¿Cómo abordar los problemas derivados del euro?
Image: REUTERS/Kai Pfaffenbach
El sentimiento anti-UE está más extendido que nunca, como lo demuestran las febriles campañas de insurgentes populistas de la derecha, como Geert Wilders en Holanda y Marine Le Pen en Francia. Pero, también hay señales de apoyo para renovar y reinventar la UE – este es un mensaje que han sido propugnado por quienes apoyan a Emmanuel Macron en Francia y a Martin Schulz en Alemania.
Cualquier campaña pro-UE, para ser convincente, debe abordar los problemas derivados del euro. Esta moneda fue adoptada por 19 de los 28 países miembros de la UE (27, después de Brexit), la moneda común se ha convertido en una fuente importante de desilusión con respecto a la integración europea. Aunque la crisis del euro, en su forma más aguda, ya ha terminado, la eurozona continúa siendo un constructo frágil.
En la raíz de la fragilidad de la moneda común se encuentran los defectos dentro del marco del Tratado de Maastricht, que dicta que los miembros de la eurozona deben mantener una política monetaria común y políticas fiscales individuales que se ajustan a las normas fiscales compartidas. Pero, la mera existencia de normas fiscales ha demostrado ser insuficiente para garantizar su cumplimiento, y no existe en la UE ningún mecanismo para exigir su cumplimiento con el propósito de poder garantizar una disciplina fiscal adecuada.
A menos que esto cambie, siempre habrá el riesgo de que los miembros más débiles vayan a acumular deudas insostenibles, forzando a los miembros más fuertes a elegir entre proporcionar transferencias políticamente insostenibles y permitir que los miembros salgan de la Unión, creando inestabilidad que podría derribar todo el proyecto. Una victoria de las fuerzas pro-europeas en las próximas elecciones podría proporcionar la oportunidad – quizás la última oportunidad – de proseguir con los cambios necesarios en el Tratado de Maastricht.
No será fácil realizar esos cambios. Los europeos tendrán que aceptar un desplazamiento fundamental en la base de la legitimidad de la eurozona, desplazando dicha base más allá de un simple compromiso con una gobernanza económica basada en normas, y se deberá aceptar el tipo de abordaje discrecional adoptado por una autoridad con legitimidad democrática.
Al no contar con una unión política, es comprensible que se adopte un enfoque de gobernanza basado en normas. Este enfoque se alinea con la lógica de la independencia de los bancos centrales: los responsables de formular políticas que no son elegidos en comicios están comprometidos con el cumplimiento de un conjunto de normas claras, tales como ir tras el logro de una determinada tasa de inflación, y dichos funcionarios pueden ser responsabilizados contrastando sus actuaciones con dichas normas. Pero esa lógica no ha funcionado para la eurozona, donde las normas concretas han demostrado ser inadecuadas para evitar la presión a favor de que se lleve a cabo una redistribución, misma que los votantes no apoyan.
Ahora que esto se ha hecho evidente, algunos abogan a favor de un papel más preponderante para el mercado en cuanto hacer cumplir la disciplina. Las propuestas para un nuevo marco para los préstamos soberanos que permita una reestructuración ordenada reflejan este razonamiento.
Una de las propuesta pide que el Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera adopte un sistema similar al del Fondo Monetario Internacional, con el fin de evitar préstamos a países insolventes y de obligar a que se lleven a cabo procesos de reexaminación o reestructuración después de que se atraviese un cierto umbral de deuda. Este enfoque haría más verosímil la regla de “no rescate” de la UE y evitaría imponer una carga excesiva sobre la política monetaria.
Sin embargo, sería ingenuo creer que tal esquema resolvería el problema. El miedo al contagio siempre estaría justificado en una unión monetaria, donde las externalidades de una crisis de deuda en un país siempre conllevan el riesgo de infección para el resto de la unión. En este contexto, un marco basado exclusivamente en mecanismos de mercado sería más propenso a la inestabilidad.
Esto no quiere decir que un marco de reestructuración de la deuda basado en el mercado no tenga cabida en la reforma de la eurozona. Lo tiene, y también tiene cabida un conjunto de simples normas comunes. Sin embargo, para brindar apoyo a una política fiscal compartida y lograr una mejor combinación de política monetaria y fiscal se necesita un tercer componente: una autoridad fiscal federal independiente centrada en la creación de mecanismos de distribución del riesgo. Tal autoridad necesitaría un presupuesto pequeño y un cierto poder discrecional, a fin de poder ajustar su abordaje en respuesta a eventos.
Por supuesto, si se llegase a percibir que tal sistema estaría socavando la soberanía de los Estados miembros, no sería políticamente viable. Sus críticos tendrían que estar convencidos de su legitimidad democrática. A falta de una unión política plena, esto podría lograrse haciendo hincapié en la transparencia, la independencia y un papel mucho más importante para el Parlamento Europeo, posiblemente en coordinación con los parlamentos nacionales.
Al fin y al cabo, el problema central que enfrenta Europa no es la soberanía, como afirman los populistas de la derecha, sino la democracia. (Con mercados integrados, la soberanía nacional plena es una ilusión). Lo que Europa necesita hoy en día es un tratado que expanda la legitimidad democrática a nivel de la UE. La preservación de la soberanía nacional sobre la base de instituciones diseñadas para la economía europea mucho menos integrada del siglo XIX es una receta para el fracaso.
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