Latinoamérica primero. La era del libre comercio sin Estados Unidos
Image: REUTERS/Mark Makela
¿De qué modo debería responder América Latina al enfoque de “Estados Unidos primero” que el presidente Donald Trump propugna para la economía global? He aquí una posible respuesta: estableciendo una zona de libre comercio de Las Américas sin Estados Unidos.
Desde luego que esta idea no tiene nada de nueva. Los padres de la patria de varias repúblicas latinoamericanas hablaron de ella hace doscientos años, pero nunca fue puesta en práctica.
En los años 1960, se discutió mucho sobre la integración de América Latina. Se realizaron cumbres y se suscribieron acuerdos, pero después no fue mucho lo que se avanzó en materia de libre comercio. Para la mayor parte de los países de la región, Europa o Estados Unidos continuaron siendo socios comerciales de mayor envergadura que sus vecinos.
A principios de la década de 1990, el presidente de Estados Unidos H.W. Bush propuso una grandiosa zona de libre comercio que cubriría desde Alaska a Tierra del Fuego. Estados Unidos celebró acuerdos con Canadá, México, Chile, Colombia, Perú y Centroamérica, pero el amplio y ambicioso acuerdo norte-sur nunca se materializó.
La buena noticia es que ha desaparecido la mayor parte de los factores que bloqueaban el libre comercio regional en ese entonces. Por lo tanto, hoy es un buen momento para retomar la idea que tuvo Simón Bolívar hace doscientos años.
Una de las razones por las que fracasó un acuerdo comercial que abarcara toda la región, fue que Brasil, por orgullo, se abstuvo de asistir a una fiesta cuyo anfitrión principal era Estados Unidos. Si Trump ahora se ciñe a sus promesas proteccionistas, ya no será necesario preocuparse de la rivalidad entre Estados Unidos y Brasil dentro de un mismo acuerdo de libre comercio.
Además, en el pasado, los subsidios a la agricultura existentes en Estados Unidos constituyeron un escollo para los grandes exportadores agrícolas, como Argentina y, otra vez, Brasil. Pero si Estados Unidos desaparece del mapa comercial, este asunto también dejará de tener importancia.
En el transcurso de la década de 1990, surgieron gobiernos populistas de izquierda en un buen número de países latinoamericanos. Para dichos gobiernos –en Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, y, obviamente, Venezuela– el libre comercio era un sucio término “neoliberal”. Y para sus líderes un acuerdo con Estados Unidos resultaba inconcebible.
Hoy día, ese tipo de populismo se encuentra en retirada en América Latina (golpear madera). En Argentina, los peronistas perdieron la presidencia; en Brasil, la presidenta Dilma Rousseff fue destituida; y en Venezuela, el régimen cada vez más dictatorial de Nicolás Maduro está al borde del abismo. En Ecuador puede que pronto llegue a su fin el coqueteo con el populismo: al supuesto sucesor de Correa, elegido a dedo, no le fue tan bien como esperaba en la reciente primera ronda de elecciones presidenciales.
Si han desaparecido los tres obstáculos principales, ¿qué impide la creación de un acuerdo de libre comercio de Las Américas? Nada, excepto inercia política y falta de un liderazgo claro. Sin embargo, no escasean los líderes regionales que podrían acarrear la antorcha de la integración comercial desde el Río Grande al Cabo de Hornos.
Aparte de desconfiar de Estados Unidos, los presidentes brasileños del pasado también temían a su propio establishment empresarial, siempre dispuesto a levantar barreras, ya fueran o no arancelarias. Este sentimiento proteccionista, siempre más poderoso en el sector industrial de Sao Paulo, no ha dejado de existir. Sin embargo, ahora que Brasil empieza a salir de la recesión más profunda de varias décadas, sus empresarios andan en busca de nuevos clientes. Y con China en desaceleración, Europa sumida en su propia crisis, y Estados Unidos encerrándose, los mercados regionales, hoy en expansión, adquieren un nuevo atractivo.
Algo similar ha sucedido en México. Sus líderes siempre han hablado del libre comercio regional, pero no se necesita a un Sherlock Holmes para descubrir que su verdadero interés ha residido en el mercado estadounidense, destino de más del 80% de las exportaciones mexicanas. Ahora que Trump se ha referido a los inmigrantes mexicanos como violadores y ha insistido en la construcción de un muro en la frontera (junto con imponer aranceles a las exportaciones mexicanas para costearlo), la intimidad comercial con Estados Unidos está perdiendo –¿cómo ponerlo de manera elegante?– algo de su atractivo. De modo que no sorprende que políticos y empresarios mexicanos estén dirigiendo su mirada al sur con un entusiasmo recién encontrado.
Argentina también tiene sus razones para respaldar el libre comercio regional. La inclinación natural del gobierno de Mauricio Macri, que ya cumple un año, es hacia el liberalismo económico. En la actualidad Argentina se encuentra atrapada por la camisa de fuerza del arancel externo común del Mercosur, el acuerdo comercial regional con Brasil, Paraguay y Uruguay. La manera menos traumática de lograr una mayor apertura, sin tener que romper el acuerdo existente, sería que el Mercosur se uniera a un zona de libre comercio más amplia. Esta transición sería de provecho para Argentina.
Con Brasil, México y Argentina moviéndose en la misma dirección, la cuestión del liderazgo se resolvería automáticamente. Chile, que por motivos políticos siempre ha querido integrar las economías más liberales del Pacífico con los regímenes más proteccionistas del Atlántico, tendría numerosas razones para ayudar a impulsar el proceso. Y Canadá, bajo el Primer Ministro Justin Trudeau (el líder de habla inglesa favorito de todos hoy día), sería un miembro muy bienvenido.
Es indudable que Maduro objetaría y denunciaría la existencia de una conspiración neoliberal en su contra. No obstante, en vista de que su reputación está por los suelos en la región, la mayor parte de los países vería en ello un incentivo más para unirse al nuevo bloque. Posiblemente Nicaragua, Bolivia, e incluso Ecuador, se mostrarían reticentes. Pero estos países carecen del peso político y económico que se requiere para detener un acuerdo.
Un acuerdo de libre comercio a nivel hemisférico no tiene que partir de cero. La Alianza del Pacífico, que ya une a México, Colombia, Chile y Perú, constituye un punto de partida útil. Este acuerdo se enfoca en el comercio de bienes y servicios, la facilitación del comercio, las reglas de origen y la solución de controversias.
En todo tratado nuevo, las barreras no arancelarias y las compras públicas –dos tipos de instrumentos que se suelen emplear para el proteccionismo encubierto y no tan encubierto en América Latina–deberían regirse según estándares comunes, al igual que las prácticas laborales y ambientales. La inversión y la propiedad intelectual, siempre temas espinosos, deberían formar parte de todo acuerdo nuevo; sin embargo, ante la ausencia de Estados Unidos, sería posible excluir algunas de las reglas más polémicas que ha promovido el empresariado de dicho país.
De modo que, sí, es posible que al fin haya llegado la era del libre comercio a través de gran parte de Las Américas. Por ello hay que darle gracias al bullying nacionalista y proteccionista de Donald Trump.
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