La inseguridad de la desigualdad

A boy pulls his school bag at a favela, or a slum, in Rio de Janeiro, Brazil June 24, 2016. Picture taken June 24, 2016. REUTERS/Nacho Doce - RTSVS5W

Image: REUTERS/Nacho Doce

Kaushik Basu
Professor of Economics, Cornell University

La desigualdad global hoy ha llegado a niveles observados por última vez a fines del siglo XIX y sigue aumentando. Con ello ha surgido una creciente sensación de privación de derechos que ha alimentado la alienación y la rabia, e incluso ha engendrado nacionalismos y xenofobia. A medida que la gente lucha por conservar su menguante parte del pastel, su ansiedad ha creado espacio político para movimientos populistas oportunistas, sacudiendo el orden mundial en el intertanto.

La brecha entre ricos y pobres hoy en día es alucinante. Oxfam ha observado que las ocho personas más ricas del mundo poseen tanta riqueza como los 3.600 millones más pobres. Como señaló recientemente el Senador Bernie Sanders, la familia Walton, propietaria de Walmart, hoy es más rica que el 42% inferior de la población estadounidense.

Puedo ofrecer mi propia comparación. Utilizando la base de datos de riqueza de Credit Suisse, descubrí que la riqueza total de las tres personas más ricas del mundo supera la de la población total de tres países (Angola, Burkina Faso y la República Democrática del Congo) o 122 millones de habitantes.

Sin duda, en las últimas décadas se han hecho grandes avances en la reducción de la pobreza extrema, definida como consumo de menos de $ 1,90 por día. En 1981, el 42% de la población mundial vivía en extrema pobreza. Para 2013, el último año para el que tenemos datos completos, esa proporción había caído por debajo del 11% y hay evidencias fragmentarias que hoy se sitúa justo por encima del 9%.

Ciertamente es motivo de celebración, pero nuestro trabajo está lejos de terminar. Y, contrariamente a la creencia popular, no debe limitarse al mundo en desarrollo.

Como señaló recientemente Angus Deaton, la pobreza extrema sigue siendo un problema serio en los países ricos. "Varios millones de estadounidenses -negros, blancos e hispanos- viven hoy en hogares con ingresos per cápita de menos de $ 2 por día", plantea. Teniendo en cuenta el costo de vida mucho más alto (incluyendo la vivienda), señala, unos ingresos así pueden suponer un reto aún mayor en un país como EE.UU. que en la India, por ejemplo.

Esta restricción es evidente en la ciudad de Nueva York, donde el número conocido de personas sin hogar ha aumentado de 31.000 en 2002 a 63.000 hoy. (La cifra verdadera es cerca de un 5% superior e incluye a quienes nunca han usado refugios). Es una tendencia que ha coincidido con un fuerte aumento en el precio de la vivienda: en la última década, los alquileres han aumentado más de tres veces más rápido que los salarios de los hogares.

Irónicamente, los ricos pagan menos, por unidad, por muchos bienes y servicios. Un ejemplo claro son los vuelos. Gracias a los programas de viajero frecuente, los viajeros ricos pagan menos por cada milla que vuelan. Si bien esto tiene sentido para las compañías aéreas, que quieren fomentar la lealtad entre sus pasajeros frecuentes, representa otra forma de recompensar la riqueza en el mercado.

Este fenómeno también es evidente en las economías pobres. Un estudio de las aldeas indias demostró que los pobres enfrentan la discriminación sistemática de precios, exacerbando la desigualdad. De hecho, la corrección de las diferencias en los precios pagados por los ricos y los pobres mejora el coeficiente de Gini (una medida común de la desigualdad) entre un 12 y un 23%.

Los más acomodados también reciben gratis una gran cantidad de productos. Por nombrar un ejemplo aparentemente trivial, no recuerdo cuándo compré por última vez un bolígrafo. A menudo, simplemente aparecen en mi escritorio, involuntariamente dejados por las personas que se han detenido en mi oficina. Se desvanecen con la misma frecuencia, a medida que la gente los recoge sin darse cuenta. El difunto Khushwant Singh, renombrado periodista indio, dijo una vez que asistía a conferencias sólo para acumular bolis y papel.

Un ejemplo no trivial es la tributación. En lugar de pagar las mayores proporciones de los impuestos, a menudo las personas más ricas pueden aprovechar las lagunas y las deducciones que no están disponibles para aquellos que ganan menos. Sin tener que romper ninguna regla, los ricos reciben lo que equivale a subsidios y que tendría un impacto positivo mucho mayor si se asignara a las personas más pobres.

Más allá de estas inequidades concretas, hay desequilibrios menos evidentes pero igualmente perjudiciales. En cualquier situación en la que, legalmente, los derechos de uno no se cumplan o incluso no se especifiquen, el resultado probablemente dependerá de la costumbre, que está muy sesgada en favor de los ricos. Los ciudadanos ricos no solo pueden votar, sino influir en las elecciones mediante donaciones y otros medios. En este sentido, la excesiva desigualdad de riqueza puede socavar la democracia.

Por supuesto, en toda economía bien administrada, una cierta cantidad de desigualdad es inevitable e incluso necesaria para crear incentivos e impulsar la economía. Pero hoy en día, las disparidades de ingresos y riqueza se han vuelto tan extremas y arraigadas que atraviesan generaciones: la riqueza familiar y la herencia tienen un impacto mucho mayor en las perspectivas económicas personales que el talento y el trabajo duro. Y funciona de ambas maneras: al igual que los niños de familias ricas son significativamente más propensos a ser ricos en la edad adulta, los hijos de ex niños trabajadores, por ejemplo, son más propensos a trabajar durante su infancia.

Nada de esto es culpa de ninguna persona en particular. Muchos ciudadanos ricos han contribuido a la sociedad y seguido las reglas. El problema es que a menudo las reglas están sesgadas en su favor. En otras palabras, la desigualdad de ingresos tiene su origen en defectos sistémicos.

En nuestro mundo globalizado, la solución de la desigualdad no puede dejarse en manos de los mercados y las comunidades locales más de lo que puede hacerlo el cambio climático. A medida que las consecuencias de la creciente desigualdad interna penetran la geopolítica, erosionando la estabilidad, la necesidad de diseñar nuevas reglas, sistemas de redistribución e incluso acuerdos globales ya no es cuestión de moral, sino cada vez más de supervivencia.

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