No es que la vejez nos haga dormir menos, es que dormir menos nos hace más viejos
Image: REUTERS/Jason Lee
Vivir, en muchos sentidos, es ir durmiendo cada vez menos. Desde las 16 horas al día que puede llegar a dormir un recién nacido a las cinco o seis que duermen algunos de nuestros mayores se suceden una serie de cambios neurológicos que no entendíamos muy bien. De hecho, por no saber, no sabíamos si los ancianos dormían menos porque necesitan dormir menos o porque pueden dormir todo lo que necesitan.
Ahora, un equipo de investigación de la Universidad de California Berkeley acaba de presentar datos que señalan que no es que la vejez nos quite el sueño, es que perder el sueño, envejece. ¿Estamos ante un descubrimiento clave para expandir la longevidad humana?
"Todos los animales de la Tierra necesitan dormir", explicaba Matthew Walker, investigador principal del estudio y director del Laboratorio de Sueño y Neuroimagen de Berkeley. Sin embargo, como él mismo reconoce, evolutivamente es algo muy extraño.
Y es verdad: mientras los animales duermen, están inconscientes y son mucho más vulnerables a los ataques. Por eso, no deja de ser curioso que la evolución no haya sido capaz de acabar con este trámite tan incómodo y poco apropiado.
Walker está convencido de que aquí hay una importantísima lección biológica para el que quiera escucharla: el sueño y la vida animal está profundamente conectados. Y su descubrimiento está en esta misma línea porque, no sólo nos permite estudiar un mecanismo relativamente desconocido, sino que nos permitirá enfocar el problema de una forma nueva.
Según el trabajo de Walker y su equipo, la falta de sueño asociada a la edad se debe, por decirlo con sus palabras, a "la pérdida de conexiones neuronales". Cambios que van produciéndose progresivamente en el cerebro desde prácticamente la treintena. Según sus datos, una persona de 50 años tiene la mitad de sueño profundo que una de 20. Y a los 70, ese sueño de calidad ha desaparecido.
Además de una revisión de fondo y los trabajos de neuroimagen, sus conclusiones se basan sobre todo en trabajos con ratones. Las diferencias entre los cerebros de los ejemplares jóvenes y los no tan jóvenes son lo suficientemente significativas como para dejar ver un patrón. Según sus datos, las señales químicas que indican la necesidad de sueño siguen ahí, pero las neuronas se "vuelven menos eficaces en detectarlas".
Esto es un problema. Existe una fuerte conexión entre la falta de sueño y las enfermedades de todo tipo. Para empezar, está relacionada con la pérdida de hasta un 10% de la nuestra precisión motora y un deterioro significativo de nuestra capacidad de percepción. Además, nos hace más irascibles y menos empáticos, y nos genera serios problemas en nuestra capacidad para pensar, aprender y tomar decisiones.
Además, incrementa los problemas inmunológicos (al impedir el correcto funcionamiento de sistema inmune), oncológicos (con especial incidencia en el cáncer de mama), cognitivos y metabólicos y endocrinos (aumenta el riesgo de diabetes, obesidad, demencia o enfermedades cardiovasculares). Es decir: la falta de sueño, atención al tema, tiene efectos similares a los del envejecimiento.
Por eso, lo más interesante del estudio es que da la vuelta al problema. Mientras tendemos a pensar que la vejez nos quita el sueño, Walker se pregunta si podría ser al revés; es decir, que sea la falta de sueño la que nos hace más viejos.
El problema es que, aunque pongamos todo esto encima de la mesa, no sabemos cómo arreglarlo. Los somníferos actúan como sedantes, nos ayudan a conciliar el sueño, pero no intervienen en el problema clave: la calidad del sueño. Otros métodos como la estimulación eléctrica cerebral o la terapia cognitiva pueden ser prometedores, pero tienen aún mucho que demostrar.
Queda, pues, mucho por investigar. Pero, como dice Walker, aunque no podemos solucionar el problema, está bien que invirtamos en dormir mejor. Cosas como no tomar estimulantes cerca de la hora de dormir, evitar las comidas copiosas o practicar deporte de forma consistente ayudan a tener un sueño de mejor calidad. Y, como vemos, en ello nos va la salud.
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