La escasez de agua recae sobre las mujeres en América Latina
Image: REUTERS/David Mercado
Cuando el agua falta, las principales perjudicadas son las mujeres, que se han erguido como defensoras de los territorios y los ríos en algunas regiones de América Latina. Son también las que más se benefician de los programas de potabilización o de suministro de cisternas.
América Latina es la región con más fuentes de agua en el mundo; sin embargo, existen 36 millones de personas que todavía carecen de acceso a agua potable, según datos del Banco Mundial. El terrible impacto que esto supone para las comunidades, sobre todo en las áreas rurales y empobrecidas, recae, fundamentalmente, sobre las mujeres.
En Montes de María, al norte de Colombia, la riqueza de fuentes de agua contrasta con la emergencia hídrica que vive la población. A los pies de las montañas de los Montes de María, en los poblados rurales del municipio de María la Baja, que hasta hace 15 años era la despensa agrícola de la región del Caribe, la palma africana se ha convertido en el nuevo oro rojo: la palma ocupa más del 60% de las tierras cultivables de María la Baja.
La población, mayoritariamente afrodescendiente y campesina, tiene sed, pese a las dos grandes represas, Arroyo Grande y Matuya, que abastecen uno de los mayores y más antiguos distritos de riego del país. Los campesinos culpan al monocultivo palmero como la razón principal: dicen que los empresarios del sector, especialmente el Grupo Oleoflores, han acaparado el agua, y que los agrotóxicos que precisa la palma han contaminado el agua de la represa. “El funcionamiento del distrito de riego responde exclusivamente a los intereses del cultivo de la palma, afectando el acceso al agua para pequeños y medianos propietarios”, denuncia Corporación Desarrollo Social (CDS). La tensión es constante entre la gerencia de Usomaria, el órgano que regula el distrito de riego, y la población rural de María la Baja.
Son las mujeres las que deben afrontar el reto diario de llevar agua a las casas. Una de ellas, que prefiere guardar el anonimato, explica que antes un pozo cercano suministraba agua para todos; ahora, el pozo “se secó de la tristeza”, dice melancólica; la palma requiere mucha agua: entre siete y diez litros por día y palma. Así que muchas mujeres deben caminar varios kilómetros hasta la represa, para recoger el agua, que transportan sobre sus cabezas en pesados baldes de veinte litros.
En algunos barrios, ni siquiera llega el agua sucia de la represa, porque las precarias tuberías se rompieron hace más de un año y el Estado se olvidó de arreglarlas. A otros lugares sí llega ese agua contaminada, que utilizan para lavarse; pero deben recoger -arriar, dicen ellas- el agua limpia, que toman del lugar más límpido de la represa y pasan después por los filtros que les suministró un grupo de cooperantes al desarrollo.
La combinación de sol justiciero y falta de agua ha provocado un aumento de enfermedades renales y digestivas, además de las enfermedades en la piel y las infecciones vaginales que sufren la mayor parte de las mujeres por lavarse con agua contaminada.
Que la responsabilidad de conseguir agua para el hogar recaiga, literalmente, sobre las cabezas de las mujeres es la norma antes que la excepción, y no sólo en Colombia. En el sertão, el paisaje semidesértico que protagoniza el interior del Nordeste, la tierra ha sido desertificada tras siglos de cultivo de caña. Diferentes programas tratan de revertir esta situación en la esfera local, y demuestran el cambio en las vidas de las mujeres y sus familias que puede suponer el acceso a agua potable. Así, por ejemplo, CAF -Banco de desarrollo de América Latina– trabaja desde hace años en programas de riego, como el de Miriego en Bolivia, que “favorece la participación de la mujer en el sector agrícola” y permite que ellas generen ingresos para sus familias, según Víctor Arroyo, coordinador del equipo de gestión del conocimiento del agua en CAF. Según sus cálculos, si hasta 2030 la región invirtiese el 0,3% de su PIB, se podrían rehabilitar las infraestructuras y formalizar conexiones domiciliares para 10 millones de hogares.
En 2001, un proyecto de la Articulación del Semiárido Brasileño (ASA), red de más de 700 organizaciones y movimientos sociales, cambió la vida de las mujeres en Laginha, un poblado al oeste de Pernambuco, en el nordeste brasileño. Las niñas y mujeres debían salir de madrugada para ir a buscar el agua, a tres kilómetros de distancia; cuando el pozo se secaba, debían caminar diez kilómetros más, hasta la fuente más cercana. El programa Un Millón de Cisternas cambió la vida de sus beneficiarias, que obtuvieron una cisterna con capacidad para almacenar 16.000 litros de agua de lluvia.
También el Banco Mundial promueve programas similares: en el estado brasileño de Rio Grande do Norte, diseñado para facilitar el acceso al agua potable y que ha permitido, según los expertos del Banco Mundial, que las mujeres puedan incrementar sus ingresos familiares hasta en un 30%, ya que les permite dedicar a sus granjas y a sí mismas el tiempo que ahorran al no tener que buscar el agua.
El diagnóstico es unánime: el acceso a agua potable mejora la vida de las mujeres, disminuye las enfermedades y facilita la mejora de ingresos de las familias. Sin embargo, los Estados latinoamericanos siguen sin mover ficha, y dejan las necesarias inversiones en manos del sector privado o de la cooperación internacional.
Las mujeres no sólo cargan con la responsabilidad de arriar el agua: también se han consolidado como las principales defensoras de los ríos y las fuentes de agua frente a los megaproyectos extractivos que, como sucede con la minería a cielo abierto y las grandes represas, amenazan con contaminar el agua o cercar los ríos. La hondureña Berta Cáceres se convirtió en un emblema del protagonismo femenino en la lucha en defensa de los territorios en América Latina.
“Madre Tierra, la Gran Madre, la Madre Naturaleza, la Pachamama, Gaia, conceptos femeninos acuñados para nombrar a nuestro planeta y a la biodiversidad que lo habita”, apunta Margarita Campuzano, directora de Comunicación del Centro Mexicano de Derecho Ambiental, y añade: “Las mujeres juegan un papel preponderante en lo que se refiere a la gestión, cuidado y aprovechamiento de los recursos naturales”.
El reconocimiento internacional que alcanzó Berta Cáceres no la salvó: le costó la vida su tenaz oposición a la represa de Agua Zarca, un proyecto hidroeléctrico del Banco Mundial. Pese a las manifestaciones internacionales que expresaron su consternación e indignación, su asesinato sigue impune, dejando un amenazante mensaje a las activistas que tomaron su testigo.
Como indígena lenca, Berta Cáceres se consideraba “custodio de la naturaleza, de la tierra y, sobre todo, de los ríos”, como ella misma declaró. En la tradición lenca, en los ríos residen los espíritus femeninos, que dan vida; por ello, las mujeres son sus guardianas. Y como ella son cientos de activistas, a lo largo y ancho de América Latina, las que arriesgan sus vidas para defender los ríos, las semillas, los bosques y los conocimientos ancestrales de sus pueblos. La pregunta es hasta cuándo la indiferencia de la comunidad internacional permitirá que paguen el insoportable precio de la muerte.
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