Desplazados en tierra de nadie
Image: REUTERS/Muhammad Hamed
La sonrisa se ha borrado del rostro de Ahmet. La guerra en Siria ha dejado huella en su aspecto, descuidado, temeroso. Su semblante, vulnerable, y su mirada perdida vagabundean en la inmensidad del conflicto y con tono triste, melancólico, apenas se atreve a hablar sobre su país: “La guerra en Siria es incomparable a cualquier otra, es una guerra de intereses creados. Las víctimas son la gente normal de a pie, que han acabado siendo títeres, piezas con los que otros juegan al ajedrez. Esa es la realidad y a medida que se prolonga el conflicto, las condiciones de trabajo para las actividades transfronterizas, en las zonas controladas por los rebeldes, son cada vez más difíciles”.
Desde hace tres años Ahmet es el jefe de misión de una organización no gubernamental que opera en Jordania y Siria. Concretamente, y hasta el pasado mes de junio, esta ONG llevaba a cabo sus actividades de cooperación en lo que se ha denominado como “the berm”, el banco de arena en inglés. Es una zona de exclusión, militarizada y desértica, que abarca una franja de 250 kilómetros y se extiende sobre la frontera jordano-siria. Es un área remota y árida que soporta temperaturas de más de 50 grados en verano y temperaturas gélidas en invierno. Nadie ejerce el control sobre este olvidado territorio que se adentra en el desierto y carece de cualquier tipo de vegetación. Tan sólo existe una barrera: la de Jordania.
A menos de un kilómetro del remanso de paz que pudiera considerarse el reino hachemí, al otro lado de la valla, es donde cerca de 85.000 personas viven hacinadas, olvidadas en dos de los campamentos que los propios desplazados han construido: Rukban y Hadalat. El 79% de ellos son mujeres y niños -de los que un 20% son menores de 5 años- que han escapado de la violencia extrema. Abandonar la frontera no es una opción para estas familias. Cerca de 7.000 comenzaron a llegar a Rukban, el campamento situado en el límite sureste de Siria, en julio de 2014. Por entonces huían del avance de Daesh. La mayoría procedían de las gobernaciones de Homs y Alepo. Desde entonces el flujo de personas no ha cesado, es más, desde que la ofensiva en Siria se ha desplazado el suroeste del país, concretamente a Daraa, cada vez son más las familias que optan por huir y refugiarse en el berm, situado al sureste. Según la organización humanitaria Human Rights Watch (HRW), “una de las principales razones por las que la gente está agrupada a lo largo de la frontera jordana es porque se sienten seguros, tanto de los bombardeos rusos como del Estado Islámico”. El berm es el limbo de los desplazados sirios, de los refugiados fantasma. “Esperan entrar en Jordania para tener una vida mejor y por eso se quedan allí -en el banco de arena, en el desierto- y esperan a que la frontera se abra de nuevo para poder entrar”, comenta Ahmet.
Sin embargo, el Gobierno jordano no contempla esta posibilidad: “Tenemos una posición firme en nuestra guerra contra el terrorismo y esperamos que el mundo entienda nuestra decisión soberana y apoye a Jordania”, declaró a la BBC el ministro de Información jordano, Mohammad al Momani, tras el cierre de frontera el pasado verano. Hace 8 meses, el 21 de junio, fue cuando se produjo un ataque suicida con coche bomba, que procedía del interior del berm, contra un puesto de control del Ejército jordano y un área de servicio, donde varias agencias de cooperación internacional proveían de ayuda a los campamentos. Murieron siete personas. El ataque, que fue reclamado por Daesh, tuvo como consecuencia el cierre total de la frontera. Según el Gobierno de Amán, esta fue la prueba clave de que “elementos del Estado Islámico se esconden entre la gente que llega a la frontera de Jordania”.
