El Sureste Asiático y España: eternos desconocidos
Image: REUTERS/Edgar Su (SINGAPORE - Tags: ENVIRONMENT) - RTX10SY5
España carece de una estrategia urgente y ambiciosa para guiar sus relaciones con la región.
Abundan los seminarios, foros de inversión y otros encuentros que intentan poner en valor las relaciones entre España y el Sureste Asiático. Y es norma que esos actos comiencen con evocadores pasajes históricos de la flota española llegando a Filipinas antes que la de otros países europeos.
Llega a decirse que esos hechos acaecidos en el siglo XVI inauguran la globalización, de la que España sería el artífice primigenio gracias a su descubrimiento del Sureste Asiático. Pero a partir de tan glorioso blasón histórico, la historia de las relaciones hispano-asiáticas se va tornando progresivamente más modesta.
España no ha dirigido sus principales esfuerzos a esa parte del mundo. Su política de afianzamiento selectivo en el espacio geográfico inmediato (Europa) y en el ámbito cultural-lingüístico común (América Latina) ha resultado suficiente durante cuatro decenios y ha permitido que el país, llevado por una lectura realista de sus capacidades, haya alcanzado cierta presencia en aquellas zonas del planeta que mejor se prestan a sus características.
Pero esa estrategia selectiva podría ser insuficiente. El traslado del peso global hacia Asia ha sorprendido a España con todas sus energías concentradas en otros espacios. Llegó tarde al surgimiento de China e India como grandes potencias, y ahora corre el riesgo de no entrar a tiempo en el relato que se abre en el Sureste Asiático.
Diez ‘tigres’ unidos
Vivir de espaldas a esa realidad parece imprudente, pues supone abstenerse de un potencial formidable. Se trata de una de las zonas económicamente más dinámicas del mundo, con una población superior a los 600 millones de personas (en su mayoría jóvenes). Los países que forman parte de ella, antaño llamados tigres por sus aceleradas tasas de crecimiento, están amalgamados en la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), cuyo peso económico combinado la situaría en el G7.
Esta asociación de 10 países lanzó en diciembre de 2015 la Comunidad Económica ASEAN, el segundo bloque regional más integrado tras la Unión Europea. Abrió así brecha en un mundo en el que las uniones regionales se estancan y en el que gana peso un discurso proclive al rearme fronterizo y al sueño de una soberanía nacional plena.
El impulso que el desmantelamiento arancelario dará al comercio entre sus miembros convierte a la ASEAN en un mercado cada vez más apetitoso, al abrirse las puertas no de un solo país, sino de un inmenso mercado unificado (o incluso más allá, ya que este bloque regional ha firmado acuerdos de libre comercio con China y Japón, entre otros).
España delega en la UE buena parte de sus esfuerzos de acercamiento. Hace 10 años se lanzaron las conversaciones para un acuerdo de libre comercio entre la Unión y la ASEAN, pero poco después se congelaron, optándose en su lugar por el diálogo bilateral entre Bruselas y los distintos Estados miembros del grupo asiático.
La necesidad de adoptar un enfoque bilateral obedece a la propia diversidad de la ASEAN, que alberga a países de muy diversa condición. Bajo el techo de la agrupación conviven economías punteras y rezagadas, democracias y regímenes autoritarios, así como naciones de mayoría musulmana, cristiana y budista. Es difícil encontrar un acuerdo único ante una plétora de Estados que plantea un delicado equilibrio de riesgos y oportunidades para la economía y la diplomacia europeas.
Se impone la negociación país por país, si bien los acuerdos finalizados por la UE hasta la fecha (con Singapur y Vietnam) hacen difícil adivinar cuál es la senda que seguirá Bruselas: por un lado, se suscribe un tratado con el arquetipo del capitalismo globalizador; por otro, se hace lo mismo con un sistema comunista de partido único.
El mundo tardará mucho en ver un acuerdo bilateral a escala regional entre la UE y la ASEAN. Pero eso no exime a los Estados miembros de procurarse, dentro de sus atribuciones y posibilidades, un nicho estratégico en una zona llamada a reconfigurar el orden global.
Los progresos de España por aumentar su presencia económica en la región son lentos. En los últimos ejercicios las exportaciones del país al conjunto de la ASEAN han evolucionado tímidamente, manteniéndose entre los 2.500 y los 3.000 millones de euros anuales. Los datos están lejos de reflejar unas relaciones económicas plenas y acordes al potencial de ese mercado (si bien las importaciones son considerablemente mayores, por lo que España tiene un abultado déficit comercial con la región).
Por su parte, los magros flujos inversores arrastran un peso de decenios, ya que España no participó en la primera gran oleada de capital extranjero que arribó al Sureste Asiático antes de la crisis financiera de 1997 (y en 2015, último ejercicio para el que constan datos oficiales ya cerrados, apenas se destinó capital español a la región).
Más prometedoras son, a falta de materializarse en proyectos concretos, las perspectivas de que las grandes empresas de obra civil españolas puedan participar en el desarrollo de infraestructuras de la ASEAN, cuyo monto inversor podría ascender al billón de dólares.
La decisión tomada por España en 2015 de adherirse al Banco de Inversión en Infraestructura en calidad de Estado fundador, aun estando pendiente de ratificación, podría despejar la entrada de las grandes empresas españolas a un inmenso teatro de desarrollo de la obra civil en torno a la órbita de China y por medio del cual se acometerán grandes proyectos en el Sureste Asiático.
Otro eje prioritario para relanzar los vínculos con la región es tratar de incrementar los flujos turísticos, para lo cual se han suscrito convenios de cooperación en la materia con países como Filipinas, Tailandia e incluso Myanmar. La importancia del turismo no radica sólo en los beneficios económicos, pues España recibe inmensos volúmenes de visitantes procedentes de Europa que hacen que su mercado no dependa de Asia. El mayor beneficio sería quizás incrementar el conocimiento mutuo e ir desarmando así los estereotipos empobrecedores.
