hasta que el surgimiento de la energía nuclear, de otras formas de energías no renovables y la revolución verde traída por la eólica o la solar motivó su decadencia. Pero eso no ha sucedido hasta hace muy poco: aún en 2014 el 40% de la electricidad de país se generaba con carbón, una cifra muy por delante de la de sus homólogos europeos (entre ellos España) y más similar a la de Estados Unidos.

La demolición de la central energética de Stella, en el norte de Inglaterra. (Aidan Doyle/Wikipedia)

Un ambicioso y urgente programa del gobierno británico puso fin a la larga era del carbón. La fecha, 2025: para entonces todas las instalaciones que generen energía con la quema de distintas variedades de carbón habrán echado el cierre. La dinámica en apenas dos años es muy positiva: Reino Unido había atravesado periodos de hasta 19 horas sin quemar carbón para abastecerse, pero el hito de un día completo se resistía (hasta hoy). El porcentaje de carbón en el mix energético ha caído por debajo del 10%.

En su lugar ha proliferado la eólica pero muy especialmente el gas, que soluciona parcialmente las nefastas consecuencias medioambientales del carbón pero que no arregla del todo la naturaleza limitada y disruptiva con el entorno de su extracción y producción. Es un reto al que casi todos los países europeos se están enfrentando.

Pero aquel será otro cantar. Hoy Reino Unido ha puesto una pequeña piedra más en el camino del fin del carbón, un reinado de casi dos siglos que, desde aquellas décadas finales del siglo XVIII hasta estas iniciales del XX, ha transformado a la humanidad para siempre. Good ridance.

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