El berm se ha convertido en un territorio de nadie por el que disputan diferentes organizaciones terroristas y criminales. Entre algunas de las más importantes se encuentran los Leones del Este, el Consejo Tribal de Palmira y Badia -cuya oficina de coordinación se encuentra en Estambul- e incluso Daesh. La mayoría de estas organizaciones, fragmentadas, son a su vez apoyadas por otros grupos que operan en territorio sirio como el Ejército Libre Sirio (ELS). Todas ellas combaten para hacerse con el control de la franja sur de Siria, la puerta de entrada a Jordania. Además, en esta zona las carencias de miles de personas se han convertido en objeto de comercio: “La necesidad es un negocio. Las mafias -asentadas en el berm– trafican con medicinas, alimentos, productos de primera necesidad…”, comenta Ahmet. Considerando el riesgo de que estas organizaciones adquieran más poder, tanto Estados Unidos como Jordania han comenzado a ejercer presión para que los ciudadanos sirios se desplacen hacia el norte y abandonen la zona fronteriza, es decir, se adentren en territorio sirio -tal y como explican representantes de diferentes ONG-. Sin embargo, las familias asentadas en el berm se niegan a abandonar la zona limítrofe y regresar a Siria debido a la inseguridad que eso les ocasiona. Según afirma Luis Eguiluz, jefe de misión de Médicos Sin Fronteras (MSF) para Holanda en territorio jordano, “la mayoría de estas familias están atrapadas en una frontera. No pueden acudir a zonas controladas por el Gobierno ni tampoco a áreas dominadas por la oposición, de donde han escapado. Además de sobrevivir está la dignidad, y la dignidad de estas personas ha sido pisoteada”.
Esta situación de incertidumbre ha sido aprovechada por Daesh , que el pasado día 1 de febrero amenazó directamente al reino hachemí: “A los musulmanes de Rukban y Ruwaished -esta última ciudad ubicada en Jordania- os informamos de que vuestros hijos están siendo reclutados en campamentos americanos y británicos a través de sus representantes en el Ejército Libre, apóstata. Por lo cual os pedimos que evacuéis los campamentos a la mayor rapidez puesto que hemos decidido invadirlos. No nos haremos responsables de la sangre derramada de los musulmanes”, versaban los panfletos propagandísticos lanzados sobre Rukban.
Con este mensaje, Daesh dejó clara su intención de atacar a los acantonamientos ubicados sobre la frontera y en territorio jordano y en los que, según afirman fuentes del Ministerio de Exteriores jordano, hay personal entrenado por EE UU y Jordania para el mantenimiento del control y la paz. Este personal, desplegado sobre la frontera, sería el principal blanco del grupo terrorista, que pugna por el control sobre la gran masa de población desplazada. “El Estado Islámico actúa en la frontera. Es difícil identificarles, son grupos fragmentados, sus miembros pasan desapercibidos. Hace un mes quemaron las tiendas que World Vision International habían distribuido y los contenedores que UNICEF había enviado antes del cierre”, explica Ahmet.
El conocido como Tribal Army (Ejército Tribal) es una de las katibas -unidades militares árabes- más fuertes en el área y quien actualmente mantiene el control en los campamentos. También es la principal facción a la que combate Daesh. El Ejército Tribal puede definirse como una escisión del ELS que, tal y como confirman fuentes desde el interior del berm, “supuestamente recibe dinero y entrenamiento tanto del Gobierno jordano como de Estados Unidos e Inglaterra”. Según afirma un trabajador humanitario, cuyos datos no podemos desvelar por motivos de seguridad, “su objetivo es el de presionar a los desplazados para que regresen a Siria y evitar así un motín o más ataques terroristas sobre la frontera jordana. Esta es la agenda del Gobierno estadounidense, proteger a su aliado”.