Esos tópicos derivan de la prevalente ignorancia respecto a la cultura y la lengua españolas en la región. Se trata de un problema llamado a persistir, ya que los esfuerzos institucionales por difundirlas son escasos: ningún país del Sureste Asiático cuenta con un Centro del Instituto Cervantes, y el único Estado de la región con el que se han suscrito acuerdos culturales y lingüísticos de largo alcance es Filipinas.
El desconocimiento mutuo se agrava por la escasez de los flujos migratorios en una y otra dirección. La única comunidad nacional de la ASEAN que está ampliamente representada en España es la filipina, que cuenta con algo más de 31.000 residentes en el país. Según los datos oficiales disponibles, la suma total de nacionales de la ASEAN en territorio español arroja un resultado de alrededor de 35.000 personas (evidentemente, la inmensa mayoría son de Filipinas, el resto de los países cuenta con comunidades verdaderamente exiguas).
En el otro sentido, la situación revela lo poco proclives que son los españoles a asentarse en esa parte del mundo. En el conjunto de Asia (los datos desagregados para el Sureste Asiático no están disponibles) sólo hay contabilizados algo más de 34.000 residentes españoles. Si consideramos que entre los países de Asia se incluyen gigantes como China, Japón o India, es posible hacerse una idea de la escasísima presencia de residentes españoles en los países de la ASEAN.
Más allá de las relaciones económicas y comerciales, la política exterior española lleva años fortaleciendo su alianza con tres países de esa región: Filipinas, Indonesia y Vietnam, con los cuales ha firmado convenios sobre materias puntuales y acuerdos estratégicos de amplio espectro.
Filipinas, país al que le unen cada vez más tenues vínculos históricos y un acuerdo de asociación que expira en 2017, es un receptor desproporcionado de ayuda al desarrollo española, a la par que firmante de un gran número de acuerdos sectoriales. Como se ha mencionado anteriormente, es además el único país de la región con el que existe una estrategia específica y ambiciosa de promoción de la lengua española.
Madrid está además contribuyendo a la conclusión de un acuerdo entre la UE y Filipinas que podría aumentar la presencia europea en un país inserto en la esfera de EE UU. Pero no conviene hacerse demasiadas ilusiones: aunque el impredecible presidente filipino, Rodrigo Duterte, haya lanzado improperios contra la dominación estadounidense, todo parece indicar que sus afinidades alternativas se inclinan más hacia China que hacia Europa.
Con Indonesia, el país más grande de la región, España tiene suscritos varios convenios sectoriales, además de un acuerdo de cooperación en materia de defensa que ha servido más para espolear las ventas de material bélico que para forjar una genuina estrategia militar con carácter operativo. A su vez, ambos están vinculados por un acuerdo en materia de lucha contra el terrorismo que incluye el intercambio de inteligencia.
Por lo que respecta a Vietnam, existe desde 2009 un Acuerdo de Asociación bilateral que ha dado lugar a otros muchos convenios de cooperación económica, incluido uno en el ámbito turístico, pero la importancia de estas iniciativas se subordina a la existencia del acuerdo entre el Estado y la UE, ya en vigor.
El plan de acción basado en tres países no ha cristalizado por el momento en una orientación específica que, al margen de lo que haga Bruselas, tome a la ASEAN en su conjunto.
La lejanía, la endeblez de las relaciones existentes y el desconocimiento mutuo desalientan los intentos de acercamiento. Los esfuerzos se dirigen indefectiblemente a otras zonas. Un buen ejemplo es la reciente decisión de Alfonso Dastis, ministro de Asuntos Exteriores de España, de restablecer una Dirección General exclusivamente dedicada a África. Se trata quizás de un movimiento institucional necesario, pero también podría plantearse la creación de un departamento específico, si no para el Sureste Asiático, sí al menos para Asia en su conjunto (actualmente integrada en la misma Dirección General de América del Norte y el Pacífico).
El Gobierno español ha proclamado su intención de dar un salto adelante en política exterior, pero Asia está sorprendentemente relegada en su discurso. Éste simplemente incluye un rutinario reconocimiento de la preponderancia global del continente y el enunciado general de acercarse al Extremo Oriente por la vía multilateral que prestan la ASEAN y el Encuentro Asia-Europa (que incluye, además de al mencionado bloque regional, a China, Japón y Corea del Sur).
Si bien existen contactos regulares entre el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación y los embajadores de países de la ASEAN acreditados en España, los encuentros se centran más en poner un grano de arena para la futura firma del acuerdo de asociación con la UE que en potenciar las relaciones bilaterales.
Es habitual oír a las autoridades hablar de la triangulación, un concepto de dudosa aplicación según el cual España podría aprovechar su posición preeminente en América Latina para actuar como mediadora europea de las relaciones entre dicho continente y el Sureste Asiático. No obstante, y aun admitiendo el escaso conocimiento mutuo entre ambas regiones, cuesta pensar que sea necesario pasar por España para que la ASEAN y América Latina acometan sus mutuas oberturas diplomáticas.
Existe una noción clara de la conveniencia de potenciar las relaciones con el Sureste Asiático, pero no hay esbozos precisos de cómo conseguirlo. A su vez, las iniciativas carecen de un ingrediente fundamental: la urgencia. Si la política exterior española quiere trascender su tradicional enfoque selectivo, el tiempo apremia: cuanto más tarde, mayor congestión habrá en los accesos a una región que, en poco más de 10 años, será la cuarta economía del mundo.
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