¿Quién necesita expertos cuando se tiene a Facebook, Google y Twitter?
Image: REUTERS/Kacper Pempel
¿Por qué nadie se dio cuenta?" Es sabido que la reina Isabel II de Inglaterra le formuló esta pregunta al cuerpo docente de la London School of Economics en noviembre de 2008, poco después de que estallara la crisis financiera. Casi una década más tarde, se les está haciendo la misma pregunta a los "expertos" tras los acontecimientos extraordinarios e imprevistos de los últimos 12 meses -desde el referendo del Brexit del Reino Unido hasta la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos.
Los expertos en general, no sólo los encuestadores y los economistas, han sido blanco de muchas críticas últimamente. Algunos consideraron que la crisis de la Eurozona que comenzó en 2010 fue una creación de las elites que tuvo consecuencias dolorosas para la población en general. A esto se sumó una crisis de conducta, en tanto estallaron escándalos sobre la venta engañosa de productos financieros, la manipulación de monedas a nivel global y el fraude con la tasa interbancaria Libor (la tasa de interés de referencia que algunos bancos se cobran mutuamente por préstamos a corto plazo).
Todo esto consolidó la sospecha de la población de que el sistema está fijado en favor de los ricos y poderosos, a quienes nunca se les pide una rendición de cuentas. El escepticismo sobre la credibilidad de las elites se asomó con fuerza en el referendo del Brexit y la elección de Estados Unidos.
En medio de este tipo de fallas percibidas por la población, la confianza pública en los expertos está en una encrucijada. Ahora que las noticias están cada vez más dirigidas a intereses y preferencias individuales, y que la gente cada vez más elige en quién confiar y a quién seguir, los canales tradicionales para compartir experiencia están siendo alterados. ¿Quién necesita expertos cuando se tiene a Facebook, Google, Mumsnet y Twitter?
En verdad, todos los necesitamos. En el curso de la historia humana, la aplicación de la experiencia ha ayudado a hacer frente a las enfermedades, a reducir la pobreza y a mejorar el bienestar humano. Si queremos crecer en base a este progreso, necesitamos expertos confiables a quienes la población pueda recurrir de manera confiada.
Restablecer la confianza requiere, ante todo, que quienes se describen a sí mismos como "expertos" acepten la incertidumbre. En lugar de pretender estar seguros y correr el riesgo frecuente de equivocarse, los analistas deberían ser transparentes respecto de la incertidumbre. En el largo plazo, este tipo de actitud reconstruirá la credibilidad. Un buen ejemplo de esto es el uso de los "gráficos de abanico" en los pronósticos generados por el Comité de Política Monetaria (MPC por su sigla en inglés) del Banco de Inglaterra, que muestran el amplio rango de resultados posibles para cuestiones como la inflación, el crecimiento y el desempleo.
Por el contrario, transmitir incertidumbre aumenta la complejidad de un mensaje. Este es un desafío importante. Es fácil tuitear "El Banco de Inglaterra pronostica un crecimiento del 2%". El verdadero significado del gráfico de abanico -"Si prevalecieran circunstancias económicas idénticas a las de hoy en 100 ocasiones, el mejor criterio colectivo del MPC es que la estimación madura del crecimiento del PIB estaría por encima del 2% en 50 ocasiones y por debajo del 2% en 50 ocasiones"- ni siquiera entra en el límite de 140 caracteres de Twitter.
Esto subraya la necesidad de que los principios sólidos y las prácticas confiables se vuelvan más generalizadas en tanto la tecnología va cambiando la manera en que consumimos la información. ¿Se debería exponer a los periodistas y blogueros que reportan o recirculan falsedades o rumores? Quizá los principios y las prácticas de uso generalizado en la academia -como la revisión entre pares, los procesos competitivos para financiar la investigación, la transparencia sobre conflictos de intereses y fuentes de financiamiento y los requerimientos para publicar datos subyacentes- deberían adaptarse y aplicarse de manera más generalizada al mundo de los grupos de expertos, los sitios web y los medios.
Al mismo tiempo, los consumidores necesitan mejores herramientas para evaluar la calidad de la información y las opiniones que reciben. La digitalización del conocimiento le ha permitido a la gente obtener información que forja sus opiniones. Los pacientes pueden acudir al médico mejor informados sobre su enfermedad y los tratamientos alternativos. Pero la democratización de la información puede hacer que resulte más difícil discernir un hecho de una falsedad; los algoritmos crean cajas de resonancia de quienes piensan parecido; y las voces y opiniones extremas pueden llegar a la cima en la carrera por clics e ingresos online.
Las escuelas y las universidades tendrán que hacer más para educar a los estudiantes a ser mejores consumidores de información. Una investigación sorprendente del Stanford History Education Group, basada en pruebas de miles de estudiantes en todo Estados Unidos, calificó de "desalentadores" sus hallazgos sobre la capacidad de los jóvenes para evaluar la información que encuentran en línea. Los sitios web que verifican datos y analizan la veracidad de los comentarios formulados por figuras públicas son un paso en la dirección correcta, y tienen algunas similitudes con la revisión de pares en la academia.
Escuchar a la otra parte es crucial. Las redes sociales exacerban la tendencia humana del pensamiento de grupo al filtrar las opiniones contrarias. Por lo tanto, debemos hacer un esfuerzo para confraternizar con opiniones que son diferentes de las nuestras y resistir la canalización algorítmica para evitar la diferencia. Quizá los "expertos" en tecnología podrían codificar algoritmos que hagan estallar esas burbujas.
Necesitamos de la experiencia más que nunca para solucionar los problemas del mundo. La cuestión no es cómo arreglárselas sin expertos, sino cómo asegurar que la experiencia sea confiable. Entender esto es vital: si no queremos que el futuro esté forjado por la ignorancia y la intolerancia, necesitamos del conocimiento y de un debate informado como nunca antes.
Finalmente, es necesario manejar la frontera entre tecnocracia y democracia con más cuidado. No es sorprendente que, cuando individuos no elegidos manejan decisiones que tienen enormes consecuencias sociales, el resentimiento público no tarde en llegar. Muchas veces surgen problemas cuando los expertos intentan ser políticos o los políticos pretenden ser expertos. La claridad sobre los roles -y la responsabilidad cuando se traspasan los límites- es esencial.
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