Mientras Daesh, que en los últimos meses ha llevado varios ataques terroristas en el berm y pierde terreno en Raqqa y Ghouta, juega con la baza de la inestabilidad a un paso de Jordania, tanto en el suroeste, en Daraa, como en el sureste, el berm. Estas zonas fronterizas son importantes para cualquier organización terrorista ya que, tal y como explica Gabriel Garroum, experto en Estudios de Guerra en el King’s College de Londres, “están sujetas al tráfico de armas, de petróleo si fuera el caso, etcétera. Es importante, además, porque Jordania ha dado y da apoyo a grupos opositores, por lo que es una de las puertas a través de la cual el conflicto se internacionaliza”. Ahmet, por su parte, lo explica de esta manera: “los jordanos quieren que las familias se desplacen 10 kilómetros hacia el interior de Siria, hacia el desierto. Muchas al final acaban en Daraa o Suwayda -actualmente son uno de los frentes más activos de la guerra siria- donde tienen muchos conflictos con los locales. Pero la gente continúa desplazándose al berm. ¿Cuál será el futuro para estas personas? Muchos provienen de las áreas bajo control del Estado Islámico”. Desde MSF se recalca que la ONG no apoyará ninguna propuesta que implique que los desplazados sean rechazados o devueltos a Siria. También señalan que desde hace meses se “ha agravado la ya difícil situación humanitaria de unos desplazados sirios, abandonados sin agua ni comida suficiente y viviendo en condiciones insalubres. No cuentan con ninguna atención médica desde junio”.
En el interior de los campamentos -Rukban y Hadalat- tan solo hay, como informan fuentes del interior del campo, seis cuartos de baños habilitados para decenas de miles de personas. La asistencia humanitaria ha sido bloqueada y miles de desplazados luchan por sobrevivir al invierno, desprovistos de mantas, tiendas de campaña y combustible para calentarse. “Casi el 95% de los hogares no tienen suficiente comida y algunas personas han vendido sus tiendas solo para comprar algo para comer”, afirmaba a los medios internacionales la ONG World Vision International. “Los sirios atrapados en el berm viven en condiciones límites en un desierto que carece de toda vegetación, y donde las temperaturas son extremas en verano y en invierno”, explica Eguiluz, que añade “algo tan natural como tener la menstruación supone un drama dentro del berm”.
En el tiempo en el que los asentamientos han ido creciendo se han multiplicado además los casos de hepatitis y tos ferina en menores. Exactamente, más de dos docenas de niños han muerto a causa de estas enfermedades en los últimos meses. “Vemos muchas enfermedades relacionadas con la mala salubridad del agua, leishmaniosis, enfermedades respiratorias propias de esta zona desértica y diarreas”, continúa Eguiluz. “La gente allí está recibiendo la mitad del agua que deberían en una situación de emergencia como esta. No hay acceso humanitario que provea atención médica. Podría existir algún tipo de asistencia básica muy limitada a través de los propios refugiados que tengan formación médica”, declaró a la BBC Natalie Thurtle, líder del proyecto de MSF para el berm en la frontera jordano-siria. “Las leyes internacionales indican que quienes huyen de la guerra deberían recibir asilo y protección. Sin embargo, las organizaciones humanitarias tienen difícil presionar a Jordania para que reabra sus fronteras. No pueden cuestionar el temor de ese país por su seguridad y se encuentran en una posición difícil”, afirma en una entrevista a la cadena BBC la periodista Yolande Knell, quien visitó el berm a finales de julio.
Mientras que muchos países occidentales rechazan recibir refugiados, Jordania es uno de los que mayor número ha acogido, sobrepasando los 700.000 desde el inicio del conflicto. Sin embargo, el recrudecimiento de la amenaza terrorista sobre el reino hachemí y el desplazamiento de las facciones opositoras hacia el sur de Siria, han propiciado que Jordania cierre sus puertas. “Estos campamentos se formaron porque el Gobierno jordano cerró los pasos de tránsito y estos eran los únicos check points abiertos. Muchas familias recorrieron un largo camino hasta llegar allí. La gente pagó mucho dinero, les robaron pero tenían la esperanza de que si permanecía allí alrededor de 10 días después podrían cruzar a los campos jordanos de Zaatari o Azraq. Sin embargo, “esto es política -explica Ahmet- y los jordanos tienen suficientes problemas. No dejarán entrar a una sola persona de los 85.000, si existe la posibilidad de que haya terroristas infiltrados entre ellos”.
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